En estos días me siento impulsado a ir, una y otra vez, a las elementales verdades del Evangelio. En tiempos de paz nos sentimos libres de incursionar en los interesantes espacios de la verdad que yacen en la lejanía; pero ahora debemos permanecer en casa y vigilar las creencias fundamentales de la Iglesia, defendiendo los principios básicos de la fe.
En esta época se han levantado hombres en la propia Iglesia que hablan de cosas perversas. Hay muchos que nos inquietan con sus filosofías y sus nuevas interpretaciones, con las que ellos mismos niegan las doctrinas que dicen enseñar, y atacan la fe que ellos han prometido guardar.
Es bueno que algunos de nosotros, que sabemos lo que creemos y no tenemos significados secretos para nuestras palabras, afirmemos nuestro pie y nos mantengamos firmes, defendiendo la palabra de vida y declarando llanamente las verdades fundamentales del Evangelio de Jesucristo.
Permítanme que les ofrezca una parábola. En los días del emperador Nerón hubo una gran escasez de comida en la ciudad de Roma, a pesar de que había abundancia de grano que se compraba en Alejandría. Cierto hombre propietario de una embarcación fue hasta la costa y allí observó a mucha gente hambrienta que miraba fijamente hacia el mar, en espera de las embarcaciones que debían llegar de Egipto con el trigo. Cuando esos navíos, uno por uno, llegaban a la costa, la pobre gente retorcía sus manos en amargo desencanto, pues a bordo de las naves no había sino arena que el tirano emperador había exigido que se trajera para usarla en el circo. Se trataba de una infame crueldad, pues mientras los hombres morían de hambre, Nerón había ordenado que los barcos mercantes fueran y vinieran, y no trajeran sino arena para los espectáculos de los gladiadores, cuando era el trigo lo que tan grandemente se necesitaba.
Entonces, un mercader cuyo navío estaba anclado junto al muelle, le dijo a su capitán: "Ten mucho cuidado de que al regresar de Alejandría no traigas nada que no sea trigo; y si antes has traído una carga o dos de arena, ahora no traigas ni siquiera lo que puede colocarse sobre una moneda pequeña. Insisto, no traigas nada más que trigo; pues esta gente se está muriendo y es ahora que debemos tener a nuestros navíos dedicados a este único negocio de traer alimento para ellos."
¡Ay!, últimamente he visto a ciertos poderosos galeones cargados con la simple arena de filosofía y especulaciones, y me he dicho: "No, yo no llevaré nada en mi barco que no sea la verdad revelada por Dios, el pan de vida tan grandemente necesitado por la gente." Que Dios nos conceda este día que nuestro barco no lleve a bordo nada que solamente gratifique la curiosidad o le dé gusto al paladar; sino que llevemos verdades necesarias para la salvación de las almas.
Me gustaría que cada uno de ustedes dijera: "Bien, es simplemente la vieja, vieja historia de Jesús y su amor, y nada más." No tengo deseo de ser famoso por ninguna otra cosa que no sea la predicación del viejo Evangelio. Abundan los que pueden tocar para ustedes esa nueva música; yo no quiero ninguna música en ningún momento, sino aquella que se escucha en el cielo. "Al que nos ama y nos libró de nuestros pecados con su sangre, a él sea la gloria y el dominio para siempre jamás."
Queridos amigos, tengo la intención de comenzar mi reflexión con la segunda parte de mi texto, en la que se establece la doctrina de la Sustitución con estas palabras: "Al que no conoció pecado, por nosotros Dios le hizo pecado, para que nosotros fuéramos hechos justicia de Dios en él." Ésta es la base y el poder de esas exhortaciones que debemos hacer llegar a las conciencias de los hombres.
He descubierto, hermanos míos, por larga experiencia, que nada conmueve el corazón como la cruz de Cristo; y cuando el corazón está conmovido y herido por la espada de doble filo de la ley, nada cura sus heridas como el bálsamo que fluye del corazón traspasado de Jesús. La cruz es vida para el que está muerto espiritualmente.
Hay una vieja leyenda que tal vez no contenga una verdad literal en ella, pero que si se considera como una parábola, se vuelve muy instructiva. Dicen que cuando la Emperatriz Elena buscaba la cruz verdadera, cavaron profundamente en Jerusalén y encontraron las tres cruces del Calvario enterradas en el suelo. Cuál de las tres cruces era la cruz verdadera en la que murió Jesús, no lo podían saber, sino por ciertas pruebas. Así fue que trajeron un cadáver y lo colocaron sobre una de ellas, pero no hubo ni vida ni movimiento. Cuando ese mismo cadáver tocó otra de las cruces, vivió; entonces dijeron: "Ésta es la cruz verdadera."
Cuando vemos hombres revividos, convertidos y santificados por la doctrina del sacrificio sustitutivo, podemos llegar justamente a la conclusión de que es la verdadera doctrina de la expiación. Yo no he conocido a hombres que puedan vivir en Dios y en la santidad, sino por la doctrina de la muerte de Cristo en sustitución del hombre. Corazones de piedra que nunca antes palpitaron con vida, han sido vueltos carne a través del Espíritu Santo que les hace conocer esta verdad.
Una ternura sagrada ha visitado a los obstinados cuando han oído de Jesús crucificado por ellos. A aquellos que han estado a la oscura puerta del infierno, cubiertos por la capa que tiene los siete matices de la muerte, aun a ellos les ha brillado una gran luz. El relato del gran Amante de las almas de los hombres que se entregó para su salvación, está todavía en la mano del Espíritu Santo, la más grande de las fuerzas en el ámbito de la mente.
Así, pues, voy a explicar primero ahora la gran doctrina y, después, si Dios me ayuda, llegaremos al gran argumento que está contenido en el versículo veinte: "Así que somos embajadores en nombre de Cristo; y como Dios os exhorta por medio nuestro, rogamos en nombre de Cristo: ¡Reconciliaos con Dios!"
I. Primero, con toda la brevedad posible, hablaré acerca de LA GRAN DOCTRINA. La gran doctrina, la más grande de todas, es ésta: Dios, al ver a los hombres perdidos por causa de su pecado, ha tomado ese pecado y lo ha puesto sobre Su Hijo unigénito, haciéndolo pecado por nosotros, a Él que no conoció ningún pecado; y como consecuencia de esta transferencia del pecado, el que cree en Cristo Jesús es hecho justo y recto, sí, es hecho justicia de Dios en Cristo. Cristo fue hecho pecado para que los pecadores fueran hechos justicia. Ésa es la doctrina de la sustitución de nuestro Señor Jesucristo a favor de los hombres culpables.
Ahora consideremos Quién fue hecho pecado por nosotros. La descripción de nuestro gran Fiador que damos aquí es sobre un solo punto, y es más que suficiente para nosotros en nuestra presente meditación. Nuestro sustituto era sin mancha, inocente y puro. "Al que no conoció pecado, por nosotros Dios le hizo pecado." Cristo Jesús, el Hijo de Dios, se encarnó y fue hecho carne, y habitó aquí entre los hombres; pero aunque fue hecho en apariencia de carne pecadora, Él no conoció ningún pecado. Aunque el pecado le fue impuesto, no fue encontrado culpable. Él no fue, no podía ser un pecador: Él no tenía un conocimiento personal del pecado. A través de su vida entera nunca cometió una ofensa contra la gran ley de verdad y justicia. La ley estaba en su corazón; era Su naturaleza ser santo. Él podía decirle a todo el mundo: "¿Quién de vosotros me halla culpable de pecado?" Aun el titubeante juez preguntó: "Pues, ¿qué mal ha hecho?" Cuando toda Jerusalén fue presionada y sobornada para testificar en contra de Él, no se pudo hallar ningún testigo. Fue necesario cambiar sus comentarios y torcer sus palabras antes de que sus encarnizados enemigos pudieran levantar un cargo en Su contra. Su vida lo puso en contacto con ambas tablas de la ley, pero Él no transgredió ni un solo mandamiento. Así como los judíos examinaban el cordero Pascual antes de que lo sacrificaran, así los escribas y fariseos y los doctores de la ley y gobernantes y príncipes examinaron al Señor Jesús sin hallar ofensa en Él. Pues, Él era el Cordero de Dios sin mancha y sin contaminación.
Así como no hubo pecado por comisión, no hubo tampoco en nuestro Señor ninguna falta por omisión. Probablemente, queridos hermanos, nosotros que somos creyentes, hemos sido capacitados por la gracia divina para escapar de la mayor parte de los pecados de comisión; pero yo por mi parte tengo que lamentarme diariamente por los pecados de omisión. Si tenemos gracias espirituales, no alcanzan el punto requerido de nosotros. Si hacemos lo que es justo en sí mismo, sin embargo usualmente echamos a perder nuestro trabajo, ya sea en el motivo o en la manera de hacerlo o por la complacencia con la que lo vemos cuando ya está hecho. Quedamos cortos de la gloria de Dios en alguna forma u otra. Olvidamos lo que debemos hacer o, haciéndolo, somos culpables de tibieza, de seguridad en nosotros mismos, de incredulidad o de algún otro terrible error.
No fue así con nuestro divino Redentor. No puedes decir que hubiera algún rasgo deficiente en Su belleza perfecta. Él era completo en Su corazón, en Sus propósitos, en Su pensamiento, en Su palabra, en Sus hechos, en Su espíritu. No podrías agregar nada a la vida de Cristo sin que fuera manifiestamente superfluo. Enfáticamente hablando, era un hombre completo, como decimos en estos días. Su vida es un círculo perfecto, un compendio total de virtud. Ninguna perla se ha caído de la cadena de plata de Su carácter. Ninguna virtud ha ensombrecido ni disminuido al resto: todas las perfecciones se combinan en perfecta armonía para formar en Él una perfección sin par.
Nuestro Señor tampoco cometió ningún pecado de pensamiento. Su mente nunca generó un deseo malvado. No hubo nunca en el corazón de nuestro bendito Señor una atracción hacia ningún placer malo, ni ningún deseo de escapar de alguno de los sufrimientos o de la vergüenza que estarían involucrados en su misión. Cuando dijo: "Padre mío, de ser posible, pase de mí esta copa", Él nunca buscó evitar la poción amarga a costa del trabajo perfecto de Su vida. La expresión "de ser" significaba "si es consistente con la completa obediencia al Padre y la realización del propósito divino".
Observemos la debilidad de Su naturaleza horrorizada, y la santidad de Su naturaleza que resuelve y conquista, cuando agrega: "Pero, no sea como yo quiero, sino como tú." Él tomó sobre sí el parecido de la carne pecadora, pero aunque esa carne a menudo le ocasionaba cansancio en Su cuerpo, nunca produjo en Él la debilidad del pecado. Él tomó sobre sí nuestras enfermedades, pero nunca exhibió una enfermedad que tuviera un mínimo de culpa censurable ligada a ella. Nunca salió una mala mirada de aquellos benditos ojos; Sus labios nunca dejaron caer una palabra irreflexiva; nunca fueron Sus pies hacia camino malo, ni esas manos se movieron hacia un hecho pecaminoso, porque su corazón estaba lleno de santidad y amor.
Tanto por dentro como por fuera, nuestro Señor fue intachable. Sus deseos fueron tan perfectos como Sus acciones. Escudriñado por los ojos de la Omnisciencia, ni una sombra de falta se pudo encontrar en Él.
Sí, no había tendencias en nuestro Sustituto hacia el mal en ninguna forma. En nosotros siempre hay esas tendencias; porque la mancha del pecado original está sobre nosotros. Tenemos que gobernarnos y mantenernos bajo límites severos, pues de otra forma, nos precipitaríamos de cabeza a la destrucción. Nuestra naturaleza carnal ansía el mal y necesita ser sostenida de las riendas. Feliz es el hombre que puede dominarse a sí mismo.
Pero con respecto a nuestro Señor, Su naturaleza era ser puro y recto y amoroso. Todos sus dulces deseos fueron hacia la bondad. Su vida, sin ninguna restricción, era pura santidad: Él era "el santo niño Jesús". El príncipe de este mundo no encontró en Él combustible para la flama que deseaba encender. No solamente no fluía pecado de Él, sino que no había pecado en Él, ni inclinación, ni tendencia en esa dirección. Obsérvenlo en secreto y lo encontrarán en oración; vean dentro de Su alma y lo encontrarán ansioso de hacer y sufrir según el deseo de Su Padre. ¡Oh, qué bendito carácter el de Cristo! Si tuviera las lenguas de los hombres y de los ángeles, no podría publicar meritoriamente Su perfección absoluta. ¡Justamente puede el Padre estar muy complacido con Él! ¡Por eso lo adoran en el cielo!
Amados amigos, era absolutamente necesario que quien pudiera ser capaz de sufrir en nuestro lugar, estuviera sin mancha. Un pecador que aborrece el castigo por causa de sus propias ofensas, ¿qué puede hacer sino soportar la ira merecida por su propio pecado? Nuestro Señor Jesucristo como hombre fue hecho bajo la ley; pero Él no le debía nada a esa ley, porque Él la cumplió perfectamente en todos sus aspectos. Él fue capaz de estar en el sitio y lugar que correspondía a los otros, porque no estaba bajo obligación propia. Él estaba obligado solamente hacia Dios, porque Él se había comprometido voluntariamente para ser fiador y sacrificarse por aquellos que le entregó el Padre. Él no fue culpable de nada, de otra manera no podría haber sido fiador de hombres culpables.
¡Oh, cómo lo admiro, siendo como Él era, sin mancha y tres veces santo, aun los cielos eran impuros a Su vista; y brillando sobremanera más que los ángeles, sin embargo condescendió a ser hecho pecado por nosotros! ¿Cómo pudo soportar ser contado entre los transgresores y llevar el pecado de muchos? Tal vez no sea una desgracia para un hombre pecador vivir con pecadores; pero es una pesada tristeza para el de mente pura vivir en compañía de infelices abandonados y licenciosos. ¡Qué abrumadora tristeza debe de haber sido para el puro y perfecto Cristo morar entre los hipócritas, los egoístas y los profanos! Y peor aún fue que Él mismo tuviera que cargar con los pecados de esos hombres culpables. Su naturaleza sensitiva y delicada debe de haber evitado hasta la sombra de un pecado y, sin embargo, lean las palabras y asómbrense: "Al que no conoció pecado, por nosotros Dios le hizo pecado." Nuestro perfecto Señor y Maestro cargó con nuestros pecados en Su propio cuerpo en la cruz. Él, ante quien el sol mismo palidece, y el azul puro del cielo está manchado, fue hecho pecado. No necesito poner esto en finas palabras: el hecho es demasiado grande y no necesita ser engrandecido por el lenguaje humano. Dorar el oro refinado o engalanar al lirio sería absurdo; pero mucho más absurdo sería tratar de revestir con las flores del lenguaje las bellezas incomparables de la cruz. Es suficiente decir en simples rimas:
"¡Oh, escuchen el grito penetrante!
¿Cuál puede ser su significado?
'¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Oh! ¿Por qué en Tu ira
me has desamparado?'
"Oh, fue por nuestros pecados
puestos en Él por Dios;
Él que jamás había pecado,
por los pecadores, fue hecho pecado."
¿Cuál puede ser su significado?
'¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Oh! ¿Por qué en Tu ira
me has desamparado?'
"Oh, fue por nuestros pecados
puestos en Él por Dios;
Él que jamás había pecado,
por los pecadores, fue hecho pecado."
Esto me lleva a la segunda parte del texto: ¿qué fue hecho con Él, que no conocía pecado? Él fue "hecho pecado". Es una maravillosa expresión: entre más la ponderen, más se maravillarán por su singular fuerza. Sólo el Espíritu Santo podría originar un lenguaje así. Fue sabiduría del divino Maestro el utilizar expresiones fuertes, porque, de otra manera, el pensamiento no hubiera penetrado en las mentes humanas. Aún hoy, a pesar del énfasis, de la claridad y de la definición del lenguaje usado aquí y en otras partes de la Escritura, se encuentran hombres lo suficientemente atrevidos como para negar que la sustitución se enseñe en la Escritura.
Es inútil discutir con estos ingenios tan sutiles. Es claro que el lenguaje no tiene significado para ellos. Leer el capítulo 53 de Isaías y aceptar que está relacionado con el Mesías, para luego negar Su sacrificio sustitutivo, es simplemente maldad. Sería vano razonar con tales seres; están tan ciegos, que si fueran transportados hacia el sol no podrían ver.
En la iglesia y fuera de ella hay una mortal animosidad hacia esta verdad. El pensamiento moderno labora para alejarse de lo que es obviamente el significado del Espíritu Santo: el pecado fue quitado de los culpables para ser colocado sobre el inocente. "El Señor ha puesto sobre Él la iniquidad de todos nosotros." Éste es un lenguaje que no puede ser más simple; pero si se requiriera uno más simple, aquí está: "Por nosotros Dios le hizo pecado."
El Señor Dios puso sobre Jesús, quien voluntariamente lo aceptó, todo el peso del pecado humano. En lugar de que descansara sobre el pecador que lo cometió, lo hizo descansar sobre Cristo, que no lo cometió; y la justicia que Jesús obró fue puesta en la cuenta del culpable, que no la había realizado, de manera que el culpable es considerado como justo. Aquellos que por naturaleza son culpables, son considerados como justos, mientras que Él, que por Su naturaleza no conoció ningún pecado, fue tratado como culpable.
Creo haber leído en docenas de libros que una transferencia así es imposible; pero eso no ha tenido efecto sobre mi mente. No me importa si para los doctos incrédulos sea imposible o no: para Dios es evidentemente posible, porque Él lo ha hecho. Pero ellos dicen que es contrario a la razón. No me importa eso tampoco: puede ser contrario a la razón para esos incrédulos, pero no es contrario a la mía; y si yo debo ser guiado por la razón, prefiero seguir la mía.
La expiación es un milagro, y los milagros deben ser bien aceptados por la fe, más que medidos por el cálculo. Un hecho es el mejor de los argumentos. Es un hecho que Dios ha colocado sobre Jesús la iniquidad de todos nosotros. La revelación de Dios prueba ese hecho, ¡y nuestra fe desafía el cuestionamiento humano! Dios lo dice, y yo lo creo; y en esa creencia encuentro vida y consuelo. ¿No la predicaré? Seguro que sí.
"Desde que por la fe yo vi la corriente
que fluye de sus heridas,
el amor redentor ha sido mi tema,
y así será hasta que yo muera."
que fluye de sus heridas,
el amor redentor ha sido mi tema,
y así será hasta que yo muera."
Cristo no fue culpable, y no podía ser hecho culpable; pero fue tratado como si lo fuera, porque Él quería estar en el lugar del culpable. Sí, no solamente fue tratado como pecador, sino que fue tratado como si Él hubiera sido pecado en lo abstracto. Ésta es una expresión asombrosa. Él que no pecó fue hecho pecado.
El pecado oprimía a nuestro gran Sustituto muy profundamente. Él sintió su peso en el Huerto de Getsemaní, de modo que "su sudor era como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra". La presión completa de ello cayó sobre Él cuando fue clavado en el árbol maldito. Allí, en horas de oscuridad, Él soportó infinitamente más de lo que podríamos decir. Sabemos que Él soportó la condenación de la boca del hombre, de manera que está escrito: "Él fue contado entre los transgresores."
Sabemos que Él soportó la vergüenza por nosotros. ¿No temblaron sus corazones al leer esto: "Entonces ellos escupieron en su rostro"? Fue una cruel afrenta realizada sobre Su persona bendita. Esto, yo digo, nosotros lo sabemos. Sabemos que Él soportó innumerables penas de cuerpo y alma: Él tuvo sed, Él gritó en la agonía de la deserción, Él sangró, Él murió. Sabemos que Él entregó su alma hasta la muerte, y entregó el espíritu.
Pero más allá de todo esto había un inmensurable abismo de sufrimiento. La liturgia griega adecuadamente habla de "Tus desconocidos sufrimientos". Probablemente para nosotros sean sufrimientos que no podemos conocer. Él era Dios así como hombre, y la Divinidad le proporcionó un omnipotente poder a Su humanidad, de manera que estaba comprimida dentro de su alma y soportada por ella, una cantidad de angustia que no podemos concebir.
Ya no diré más: es sabio poner un velo en lo que es imposible describir. Este texto a la vez oculta y descubre Su dolor, cuando dice: "Dios le hizo pecado." Observen las palabras. Perciban su significado, si pueden. Los ángeles desean entenderlo. Observen este terrible cristal. Dejen que sus ojos busquen profundamente dentro de este ópalo, dentro de cuya enjoyada profundidad hay flamas de fuego. El Señor hizo pecado a quien era perfectamente inocente por nosotros: eso significa una mayor humillación, oscuridad, agonía y muerte de la que ustedes puedan concebir. Trajo un desgarramiento y casi una destrucción al tierno y gentil espíritu de nuestro Señor. Yo no digo que nuestro sustituto soportara un infierno, eso sería injustificable. Yo no diré que Él soportó el castigo exacto por el pecado, o un equivalente de él; pero sí digo que lo que Él soportó le proporcionó a la justicia de Dios una reivindicación de Su ley más clara y más efectiva de lo que hubiera sido la condenación de los pecadores por los que Él murió.
La cruz es, bajo muchos aspectos, una más plena revelación de la ira de Dios contra el pecado humano que aun el Tofet y el humo del tormento que sube eternamente. Quien quisiera conocer el odio de Dios hacia el pecado, debe de ver al Unigénito sangrando en Su cuerpo y sangrando en Su alma hasta la muerte; debe deletrear cada palabra de mi texto y leer su significado más íntimo.
Así, hermanos míos, estoy avergonzado de la pobreza de mi explicación y, por consiguiente, solamente repetiré el pleno y sublime lenguaje del apóstol, "por nosotros Dios le hizo pecado". Es más, que "Él quiso quebrantarlo, y le hirió"; es más, que "Dios lo ha abandonado"; es más, que "El castigo que nos trajo paz fue sobre él": es la más sugestiva de todas las descripciones, "Por nosotros Dios le hizo pecado". ¡Oh profundidad de terror y, sin embargo, cumbre de amor!
Entonces, sigo adelante para observar en tercer lugar: ¿Quién lo hizo? El texto dice: "Por nosotros Dios le hizo pecado"; Dios mismo fue quien designó a su querido Hijo para que fuera hecho pecado por los hombres culpables. Los sabios nos dicen que esta sustitución no puede ser justa. ¿Quién los hizo jueces de lo que es justo y recto? Yo les pregunto si en verdad ellos creen que Jesús sufrió y murió. Si ellos creen que sí, ¿cómo explican el hecho? ¿Dicen que murió como un ejemplo? Entonces yo pregunto, ¿es justo que Dios permita que un ser sin pecado muera como un ejemplo? El hecho de la muerte de nuestro Señor es seguro y tiene que ser tomado en cuenta. La nuestra es la explicación más plena y más verdadera.
En la designación del Señor Jesucristo para que fuera hecho pecado por nosotros, hubo primero que nada un despliegue de la Soberanía Divina. Dios hizo aquí lo que nadie sino Él podría haber hecho. No podría ser posible que todos nosotros juntos pudiéramos poner nuestros pecados sobre Cristo; pero fue posible para el gran Juez de todos, que no da cuenta de Sus actos, que determinara que así debía de ser. Él es la fuente de la rectitud, y el ejercicio de Su divina prerrogativa es siempre justicia incuestionable. Que el Señor Jesús, quien se ofreció como un fiador y sustituto voluntario, fuera aceptado como fiador y sustituto para el hombre culpable, se debió al poder del gran Juez Supremo. En Su Divina Soberanía lo aceptó a Él, y ante esa soberanía nos inclinamos. Si alguien lo cuestionara, nuestra única respuesta sería: "Antes que nada, ¡oh hombre!, ¿quién eres tú para que contradigas a Dios?"
La muerte de nuestro Señor también mostró la justicia divina. Le pareció bien a Él como Juez de todos, que el pecado no fuera perdonado sin el cobro del castigo que había tan justamente anticipado, o cualquier otra manifestación de justicia tal que pudiera reivindicar a la ley. Dicen que éste no es el Dios de amor. Yo respondo: Él es el Dios de amor, primordialmente lo es. Si tuvieran en el estrado a un juez cuya naturaleza fuera pura bondad, le correspondería como juez ejecutar la justicia, pues de otra forma, su bondad sería ridícula; es más, su bondad para el criminal sería falta de bondad hacia toda la sociedad. No importa lo que pueda ser personalmente el juez, él está oficialmente obligado a hacer justicia. Y, "¿el Juez de toda la tierra no ha de hacer lo que es justo?" Hablan de la Paternidad de Dios. Elaboren lo que quieran sobre ese tema, aun hasta hacer de él una herejía; pero, sin embargo, Dios es el gran Gobernador moral del universo, y a Él le corresponde tratar el pecado de manera que se vea como un mal y una cosa amarga. Dios no puede disimular la maldad.
Bendigo Su santo nombre y lo adoro, porque no es injusto para ser caritativo, y no perdona al culpable para mostrar su bondad. Cada transgresión y desobediencia tienen su castigo merecido. Pero a través del sacrificio de Cristo, Él es capaz justamente de perdonar. Bendigo su santo nombre porque para reivindicar Su justicia determinó que, aunque un perdón gratuito fuera proporcionado a los creyentes, tenía que estar fundado sobre una expiación que cumpliera todos los requisitos de la ley.
Admiren también, en el sacrificio sustitutivo, la inmensa gracia de Dios. Nunca olviden que aquel a quien Dios hizo pecado por nosotros era Su propio Hijo; sí, y más aún, era en algún sentido Su propio ser, porque el Hijo es uno con el Padre. Ustedes no pueden confundir a las personas, pero no pueden dividir la sustancia de la bendita Trinidad en Su Unidad. No pueden de tal manera dividir al Hijo de Dios de Su Padre como para olvidar que Dios estaba en Él reconciliando al mundo Consigo mismo. Es el otro ser del Padre quien en forma humana en la cruz sangra y muere. "Luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero": fue esta Luz la que se eclipsó, esa Divinidad la que pudo comprar a la iglesia con su propia sangre. ¡Aquí hay amor infinito!
Me dicen ustedes que Dios podría haber perdonado sin expiación. Yo respondo: un amor finito y falible podría haberlo hecho así, y de esa manera se habría herido a sí mismo al matar a la justicia; pero el amor que requirió y proporcionó la expiación es ciertamente infinito. Dios mismo otorgó la expiación al darse libre y completamente a sí mismo en la persona de Su Hijo para sufrir en consecuencia el pecado humano.
Lo que quiero que vean es esto: si alguna vez la mente de ustedes se perturbara acerca de lo correcto o apropiado de un sacrificio sustitutivo, pueden ustedes de inmediato resolver el problema si recuerdan que Dios mismo "Al que no conoció pecado, por nosotros le hizo pecado". Si Dios lo hizo, está bien hecho. A mí no me preocupa defender un acto de Dios: dejemos que el hombre que se atreva a acusar a su Hacedor piense bien lo que hace. Si Dios mismo proporcionó el sacrificio, estén seguros de que Él lo aceptó. No puede hacerse ningún cuestionamiento acerca de ello, dado que Jehová lo hizo para castigar nuestras iniquidades en Él. Quien hizo que Cristo fuera hecho pecado por nosotros, sabía lo que hacía, y no nos corresponde a nosotros decir: "¿Es esto correcto o no?" El Dios tres veces santo ha hecho esto, y debe ser correcto. Lo que satisface a Dios puede perfectamente satisfacernos a nosotros. Si Dios se complace con el sacrificio de Cristo, ¿no debemos nosotros estar más que complacidos? ¿No debemos sentirnos deleitados, encantados, en el paraíso, por haber sido salvados por un sacrificio tal que Dios mismo designa, proporciona y acepta? "Por nosotros le hizo pecado."
El último punto es: ¿Qué nos ocurre a nosotros a consecuencia de eso? "Para que nosotros fuéramos hechos justicia de Dios en él.". ¡Oh, éste es un texto de peso! Ningún hombre lo puede agotar. No ha habido ningún teólogo, aun en los mejores tiempos de la teología, que pudiera haber llegado al fondo de esta afirmación. Cada hombre que cree en Jesús es hecho justo delante de Dios, debido a que Cristo ha cargado con su pecado. Somos justos por la fe en Cristo Jesús, "justificados por la fe". Más que esto, no sólo se nos da el carácter de "justos", sino que somos convertidos en la sustancia llamada "justicia". No puedo explicar esto, pero no es un asunto pequeño. No significa una cosa poco considerable cuando se nos dice "hechos justicia". Es más, no sólo somos hechos justicia, sino que somos "hechos justicia de Dios". Aquí hay un gran misterio. La justicia que tenía Adán en el jardín era perfecta, pero era la justicia del hombre: la nuestra es la justicia de Dios. La justicia humana falló, pero el creyente tiene una justicia divina que nunca puede fallar. No sólo la tiene, sino que él es la justicia: él es "hecho la justicia de Dios en Cristo". Podemos cantar ahora,
"Vestido con la vestimenta de mi Salvador,
santo como el Santo."
santo como el Santo."
Cuán aceptables para Dios deben ser aquellos que son hechos por Dios mismo "la justicia de Dios en él". Yo no puedo concebir nada más completo.
Así como Cristo fue hecho pecado, y sin embargo nunca pecó, así somos hechos justicia, aunque no podemos afirmar el haber sido justos en y por nosotros mismos. Pecadores como somos, y forzados a confesarlo con dolor, aún así el Señor nos cubre tan completamente con la justicia de Cristo, que sólo Su justicia se ve, y somos hechos la justicia de Dios en Él. Esto es verdad para todos los santos, todos los que creen en Su nombre.
¡Oh, el esplendor de esta doctrina! Amigo mío, ¿la puedes ver? Con todo y lo pecador que seas, manchado, deformado y envilecido, si tú aceptas al gran Sustituto que Dios te proporciona en la persona de Su querido Hijo, tus pecados te son quitados y la justicia te es dada. Tus pecados fueron puestos sobre Jesús, la víctima propiciatoria; ya no son tuyos, Él los ha quitado. Podría decir que Su justicia se atribuye a ti; pero voy más allá, y digo con el texto: "Tú eres hecho la justicia de Dios en él." Ninguna doctrina puede ser más dulce que ésta para aquellos que sienten el peso del pecado y están abrumados por su maldición.
II. Así, ahora, recopilando todo, tengo que cerrar con la segunda parte del texto, el cual no es una enseñanza, sino la aplicación de la enseñanza, UN GRAN ARGUMENTO. "Así que somos embajadores en nombre de Cristo; y como Dios os exhorta por medio nuestro, rogamos en nombre de Cristo: ¡Reconciliaos con Dios!"
¡Oh, que mis labios tuvieran el lenguaje o que mi corazón pudiera hablar sin ellos! Mi alegato sería con cada alma no convertida, incrédula, que se encuentre en este lugar. Y rogaría como si fuera por mi vida. Amigo, estás enemistado con Dios, y Dios está airado contigo; pero está presto para la reconciliación. Él ha hecho un camino por el que puedes convertirte en Su amigo, una costosa vía para Él mismo, pero sin costo para ti. Él no puede renunciar a su justicia, y de esa manera destruir el honor de Su propio carácter; pero Él renunció a Su Hijo, Su Unigénito, y Su Bien Amado; y ese Hijo Suyo ha sido hecho pecado por nosotros, aunque Él no conoció pecado.
¡Ve cómo Dios sale a tu encuentro! Observa cuán deseoso, cuán ansioso está de que haya reconciliación entre Él mismo y los hombres culpables. Oh señores, si no son salvos, no es porque Dios no pueda o no quiera salvarlos; es porque ustedes rehúsan aceptar Su misericordia en Cristo. Si hay alguna diferencia hoy entre ustedes y Dios, no es por falta de bondad de Su parte; es por falta de buena voluntad de ustedes. El peso de la ruina debe estar en las propias puertas de ustedes: la sangre de ustedes en sus vestidos.
Ahora observen lo que tenemos que decirles hoy: estamos ansiosos de que estén en paz con Dios y, por consiguiente, actuamos como embajadores de Cristo. No voy a enfatizar en el oficio de embajador como algo honorable o de autoridad, porque no siento que esto tenga peso ante ustedes: pero enfatizaré con todo mi esfuerzo sobre la paz que nosotros les traeríamos a ustedes. Dios me ha reconciliado con Él mismo, y qué no daría porque ustedes también se reconciliaran. Antes no lo conocía, ni me preocupaba por Él. Vivía bastante bien sin Él y me divertía con tonterías como para olvidarlo. Pero me atrajo para que buscara su rostro, y buscando Su rostro lo encontré. Él ha borrado mis pecados y removido mi enemistad. Yo sé que soy Su siervo, y que Él es mi Amigo, mi Padre, mi Todo. Y ahora no puedo dejar de intentar, a mi pobre manera, ser un embajador Suyo ante ustedes. No me gusta que alguno de ustedes pueda vivir enemistado con mi Padre que lo hizo; y que ustedes puedan provocarlo sin motivo prefiriendo el mal al bien. ¿Por qué no estar en paz con quien tanto quiere estar en paz con ustedes? ¿Por qué no amar al Dios de amor y deleitarse en Él que es tan bondadoso con ustedes? Lo que ha hecho Él por mí, también está completamente deseoso de hacerlo por ustedes: Él es un Dios que está listo para el perdón.
He predicado Su Evangelio ya por muchos años, pero nunca me encontré con un pecador que Cristo rehusara limpiar cuando llegaba a Él. Nunca supe de un solo caso de un hombre que confiara en Jesús y pidiera Su perdón, confesando y abandonando su pecado, que fuera rechazado. Yo digo que nunca conocí a ningún hombre a quien Jesús rechazara; ni nunca lo haré. He hablado con rameras a las que Él ha llevado a la pureza y con borrachos a quienes Él ha librado de su mal hábito, y con hombres culpables de atroces pecados, que han llegado a ser puros y castos por medio de la gracia de nuestro Señor Jesús. Ellos siempre me han contado la misma historia: "Busqué al Señor y me escuchó; me ha lavado con Su sangre, y estoy más blanco que la nieve." ¿Por qué no pueden ustedes ser salvos igual que ellos?
Querido amigo, tal vez tú nunca has pensado en este asunto, y esta mañana no viniste aquí con ninguna idea de pensar en ello; pero, ¿por qué no podrías comenzar? Viniste sólo a escuchar a un predicador muy conocido; te pido que te olvides del predicador y pienses solamente en ti mismo, en tu Dios y tu Salvador. No está bien que vivas sin un pensamiento para tu Hacedor. Olvidarlo es despreciarlo. No está bien que rechaces la gran expiación: la rechazas si tú no la aceptas de inmediato. No está bien que tú te pongas contra tu Dios; y tú permaneces en contra de Él si no te reconcilias con Él. Por eso humildemente hago el papel de embajador de Cristo, y te imploro que creas en Él y vivas.
Observen que el texto dice: "Somos embajadores en nombre de Cristo; y como Dios os exhorta por medio nuestro." Este pensamiento me asombra. Cuando vine esta mañana sentí como si pudiera ocultar mi cabeza entre mis manos y llorar, cuando pensé en Dios suplicándole a alguien. Él habla, y eso se hace; miríadas de ángeles se sienten felices de volar a Su mandato; y sin embargo el hombre ha llegado a ser tan enemigo de Dios que no quiere ser reconciliado con Él. A Dios le gustaría hacerlo su amigo, y derrama la sangre de Su querido Hijo para cimentar esa amistad; pero el hombre no la quiere. ¡Vean al gran Dios exhortando a su criatura obstinada!, ¡a Su insensata criatura! En esto siento una compasión reverente por Dios. ¿Debe Él exhortar a un rebelde para que quiera ser perdonado? ¿Oyen ustedes eso? ¿Los ángeles oyen eso? ¡Él que es Rey de reyes oculta Su soberanía y se inclina para exhortar a Su criatura a reconciliarse con Él!
No me maravilla que algunos de mis hermanos retrocedan ante tal idea, y no puedan creerlo: parece que no glorifica al Dios glorioso. Sin embargo, mi texto lo dice, y debe de ser verdadero: "y como Dios os exhorta por medio nuestro." Esto hace que la predicación sea un trabajo terrible, ¿no es así? Yo debo de exhortarlos como si Dios les hablara a través de mí; viéndolos a través de estos ojos, y extendiendo Sus manos a través de estas manos, Él dice: "Todo el día extendí mis manos a un pueblo desobediente y rebelde." Él habla suave y tiernamente, y con afecto paternal a través de estos pobres labios míos, "y como Dios os exhorta por medio nuestro".
Además, observen la siguiente línea que, si fuera posible, tiene aun más fuerza: "Rogamos en nombre de Cristo." Dado que Jesús murió en nuestro lugar, nosotros, a quienes redimió, debemos rogar a nuestra vez por otros; y así como derramó Su corazón por los pecadores en lugar de ellos, así nosotros debemos también derramar nuestros corazones por los pecadores en el lugar de Él. "Rogamos en nombre de Cristo."
Ahora, pues, si mi Señor estuviera aquí esta mañana, ¿cómo les rogaría para llegar a Él? Quisiera, Señor mío, tener mayor capacidad para estar en Tu lugar en este momento. Perdóname que yo sea tan incapaz. Ayúdame a quebrantar mi corazón. ¡Pensar que no se quebranta como debiera, por estos hombres y mujeres que están resueltos a destruirse ellos mismos, y, por tanto, ignorarte a Ti, mi Señor, como si Tú fueras un criminal común que colgara de la horca! ¡Oh hombres!, ¿cómo pueden valorar tan poco la muerte del Hijo de Dios? Es la maravilla del tiempo, la admiración de la eternidad. ¡Oh almas!, ¿por qué rechazan la vida eterna? ¿Por qué quieren morir? ¿Por qué desprecian a Quien les puede dar la vida? Hay sólo una puerta para la vida, y esa puerta es el costado abierto de Cristo; ¿por qué no quieren entrar y vivir? "Venid a mí" -dice-, "venid a mí." Me parece que dice: "Venid a mí, todos los que estáis fatigados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas." Creo verlo en ese último día, ese gran día de la fiesta, de pie y exclamando, "Si alguno tiene sed, venga a mí y beba." Lo oigo declarar dulcemente, "Y al que a mí viene, jamás lo echaré fuera".
Yo no soy el adecuado para exhortarlos en lugar de Cristo, pero los exhorto con todo mi corazón. Ustedes que oyen mi voz de domingo a domingo, vengan y acepten el gran sacrificio, y reconcíliense con Dios. Ustedes que sólo me oyen por esta vez, quisiera que se fueran con esta frase en sus oídos: "¡Reconciliaos con Dios!" No tengo nada bonito que decirles; yo tengo que declarar solamente que Dios ha preparado una propiciación, y que ahora les ruega a los pecadores a venir a Jesús, para que a través de Él puedan ser reconciliados con Dios.
Nosotros no los exhortamos a un esfuerzo imposible. No les pedimos que hagan alguna cosa grandiosa; no les pedimos dinero o precio, ni exigimos de ustedes años de un sentimiento miserable; sino sólo esto: reconcíliense. No es tanto que se reconcilien con ustedes mismos, sino "¡Reconciliaos con Dios!" Entréguense a Él, que con cuerdas humanas los atrajo, con vínculos de amor; porque fue entregado por ustedes. Su espíritu lucha contigo, cede a Su lucha. Ustedes saben que un hombre luchó con Jacob hasta el amanecer; dejen que ese hombre, ese Dios hombre, les venza. Sométanse. Cedan al apretón de esas manos que fueron clavadas en la cruz por ustedes. ¿No quieren rendirse con su mejor amigo? Es el mismo que te abraza ahora y te presenta un corazón que fue traspasado por la lanza por ti. ¡Oh, cede! ¡Cede, hombre! ¿No sientes una suavidad que se insinúa sobre ti? No hagas de acero tu corazón contra ella. Él dice, con un tono muy calmado y dulce, "Si oís hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones." ¡Crean y vivan!
Renuncia al terrible enemigo que te ha tenido preso en sus garras. Huye para salvar tu vida, no veas detrás de ti, no permanezcas en la llanura, sino vuela hacia donde veas la puerta abierta de la casa de tu grandioso Padre. A la entrada, el sangrante Salvador te espera para recibirte y para decirte: "Yo fui hecho pecado por ti y tú eres hecho la justicia de Dios en mi." ¡Padre, atráelos! ¡Padre, atráelos! ¡Espíritu Eterno, atráelos por medio de tu Hijo Jesucristo! Amén.