por Charles Haddon Spurgeon
"Me pusieron a guardar las viñas; y mi viña, que era mía, no guardé." Cantar de los Cantares 1: 6.
El texto es expresado en la primera persona del singular: "Me pusieron". Por tanto, queridos amigos, la predicación de esta noche ha de ser personal para ustedes: ha de ser personal primero para el predicador, y luego para cada una de las personas congregadas en esta abigarrada multitud. ¡En esta hora debemos pensar menos en los demás y más en nosotros mismos! ¡Que el sermón sea de valor práctico para nuestros propios corazones! Yo no creo que resulte ser un sermón placentero: más bien, podría ser un sermón que les contriste. Podría traerles recuerdos desdichados, pero no debemos temerle a esa santa aflicción que es salud para el alma. Puesto que en este texto la esposa habla de sí misma: "Me pusieron a guardar las viñas; y mi viña, que era mía, no guardé", cada uno de nosotros ha de copiar su ejemplo, y pensar en su propia persona.
El texto contiene el lenguaje de una queja. Todos nosotros somos muy propensos a quejarnos, especialmente de otras personas. Abrir agujeros en la reputación de otros individuos, no produce mucho bien; y, sin embargo, numerosas personas pasan horas dedicadas a esa improductiva ocupación. Sería muy bueno que, en este momento, permitamos que nuestra queja, al igual que la del texto, se enfoque a nuestra propia persona.
Si algo anda mal en casa, que el padre se culpe a sí mismo; si hay algún problema con los hijos, que la madre revise su propia conducta personal como su instructora. No prestemos atención a lo que sucede afuera, sino que debemos prestar atención a lo que ocurre en casa. Abramos un conducto que esté conectado al corazón, de tal manera que todo lo que se diga se introduzca en el espíritu y purifique al hombre interior. Desde lo profundo del corazón hagamos esta confesión: "Me pusieron a guardar las viñas; y mi viña, que era mía, no guardé."
Hagamos del texto algo práctico. No debemos quedarnos satisfechos con haber expresado el lenguaje de una queja; más bien, hemos de deshacernos de los males que deploramos. Si hemos actuado mal, debemos esforzarnos por actuar correctamente. Si hemos descuidado nuestra propia viña, debemos confesarlo con la debida humildad, pero no debemos continuar descuidándola. Hemos de pedir a Dios que broten santos resultados de las lamentaciones por nuestras propias fallas, de tal manera que, antes de muchos días, podamos comenzar a guardar cuidadosamente nuestras viñas por la gracia de Dios; y entonces cumpliremos mejor con nuestro oficio de guardadores de las viñas de otros, si fuéramos llamados a un empleo así.
Hay dos cosas sobre las cuales voy a reflexionar en este momento. La primera es que hay muchas personas cristianas -espero que sean personas cristianas- que se verán forzadas a confesar que la mayor parte de sus vidas la pasan en un quehacer que no es del tipo más elevado, y que no es propiamente el suyo. Voy a describir al obrero que ha olvidado su llamamiento celestial. Y cuando hubiere concluido con su caso -y me temo que habrá mucho acerca del tema que tenga pertinencia con muchos de nosotros- voy a tomar una perspectiva más general, y voy a tratar con los que están asumiendo otros trabajos, y están descuidando su propia vocación.
I. Primero, entonces, permítanme comenzar con EL CRISTIANO QUE HA OLVIDADO SU EXCELSO Y CELESTIAL LLAMAMIENTO. El día en que ustedes y yo nacimos de nuevo, hermanos míos, nacimos para Dios. El día en que vimos que Cristo murió por nosotros, quedamos comprometidos a morir para el mundo a partir de ese instante. El día en que fuimos resucitados por el Espíritu Santo a una vida nueva, esa vida quedó obligada a ser una vida consagrada. Por mil razones es cierto que "No sois vuestros, porque habéis sido comprados por precio."
El cristiano ideal es uno que ha sido vivificado con una vida que vive para Dios. Ha salido del dominio del mundo, de la carne y del demonio. Considera que "si uno murió por todos, luego todos murieron; y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos." Esto no podrán negarlo ustedes. ¡Amigos cristianos, ustedes admiten que tienen un llamamiento excelso, santo y celestial!
Ahora, lancemos una mirada retrospectiva. No hemos gastado nuestra vida vanamente: nos hemos visto obligados a ser guardadores de las viñas. Espero no estarme dirigiendo a nadie que haya tratado de vivir sin empleo o un trabajo de algún tipo. No, hemos trabajado, y hemos trabajado duro. La mayoría de los hombres hablan de sus salarios como "duramente ganados", y yo creo que en muchos casos dicen la pura verdad.
Muchas horas del día tienen que ser invertidas en nuestras ocupaciones. Despertamos por la mañana y pensamos en lo que tenemos que hacer. En la noche regresamos cansados a la cama por lo que hemos hecho. Así es como debe ser, pues Dios no nos hizo para que nos divirtiéramos y jugáramos, como leviatán en las profundidades. Aun en el Paraíso, el hombre recibió instrucciones de que labrara el huerto. Todo hombre debe hacer algo, especialmente todo cristiano.
Regresemos al punto donde comencé. El día en que nacimos de nuevo -todos cuantos somos nuevas criaturas en Cristo Jesús- comenzamos a vivir para Dios y no para nosotros. ¿Hemos llevado esa vida? Hemos trabajado e incluso hemos trabajado arduamente; pero nos hacemos la pregunta: ¿para qué hemos trabajado? ¿Quién ha sido nuestro jefe? ¿Con qué propósito nos hemos afanado? Por supuesto que si he sido leal a mi profesión de cristiano, entonces he vivido y he trabajado para Dios, para Cristo, para el reino de los cielos.
Pero ¿ha sido efectivamente así? Y ¿es así ahora? Muchos están trabajando muy duro por alcanzar riquezas, lo que quiere decir, por supuesto, para el yo, para verse enriquecidos. Otros trabajan por una subsistencia, lo cual significa, si no va más lejos, que lo hacen todavía para el yo. Otros trabajan para sus familias, un motivo lo suficientemente bueno a su manera, pero que sigue siendo una extensión del yo, después de todo.
El cristiano tiene que tener siempre un motivo mucho más excelso, más profundo, más puro, más verdadero que el yo en su más amplio sentido, pues, de lo contrario, el día vendrá cuando consideren su vida pasada, y digan: "Me pusieron a guardar las viñas; y mi viña, que era mía," -esto es, el servicio de Cristo, la gloria de quien me compró con Su sangre- "no guardé". Me parece que sería una terrible calamidad volver la mirada veinte años atrás, y decir: "¿qué he hecho por Cristo en todos esos veinte años? ¿Cuánta de mi energía fue invertida en un esfuerzo para darle la gloria a Él? He recibido talentos: ¿cuántos de esos talentos han sido utilizados en favor de quien me los dio? He tenido riquezas, o he tenido influencia. ¿Cuánto de ese dinero he usado específicamente para mi Señor? ¿Cuánta de esa influencia he usado para promover Su reino?" Has estado ocupado con este capricho, con ese motivo o con aquel empeño; pero, ¿has vivido como desearías haber vivido cuando estés a Su diestra rodeado de Sus glorias? ¿Has actuado de tal manera que entonces tú mismo juzgarás que has vivido bien cuando tu Dios y Señor venga para llamarte a cuentas? Pregúntate a ti mismo: "¿soy un denodado obrero conjuntamente con Dios, o soy, después de todo, un laborioso y frívolo individuo, un diligente hacedor de nada, que trabaja duro por alcanzar propósitos que no son del tipo de objetivos por los que debería trabajar, puesto que he de vivir únicamente para mi Señor?"
Invito a todos mis colegas siervos a que lancen una mirada retrospectiva y vean solamente si han guardado sus propias viñas. Yo supongo que han trabajado duro. Yo únicamente hago esta pregunta: ¿han guardado sus propias viñas? ¿Han servido al Señor en todas las cosas?
Estoy medio temeroso de dar un paso más lejos. En una buena medida, no hemos sido fieles a nuestras propias profesiones: nuestra obra más excelsa ha sido desatendida; no hemos guardado nuestras propias viñas. Al mirar hacia atrás, reconocemos: ¡cuán poco tiempo hemos pasado en comunión con Dios! ¡Qué escasa proporción de nuestros pensamientos ha sido ocupada por la meditación, la contemplación, la adoración, y otros actos de devoción! ¡Cuán parcamente hemos inspeccionado las bellezas de Cristo, Su persona, Su obra, Sus sufrimientos, Su gloria! Afirmamos que tener comunión con Cristo es "el cielo en la tierra"; pero, ¿tenemos comunión con Él? Profesamos que no hay lugar como el propiciatorio, pero, ¿cuánto tiempo pasamos en ese propiciatorio? Con frecuencia decimos que la Palabra de Dios es preciosa, que cada una de sus páginas resplandece con una luz celestial, pero, ¿la estudiamos? Amigos, ¿cuánto tiempo pasan con ella? Me atrevería a decir que la mayoría de los cristianos pasan mayor tiempo leyendo el periódico que la Palabra de Dios. Espero ser demasiado severo al decir esto, pero me temo, me temo grandemente, que no lo soy. El nuevo libro más reciente, tal vez la historieta sentimental más reciente, merezcan su atenta lectura, y en cambio, las divinas, misteriosas e indecibles profundidades del conocimiento celestial, son desatendidas por nosotros.
Nuestros antepasados puritanos eran hombres fuertes porque sus vidas se basaban en las Escrituras. Nadie se les oponía en su día, pues se alimentaban de buenas viandas, mientras que sus degenerados hijos son demasiado aficionados a los alimentos dañinos. El tamo de la ficción y el afrecho de las revistas trimestrales son pobres sustitutos del viejo trigo de la Escritura, de la flor de harina de la verdad espiritual. Ay, hermanos míos, demasiadas personas comen del verde producto de las viñas de Satanás, y desprecian enteramente los frutos de las viñas del Señor.
Piensen en nuestro descuido para con nuestro Dios, y comprueben si no es cierto que le hemos tratado muy mal. Hemos estado en el taller, hemos estado en la oficina, hemos estado en los mercados, hemos estado en los campos, hemos estado en las bibliotecas públicas, hemos estado en la sala de conferencias, hemos estado en el foro del debate; pero nuestros propios aposentos y estudios, nuestro caminar con Dios y nuestra comunión con Jesús, todo eso lo hemos descuidado en demasía.
Además, hemos permitido que la viña del santo servicio para Dios se vaya a la ruina. Yo les preguntaría: ¿qué pasa con el trabajo para el que su Dios los llamó? Los hombres se están muriendo; ¿los están salvando ustedes? Esta gran ciudad es como una caldera hirviente, que bulle y borbotea con infame iniquidad; ¿estamos haciendo algo por vía de antídoto contra el caldo del infierno que es confeccionado en esa caldera? ¿Somos en verdad nosotros un poder que trabaja por la justicia? ¿Cuánto bien hemos hecho? ¿Qué he hecho para arrebatar tizones del incendio? ¿Qué he hecho para encontrar a las ovejas perdidas por las que mi Salvador entregó Su vida? ¡Vamos, háganse estas preguntas y respóndanlas honestamente! Es más, no las evadan diciendo: "no tengo ninguna habilidad". Me temo que cuentan con una mayor habilidad de la que les permitiría dar cuentas con gozo en el último gran día.
Yo recuerdo a un joven que se quejaba de que la exigua iglesia sobre la cual presidía era muy pequeña. Decía: "no puedo hacer mucho bien. No tengo más de doscientos oyentes." Un hombre mayor replicó: "doscientos oyentes son muchísimos para tener que entregar cuentas de ellos en el último gran día."
Cuando entré por aquella puerta esta noche, y miré a estos miles de rostros, no pude evitar ponerme a temblar. ¿Cómo responderé por esta solemne responsabilidad, por este enorme rebaño en aquel último gran día? Todos ustedes tienen un rebaño de algún tipo, más grande o más pequeño. Todos ustedes tienen, como pueblo cristiano, alguien por quien tendrán que responder. ¿Han hecho la obra de su Señor en cuanto a aquellos que les han sido confiados? Oh, hombres y mujeres, ¿han buscado salvar a otros de descender al infierno? Ustedes tienen el remedio divino: ¿se lo han proporcionado a estos enfermos y moribundos? Ustedes tienen la palabra celestial que puede librarlos de la destrucción: ¿la han dicho a sus oídos, orando todo el tiempo para que Dios la bendiga para sus almas? ¿No podrían muchos de ustedes decirse: "he sido un sastre", o "he sido un tendero", o "he sido un mecánico", o "he sido un comerciante", o "he sido un médico y he atendido a estos llamamientos; pero mi propia viña, que era de mi Señor, que estaba obligado a cuidar primero que nada, no guardé"?
Bien, ahora, ¿cuál es el remedio para esto? No necesitamos hablar más de nuestras fallas; cada uno de nosotros debe hacer su propia confesión personal, y luego buscar la enmienda. Yo creo que el remedio es uno muy grato. No sucede con frecuencia que la medicina sea agradable, pero en este momento yo les prescribo una pócima encantadora. Y es que busquen el versículo siguiente a mi texto. Léanlo: "Hazme saber, oh tú a quien ama mi alma, dónde apacientas, dónde sesteas al mediodía; pues ¿por qué había de estar yo como errante junto a los rebaños de tus compañeros?" Acudan a su Señor, y en Él encontrarán el remedio para sus descuidos. Pregúntenle dónde apacienta Su rebaño, y vayan con Él. Quienes tienen comunión con Cristo poseen corazones cálidos. Quienes gozan de Su compañerismo son diligentes en el cumplimiento de su deber.
No puedo evitar recordarles algo que he mencionado con frecuencia, es decir, las palabras de nuestro Señor a la iglesia de Laodicea. Esa iglesia había llegado a ser tan mala, que Él dijo: "Te vomitaré de mi boca". Y, sin embargo, ¿cuál fue el remedio para esa iglesia? "He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo." Después de cenar con Cristo, no serás más tibio. Nadie puede decir: "no soy ni frío ni caliente" después de haber estado en Su compañía. Más bien se preguntarán: "¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino?" Si hubiese un ángel, según canta Milton, cuyo nombre es Uriel, y que vive en el sol, les garantizo que nunca sentiría frío; de igual manera, el que vive en Cristo y camina con Él, nunca es frío ni lento en el servicio divino. ¡Acudan a su Señor, entonces!
Vayan con presteza a su Señor, y pronto comenzarán a guardar su propia viña; pues en el Cantar verán que se efectuó un feliz cambio. La esposa comenzó a guardar directamente su viña, y comenzó a hacerlo de la mejor manera. En breve tiempo la encuentran diciendo: "Cazadnos las zorras, las zorras pequeñas, que echan a perder la viñas." Véanla, ella está cazando sus pecados y sus insensateces.
Más adelante la encuentran con su Señor en la viña, clamando: "Levántate, Aquilón, y ven, Austro; soplad en mi huerto, despréndanse sus aromas." Ella está guardando evidentemente su huerto, y está pidiendo que las influencias celestiales hagan que las especias y las flores desprendan su perfume. Ella bajó para ver si las viñas habían florecido y las granadas habían brotado. En seguida, con su amado, se levanta temprano para ir a la viña, y así vigilar el crecimiento de las plantas. Más adelante la encuentran hablando de todo tipo de frutas que ella ha recogido para su amado.
Así podrán ver que caminar con Cristo es la manera de guardar su propia viña y servir al Señor. Vayan y siéntense a Sus pies; recuéstense en Su pecho; descansen en Su brazo y conviértanlo en el gozo de su espíritu. ¡El Señor nos conceda, amados hermanos, que esta grata palabra que he hablado tanto para mí como para ustedes, sea bendecida para todos nosotros!
II. Ahora, me dirijo a la congregación en general, y hablo con EL HOMBRE QUE EN CUALQUIER LUGAR HUBIERE TOMADO OTRO TRABAJO, Y HUBIERE DESCUIDADO EL SUYO PROPIO. Ese hombre puede usar las palabras del texto: "Me pusieron a guardar las viñas; y mi viña, que era mía, no guardé".
Conocemos a muchas personas que siempre están haciendo muchas cosas, pero que, sin embargo, no hacen nunca nada; se trata de gente inquieta, de gente que va al frente de todo movimiento, de personas que enderezarían al mundo entero, pero que ellas mismas no son rectas. Justo antes de una elección general, hay una revelación de hombres sumamente notables; generalmente son personas que lo saben todo e incluso unas cuantas cosas más, y que, si sólo pudieran ser enviadas al Parlamento, trastornarían al mundo entero, y ordenarían al propio pandemónium (1). Pagarían la deuda nacional en un plazo de seis meses, y harían cualquier otra insignificancia que se les pudiera ocurrir. ¡Estos son hombres muy eminentes!
Yo me he topado con hombres imposiblemente grandiosos. Nadie podría ser tan grande como se sienten ellos. Constituyen un orden muy superior de personas: son reformadores, o son filósofos que saben lo que nadie más sabe, sólo que, felizmente, no han patentado el secreto y están preparados a compartirlo con otros, y por tanto, nos iluminan a todos.
Yo les sugiero a nuestros altamente dotados amigos, que es posible estar prestando atención a muchísimas cosas, y, sin embargo, estar descuidando la propia viña. Hay una viña que muchísimas personas desatienden, y es su propio corazón. Es bueno tener talento; es bueno tener influencia; pero es mejor estar bien internamente. Es bueno que un hombre vea su ganado, y cuide bien sus rebaños y sus manadas, pero no debe olvidar cultivar ese pequeño pedazo de terreno que yace en el centro de su ser. Está muy bien que eduque su mente, y se inmiscuya en todo tipo de conocimiento; pero no debe olvidar que hay otro pedazo de terreno llamado el corazón, el carácter, que es todavía más importante. Los principios rectos son oro espiritual, y quien los posee, y es gobernado por ellos, es un hombre que vive verdaderamente. El que no tiene su corazón cultivado y enderezado y puro, aparte de cualquier otra cosa que tenga, no tiene vida.
¿Han pensado alguna vez en su corazón? ¡Oh, no me refiero a si tienen palpitaciones! Yo no soy doctor. Estoy hablando ahora acerca del corazón en sus aspectos moral y espiritual. ¿Cuál es tu carácter? ¿Buscas cultivarlo? ¿Usas alguna vez el azadón para cortar esas malas hierbas que son tan abundantes en todos nosotros? ¿Riegas esas diminutas plantas de bondad que han comenzado a crecer? ¿Las vigilas para ahuyentar a las pequeñas zorras que quieren destruirlas? ¿Tienes la esperanza de que todavía haya una cosecha en tu carácter que Dios pueda ver con aprobación?
Yo pido que todos podamos ver nuestros corazones. "Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida." Pidan diariamente: "Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí"; pues si no, irán a lo largo y a lo ancho del mundo, y harán muchas cosas, y cuando lleguen al fin habrán descuidado su más noble naturaleza, y su pobre alma hambreada morirá esa segunda muerte que es la más terrible porque es la muerte eterna. ¡Cuán tremendo es que un alma muera por negligencia! ¿Cómo escaparemos los que descuidamos esta salvación tan grande? Si le damos toda la atención a nuestros cuerpos, pero no damos ninguna atención a nuestras almas inmortales, ¿cómo hemos de justificar nuestra necedad? ¡Que Dios nos salve del suicidio por negligencia! Que no tengamos que decir gimiendo eternamente estas palabras, "Me pusieron a guardar las viñas; y mi viña, que era mía, no guardé."
Ahora dejamos atrás ese punto para pensar en otra viña. ¿No están algunas personas descuidando a sus familias? Después de nuestros corazones, nuestros hogares son las viñas que estamos más obligados a cultivar. No voy a olvidar nunca a un hombre a quien conocí en mi juventud, que solía acompañarme en mis caminatas a las aldeas cuando iba a predicar. Siempre estaba dispuesto a acompañarme cualquier noche; además, yo no necesitaba pedírselo, pues él mismo se ofrecía, hasta que yo lo disuadí a propósito. A él le gustaba también predicar mucho más de lo que a otros les gustaba oírlo; pero era un hombre que se proponía estar al frente cuando podía. Aun si lo apagabas tenía la manera de volver a encenderse. Era de buena índole y difícil de reprimir. Era, así lo creo, sinceramente denodado para hacer el bien. Pero yo conocía muy bien a dos de sus hijos, que proferían juramentos horribles. Estaban listos para cualquier vicio, y no conocían freno. Uno de ellos encontró la muerte por tomar brandy excesivamente, aunque era solamente un muchacho. No creo que su padre le hubiera hablado alguna vez acerca del hábito de la intoxicación, aunque él mismo era ciertamente sobrio y virtuoso. Yo no le encontraba ninguna falla excepto esta grave falla: que raramente estaba en casa, no era el jefe del hogar, y no podía controlar a sus hijos. Ni el esposo ni la esposa ocupaban algún lugar de influencia en el hogar; eran simplemente los esclavos de sus hijos: ¡los hijos se envilecieron y ellos no los restringieron! Este hermano oraba por sus hijos en la reunión de oración, pero no creo que haya practicado alguna vez la oración familiar.
Es espantoso encontrar hombres y mujeres que hablan fluidamente acerca de la religión, pero que sus casas son una vergüenza para el cristianismo. Yo supongo que ninguno de ustedes es tan malo como eso; pero, si así fuera, por favor que estudie este texto: "Me pusieron a guardar las viñas; y mi viña, que era mía, no guardé."
El padre más cuidadoso y entregado a la oración no puede ser considerado responsable por tener hijos perversos, si ha hecho lo mejor que ha podido para instruirlos. La madre más ansiosa y llena de lágrimas no puede ser culpada cuando su hija deshonra a la familia, siempre que su madre hubiere hecho lo más que podía para educarla en el camino correcto. Pero si los padres no pueden decir que han hecho todo lo que han podido, y sus hijos se descarrían, entonces sí son censurables.
Si algunos de ellos han venido al Tabernáculo esta noche, y no saben dónde están sus hijos y sus hijas, que regresen rápidamente a casa, y los busquen. Si alguno de mis oyentes no ejerce ninguna disciplina paternal, ni busca traer a sus hijos a Cristo, yo le imploro que renuncie a cualquier tipo de trabajo público hasta no haber hecho su obra primero en casa.
¿Te ha nombrado alguien ministro pero no estás tratando de salvar a tus propios hijos? Te digo, amigo, que no creo que Dios te haya hecho un ministro; pues si te hubiera llamado, habría comenzado por hacerte un ministro para tu propia familia. "Ellos me pusieron a guardar las viñas." "Ellos" debieron haberlo sabido, y tú debiste de haberlo sabido antes de aceptar el llamamiento. ¿Cómo puedes ser un mayordomo en la grandiosa casa del Señor, cuando ni siquiera puedes gobernar tu propia casa? ¡Una maestra de la escuela dominical, que le enseña a los hijos de otras personas, pero que nunca ora con sus propios hijos! ¿Acaso no es esto algo muy triste? ¡Un maestro de una numerosa clase de jóvenes, pero que nunca les ha dado una clase a sus propios hijos e hijas! Vamos, ¿qué hará si vive para ver que sus hijos se hunden en el vicio y el pecado, y recuerde que los ha descuidado por completo?
Esto es hablar claramente; pero yo nunca uso guantes cuando predico. Yo no sé dónde corte este cuchillo; pero si causa una herida, les ruego que no le quiten su filo. ¿Acaso dicen que esto es "muy personal"? Tiene el propósito de ser personal; y si alguien es ofendido por ello, que se ofenda consigo mismo, y enmiende sus caminos. No permitan que se diga con verdad de cualquiera de nosotros: "Me pusieron a guardar las viñas; y mi viña, que era mía, no guardé."
Además de eso, cada persona que conoce al Señor debería sentir que su viña está ubicada alrededor de su propia casa. Si Dios ha salvado a tus hijos, entonces, querido amigo, procura hacer algo por tus vecinos, para los que trabajan para ti, por aquellos con quienes te asocias en la tarea diaria. Dios te ha designado para que cuides a los allegados a tu casa. Dice el dicho que 'la esposa del zapatero camina descalza'. No permitan que eso sea cierto. Comiencen por casa, y sigan adelante con los más allegados a casa. Manifiesten amor cristiano a sus vecinos. Es una gran lástima que aquel cristiano que está allá, y que vive en una parte muy oscura de Londres, venga al Tabernáculo, y haga el bien en nuestros grupos, pero que nunca hable una palabra por Jesús en la calle donde vive. ¡Mala calidad, mala calidad es la de esa sal que es sal únicamente cuando está en el salero! Arrojen a la basura ese tipo de sal. Nosotros necesitamos un tipo de sal que comience a condimentar cualquier parte del alimento que toque. Pónganla donde quieran, y si es buena sal, comienza a operar sobre cualquier objeto que se encuentre cerca.
Algunas personas son una excelente sal en el salero: también son buenas en el pastel, son hermosamente blancas si se les mira, y pueden ser cortadas en formas ornamentales; pero nunca son usadas; son conservadas meramente para ser exhibidas. Si la sal no preserva nada, deséchenla. Pregúntenle al granjero si la quiere para sus campos. "No" -les dirá- "pues no hay nada bueno en ella". La sal que no contiene salinidad no sirve para nada. Podrían regarla en los caminitos del jardín. Es buena para ser hollada bajo el pie de los hombres; pero esa es toda la utilidad que se le podría encontrar.
Oh, mis amados compañeros cristianos, no permitan que se diga que residen en un lugar al que no le hacen ningún bien de algún tipo. Estoy seguro que si hubiera un trabajo individual y personal por parte de los cristianos en las localidades donde ellos residen, Dios el Espíritu Santo bendeciría la acción unánime de Su iglesia sincera y revivida, y Londres pronto conocería que Dios tiene un pueblo en medio de ella. Si nos mantenemos alejados de las masas -si no podemos considerar trabajar en un distrito porque es demasiado bajo o demasiado pobre- habremos incumplido nuestra vocación, y al final, tendremos que lamentar: "Me pusieron a guardar las viñas; y mi viña, que era mía, no guardé."
Ustedes y yo debemos clamar potentemente al Espíritu Santo pidiéndole que nos ayude a vivir real y verdaderamente las vidas que nuestras profesiones exigen de nosotros. Vendrá el día en el que todas las idas a la iglesia y las idas a la capilla, y las predicaciones, y los himnos, y los sacramentos parecerán pelusas y material inútil, si no ha habido la sustancia de una vida real para Cristo en toda nuestra religiosidad.
¡Oh, que nos eleváramos a algo semejante a un denuedo divino! ¡Oh, que sintiéramos la grandiosidad de nuestros alrededores celestiales! ¡Nosotros no somos hombres comunes! ¡Nosotros somos amados con un amor que no es común! ¡Jesús murió por nosotros! ¡Él murió por nosotros! ¡Él murió por nosotros! ¿Y es esta pobre vida nuestra, a menudo tan insulsa y mundana, la única retribución para Él? ¡Contemplen aquel pedazo de terreno! El que lo compró pagó con Su vida por él, lo regó con sudor sangriento, y sembró en él una simiente divina. ¿Y cuál es la cosecha? Nosotros esperamos naturalmente grandes cosas. ¿Es la pobre vida famélica de muchos profesantes una adecuada cosecha para la siembra que hizo Cristo de la sangre de Su corazón? Dios el Padre, Dios el Hijo y Dios el Espíritu Santo, todos actuando, ¿y cuál es el resultado? ¡La Omnipotencia uniendo las manos con el amor, y obrando un milagro de gracia! ¿Qué resulta de ello? Un profesante a medias de la religión. ¿Es ese todo el resultado? Casi necesitarías un microscopio para descubrir el resultado de la obra de gracia en las vidas de algunas personas. ¿Tiene que ser así? ¿Será así? En el nombre del que vive y estuvo muerto, ¿te atreverías a que así sea? ¡Ayúdanos, oh Dios, para comenzar a vivir y a guardar la viña que Tú mismo nos has dado a guardar, para que podamos entregar nuestras cuentas al final con gozo y no con aflicción! Amén.
Nota del traductor:
(1) El señor Spurgeon usa en inglés la expresión: "and put even Pandemonium to rights." Pandemónium: Capital imaginaria del reino infernal. Lugar en que hay mucho ruido y confusión. Podría traducirse también como caos.
El texto contiene el lenguaje de una queja. Todos nosotros somos muy propensos a quejarnos, especialmente de otras personas. Abrir agujeros en la reputación de otros individuos, no produce mucho bien; y, sin embargo, numerosas personas pasan horas dedicadas a esa improductiva ocupación. Sería muy bueno que, en este momento, permitamos que nuestra queja, al igual que la del texto, se enfoque a nuestra propia persona.
Si algo anda mal en casa, que el padre se culpe a sí mismo; si hay algún problema con los hijos, que la madre revise su propia conducta personal como su instructora. No prestemos atención a lo que sucede afuera, sino que debemos prestar atención a lo que ocurre en casa. Abramos un conducto que esté conectado al corazón, de tal manera que todo lo que se diga se introduzca en el espíritu y purifique al hombre interior. Desde lo profundo del corazón hagamos esta confesión: "Me pusieron a guardar las viñas; y mi viña, que era mía, no guardé."
Hagamos del texto algo práctico. No debemos quedarnos satisfechos con haber expresado el lenguaje de una queja; más bien, hemos de deshacernos de los males que deploramos. Si hemos actuado mal, debemos esforzarnos por actuar correctamente. Si hemos descuidado nuestra propia viña, debemos confesarlo con la debida humildad, pero no debemos continuar descuidándola. Hemos de pedir a Dios que broten santos resultados de las lamentaciones por nuestras propias fallas, de tal manera que, antes de muchos días, podamos comenzar a guardar cuidadosamente nuestras viñas por la gracia de Dios; y entonces cumpliremos mejor con nuestro oficio de guardadores de las viñas de otros, si fuéramos llamados a un empleo así.
Hay dos cosas sobre las cuales voy a reflexionar en este momento. La primera es que hay muchas personas cristianas -espero que sean personas cristianas- que se verán forzadas a confesar que la mayor parte de sus vidas la pasan en un quehacer que no es del tipo más elevado, y que no es propiamente el suyo. Voy a describir al obrero que ha olvidado su llamamiento celestial. Y cuando hubiere concluido con su caso -y me temo que habrá mucho acerca del tema que tenga pertinencia con muchos de nosotros- voy a tomar una perspectiva más general, y voy a tratar con los que están asumiendo otros trabajos, y están descuidando su propia vocación.
I. Primero, entonces, permítanme comenzar con EL CRISTIANO QUE HA OLVIDADO SU EXCELSO Y CELESTIAL LLAMAMIENTO. El día en que ustedes y yo nacimos de nuevo, hermanos míos, nacimos para Dios. El día en que vimos que Cristo murió por nosotros, quedamos comprometidos a morir para el mundo a partir de ese instante. El día en que fuimos resucitados por el Espíritu Santo a una vida nueva, esa vida quedó obligada a ser una vida consagrada. Por mil razones es cierto que "No sois vuestros, porque habéis sido comprados por precio."
El cristiano ideal es uno que ha sido vivificado con una vida que vive para Dios. Ha salido del dominio del mundo, de la carne y del demonio. Considera que "si uno murió por todos, luego todos murieron; y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos." Esto no podrán negarlo ustedes. ¡Amigos cristianos, ustedes admiten que tienen un llamamiento excelso, santo y celestial!
Ahora, lancemos una mirada retrospectiva. No hemos gastado nuestra vida vanamente: nos hemos visto obligados a ser guardadores de las viñas. Espero no estarme dirigiendo a nadie que haya tratado de vivir sin empleo o un trabajo de algún tipo. No, hemos trabajado, y hemos trabajado duro. La mayoría de los hombres hablan de sus salarios como "duramente ganados", y yo creo que en muchos casos dicen la pura verdad.
Muchas horas del día tienen que ser invertidas en nuestras ocupaciones. Despertamos por la mañana y pensamos en lo que tenemos que hacer. En la noche regresamos cansados a la cama por lo que hemos hecho. Así es como debe ser, pues Dios no nos hizo para que nos divirtiéramos y jugáramos, como leviatán en las profundidades. Aun en el Paraíso, el hombre recibió instrucciones de que labrara el huerto. Todo hombre debe hacer algo, especialmente todo cristiano.
Regresemos al punto donde comencé. El día en que nacimos de nuevo -todos cuantos somos nuevas criaturas en Cristo Jesús- comenzamos a vivir para Dios y no para nosotros. ¿Hemos llevado esa vida? Hemos trabajado e incluso hemos trabajado arduamente; pero nos hacemos la pregunta: ¿para qué hemos trabajado? ¿Quién ha sido nuestro jefe? ¿Con qué propósito nos hemos afanado? Por supuesto que si he sido leal a mi profesión de cristiano, entonces he vivido y he trabajado para Dios, para Cristo, para el reino de los cielos.
Pero ¿ha sido efectivamente así? Y ¿es así ahora? Muchos están trabajando muy duro por alcanzar riquezas, lo que quiere decir, por supuesto, para el yo, para verse enriquecidos. Otros trabajan por una subsistencia, lo cual significa, si no va más lejos, que lo hacen todavía para el yo. Otros trabajan para sus familias, un motivo lo suficientemente bueno a su manera, pero que sigue siendo una extensión del yo, después de todo.
El cristiano tiene que tener siempre un motivo mucho más excelso, más profundo, más puro, más verdadero que el yo en su más amplio sentido, pues, de lo contrario, el día vendrá cuando consideren su vida pasada, y digan: "Me pusieron a guardar las viñas; y mi viña, que era mía," -esto es, el servicio de Cristo, la gloria de quien me compró con Su sangre- "no guardé". Me parece que sería una terrible calamidad volver la mirada veinte años atrás, y decir: "¿qué he hecho por Cristo en todos esos veinte años? ¿Cuánta de mi energía fue invertida en un esfuerzo para darle la gloria a Él? He recibido talentos: ¿cuántos de esos talentos han sido utilizados en favor de quien me los dio? He tenido riquezas, o he tenido influencia. ¿Cuánto de ese dinero he usado específicamente para mi Señor? ¿Cuánta de esa influencia he usado para promover Su reino?" Has estado ocupado con este capricho, con ese motivo o con aquel empeño; pero, ¿has vivido como desearías haber vivido cuando estés a Su diestra rodeado de Sus glorias? ¿Has actuado de tal manera que entonces tú mismo juzgarás que has vivido bien cuando tu Dios y Señor venga para llamarte a cuentas? Pregúntate a ti mismo: "¿soy un denodado obrero conjuntamente con Dios, o soy, después de todo, un laborioso y frívolo individuo, un diligente hacedor de nada, que trabaja duro por alcanzar propósitos que no son del tipo de objetivos por los que debería trabajar, puesto que he de vivir únicamente para mi Señor?"
Invito a todos mis colegas siervos a que lancen una mirada retrospectiva y vean solamente si han guardado sus propias viñas. Yo supongo que han trabajado duro. Yo únicamente hago esta pregunta: ¿han guardado sus propias viñas? ¿Han servido al Señor en todas las cosas?
Estoy medio temeroso de dar un paso más lejos. En una buena medida, no hemos sido fieles a nuestras propias profesiones: nuestra obra más excelsa ha sido desatendida; no hemos guardado nuestras propias viñas. Al mirar hacia atrás, reconocemos: ¡cuán poco tiempo hemos pasado en comunión con Dios! ¡Qué escasa proporción de nuestros pensamientos ha sido ocupada por la meditación, la contemplación, la adoración, y otros actos de devoción! ¡Cuán parcamente hemos inspeccionado las bellezas de Cristo, Su persona, Su obra, Sus sufrimientos, Su gloria! Afirmamos que tener comunión con Cristo es "el cielo en la tierra"; pero, ¿tenemos comunión con Él? Profesamos que no hay lugar como el propiciatorio, pero, ¿cuánto tiempo pasamos en ese propiciatorio? Con frecuencia decimos que la Palabra de Dios es preciosa, que cada una de sus páginas resplandece con una luz celestial, pero, ¿la estudiamos? Amigos, ¿cuánto tiempo pasan con ella? Me atrevería a decir que la mayoría de los cristianos pasan mayor tiempo leyendo el periódico que la Palabra de Dios. Espero ser demasiado severo al decir esto, pero me temo, me temo grandemente, que no lo soy. El nuevo libro más reciente, tal vez la historieta sentimental más reciente, merezcan su atenta lectura, y en cambio, las divinas, misteriosas e indecibles profundidades del conocimiento celestial, son desatendidas por nosotros.
Nuestros antepasados puritanos eran hombres fuertes porque sus vidas se basaban en las Escrituras. Nadie se les oponía en su día, pues se alimentaban de buenas viandas, mientras que sus degenerados hijos son demasiado aficionados a los alimentos dañinos. El tamo de la ficción y el afrecho de las revistas trimestrales son pobres sustitutos del viejo trigo de la Escritura, de la flor de harina de la verdad espiritual. Ay, hermanos míos, demasiadas personas comen del verde producto de las viñas de Satanás, y desprecian enteramente los frutos de las viñas del Señor.
Piensen en nuestro descuido para con nuestro Dios, y comprueben si no es cierto que le hemos tratado muy mal. Hemos estado en el taller, hemos estado en la oficina, hemos estado en los mercados, hemos estado en los campos, hemos estado en las bibliotecas públicas, hemos estado en la sala de conferencias, hemos estado en el foro del debate; pero nuestros propios aposentos y estudios, nuestro caminar con Dios y nuestra comunión con Jesús, todo eso lo hemos descuidado en demasía.
Además, hemos permitido que la viña del santo servicio para Dios se vaya a la ruina. Yo les preguntaría: ¿qué pasa con el trabajo para el que su Dios los llamó? Los hombres se están muriendo; ¿los están salvando ustedes? Esta gran ciudad es como una caldera hirviente, que bulle y borbotea con infame iniquidad; ¿estamos haciendo algo por vía de antídoto contra el caldo del infierno que es confeccionado en esa caldera? ¿Somos en verdad nosotros un poder que trabaja por la justicia? ¿Cuánto bien hemos hecho? ¿Qué he hecho para arrebatar tizones del incendio? ¿Qué he hecho para encontrar a las ovejas perdidas por las que mi Salvador entregó Su vida? ¡Vamos, háganse estas preguntas y respóndanlas honestamente! Es más, no las evadan diciendo: "no tengo ninguna habilidad". Me temo que cuentan con una mayor habilidad de la que les permitiría dar cuentas con gozo en el último gran día.
Yo recuerdo a un joven que se quejaba de que la exigua iglesia sobre la cual presidía era muy pequeña. Decía: "no puedo hacer mucho bien. No tengo más de doscientos oyentes." Un hombre mayor replicó: "doscientos oyentes son muchísimos para tener que entregar cuentas de ellos en el último gran día."
Cuando entré por aquella puerta esta noche, y miré a estos miles de rostros, no pude evitar ponerme a temblar. ¿Cómo responderé por esta solemne responsabilidad, por este enorme rebaño en aquel último gran día? Todos ustedes tienen un rebaño de algún tipo, más grande o más pequeño. Todos ustedes tienen, como pueblo cristiano, alguien por quien tendrán que responder. ¿Han hecho la obra de su Señor en cuanto a aquellos que les han sido confiados? Oh, hombres y mujeres, ¿han buscado salvar a otros de descender al infierno? Ustedes tienen el remedio divino: ¿se lo han proporcionado a estos enfermos y moribundos? Ustedes tienen la palabra celestial que puede librarlos de la destrucción: ¿la han dicho a sus oídos, orando todo el tiempo para que Dios la bendiga para sus almas? ¿No podrían muchos de ustedes decirse: "he sido un sastre", o "he sido un tendero", o "he sido un mecánico", o "he sido un comerciante", o "he sido un médico y he atendido a estos llamamientos; pero mi propia viña, que era de mi Señor, que estaba obligado a cuidar primero que nada, no guardé"?
Bien, ahora, ¿cuál es el remedio para esto? No necesitamos hablar más de nuestras fallas; cada uno de nosotros debe hacer su propia confesión personal, y luego buscar la enmienda. Yo creo que el remedio es uno muy grato. No sucede con frecuencia que la medicina sea agradable, pero en este momento yo les prescribo una pócima encantadora. Y es que busquen el versículo siguiente a mi texto. Léanlo: "Hazme saber, oh tú a quien ama mi alma, dónde apacientas, dónde sesteas al mediodía; pues ¿por qué había de estar yo como errante junto a los rebaños de tus compañeros?" Acudan a su Señor, y en Él encontrarán el remedio para sus descuidos. Pregúntenle dónde apacienta Su rebaño, y vayan con Él. Quienes tienen comunión con Cristo poseen corazones cálidos. Quienes gozan de Su compañerismo son diligentes en el cumplimiento de su deber.
No puedo evitar recordarles algo que he mencionado con frecuencia, es decir, las palabras de nuestro Señor a la iglesia de Laodicea. Esa iglesia había llegado a ser tan mala, que Él dijo: "Te vomitaré de mi boca". Y, sin embargo, ¿cuál fue el remedio para esa iglesia? "He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo." Después de cenar con Cristo, no serás más tibio. Nadie puede decir: "no soy ni frío ni caliente" después de haber estado en Su compañía. Más bien se preguntarán: "¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino?" Si hubiese un ángel, según canta Milton, cuyo nombre es Uriel, y que vive en el sol, les garantizo que nunca sentiría frío; de igual manera, el que vive en Cristo y camina con Él, nunca es frío ni lento en el servicio divino. ¡Acudan a su Señor, entonces!
Vayan con presteza a su Señor, y pronto comenzarán a guardar su propia viña; pues en el Cantar verán que se efectuó un feliz cambio. La esposa comenzó a guardar directamente su viña, y comenzó a hacerlo de la mejor manera. En breve tiempo la encuentran diciendo: "Cazadnos las zorras, las zorras pequeñas, que echan a perder la viñas." Véanla, ella está cazando sus pecados y sus insensateces.
Más adelante la encuentran con su Señor en la viña, clamando: "Levántate, Aquilón, y ven, Austro; soplad en mi huerto, despréndanse sus aromas." Ella está guardando evidentemente su huerto, y está pidiendo que las influencias celestiales hagan que las especias y las flores desprendan su perfume. Ella bajó para ver si las viñas habían florecido y las granadas habían brotado. En seguida, con su amado, se levanta temprano para ir a la viña, y así vigilar el crecimiento de las plantas. Más adelante la encuentran hablando de todo tipo de frutas que ella ha recogido para su amado.
Así podrán ver que caminar con Cristo es la manera de guardar su propia viña y servir al Señor. Vayan y siéntense a Sus pies; recuéstense en Su pecho; descansen en Su brazo y conviértanlo en el gozo de su espíritu. ¡El Señor nos conceda, amados hermanos, que esta grata palabra que he hablado tanto para mí como para ustedes, sea bendecida para todos nosotros!
II. Ahora, me dirijo a la congregación en general, y hablo con EL HOMBRE QUE EN CUALQUIER LUGAR HUBIERE TOMADO OTRO TRABAJO, Y HUBIERE DESCUIDADO EL SUYO PROPIO. Ese hombre puede usar las palabras del texto: "Me pusieron a guardar las viñas; y mi viña, que era mía, no guardé".
Conocemos a muchas personas que siempre están haciendo muchas cosas, pero que, sin embargo, no hacen nunca nada; se trata de gente inquieta, de gente que va al frente de todo movimiento, de personas que enderezarían al mundo entero, pero que ellas mismas no son rectas. Justo antes de una elección general, hay una revelación de hombres sumamente notables; generalmente son personas que lo saben todo e incluso unas cuantas cosas más, y que, si sólo pudieran ser enviadas al Parlamento, trastornarían al mundo entero, y ordenarían al propio pandemónium (1). Pagarían la deuda nacional en un plazo de seis meses, y harían cualquier otra insignificancia que se les pudiera ocurrir. ¡Estos son hombres muy eminentes!
Yo me he topado con hombres imposiblemente grandiosos. Nadie podría ser tan grande como se sienten ellos. Constituyen un orden muy superior de personas: son reformadores, o son filósofos que saben lo que nadie más sabe, sólo que, felizmente, no han patentado el secreto y están preparados a compartirlo con otros, y por tanto, nos iluminan a todos.
Yo les sugiero a nuestros altamente dotados amigos, que es posible estar prestando atención a muchísimas cosas, y, sin embargo, estar descuidando la propia viña. Hay una viña que muchísimas personas desatienden, y es su propio corazón. Es bueno tener talento; es bueno tener influencia; pero es mejor estar bien internamente. Es bueno que un hombre vea su ganado, y cuide bien sus rebaños y sus manadas, pero no debe olvidar cultivar ese pequeño pedazo de terreno que yace en el centro de su ser. Está muy bien que eduque su mente, y se inmiscuya en todo tipo de conocimiento; pero no debe olvidar que hay otro pedazo de terreno llamado el corazón, el carácter, que es todavía más importante. Los principios rectos son oro espiritual, y quien los posee, y es gobernado por ellos, es un hombre que vive verdaderamente. El que no tiene su corazón cultivado y enderezado y puro, aparte de cualquier otra cosa que tenga, no tiene vida.
¿Han pensado alguna vez en su corazón? ¡Oh, no me refiero a si tienen palpitaciones! Yo no soy doctor. Estoy hablando ahora acerca del corazón en sus aspectos moral y espiritual. ¿Cuál es tu carácter? ¿Buscas cultivarlo? ¿Usas alguna vez el azadón para cortar esas malas hierbas que son tan abundantes en todos nosotros? ¿Riegas esas diminutas plantas de bondad que han comenzado a crecer? ¿Las vigilas para ahuyentar a las pequeñas zorras que quieren destruirlas? ¿Tienes la esperanza de que todavía haya una cosecha en tu carácter que Dios pueda ver con aprobación?
Yo pido que todos podamos ver nuestros corazones. "Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida." Pidan diariamente: "Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí"; pues si no, irán a lo largo y a lo ancho del mundo, y harán muchas cosas, y cuando lleguen al fin habrán descuidado su más noble naturaleza, y su pobre alma hambreada morirá esa segunda muerte que es la más terrible porque es la muerte eterna. ¡Cuán tremendo es que un alma muera por negligencia! ¿Cómo escaparemos los que descuidamos esta salvación tan grande? Si le damos toda la atención a nuestros cuerpos, pero no damos ninguna atención a nuestras almas inmortales, ¿cómo hemos de justificar nuestra necedad? ¡Que Dios nos salve del suicidio por negligencia! Que no tengamos que decir gimiendo eternamente estas palabras, "Me pusieron a guardar las viñas; y mi viña, que era mía, no guardé."
Ahora dejamos atrás ese punto para pensar en otra viña. ¿No están algunas personas descuidando a sus familias? Después de nuestros corazones, nuestros hogares son las viñas que estamos más obligados a cultivar. No voy a olvidar nunca a un hombre a quien conocí en mi juventud, que solía acompañarme en mis caminatas a las aldeas cuando iba a predicar. Siempre estaba dispuesto a acompañarme cualquier noche; además, yo no necesitaba pedírselo, pues él mismo se ofrecía, hasta que yo lo disuadí a propósito. A él le gustaba también predicar mucho más de lo que a otros les gustaba oírlo; pero era un hombre que se proponía estar al frente cuando podía. Aun si lo apagabas tenía la manera de volver a encenderse. Era de buena índole y difícil de reprimir. Era, así lo creo, sinceramente denodado para hacer el bien. Pero yo conocía muy bien a dos de sus hijos, que proferían juramentos horribles. Estaban listos para cualquier vicio, y no conocían freno. Uno de ellos encontró la muerte por tomar brandy excesivamente, aunque era solamente un muchacho. No creo que su padre le hubiera hablado alguna vez acerca del hábito de la intoxicación, aunque él mismo era ciertamente sobrio y virtuoso. Yo no le encontraba ninguna falla excepto esta grave falla: que raramente estaba en casa, no era el jefe del hogar, y no podía controlar a sus hijos. Ni el esposo ni la esposa ocupaban algún lugar de influencia en el hogar; eran simplemente los esclavos de sus hijos: ¡los hijos se envilecieron y ellos no los restringieron! Este hermano oraba por sus hijos en la reunión de oración, pero no creo que haya practicado alguna vez la oración familiar.
Es espantoso encontrar hombres y mujeres que hablan fluidamente acerca de la religión, pero que sus casas son una vergüenza para el cristianismo. Yo supongo que ninguno de ustedes es tan malo como eso; pero, si así fuera, por favor que estudie este texto: "Me pusieron a guardar las viñas; y mi viña, que era mía, no guardé."
El padre más cuidadoso y entregado a la oración no puede ser considerado responsable por tener hijos perversos, si ha hecho lo mejor que ha podido para instruirlos. La madre más ansiosa y llena de lágrimas no puede ser culpada cuando su hija deshonra a la familia, siempre que su madre hubiere hecho lo más que podía para educarla en el camino correcto. Pero si los padres no pueden decir que han hecho todo lo que han podido, y sus hijos se descarrían, entonces sí son censurables.
Si algunos de ellos han venido al Tabernáculo esta noche, y no saben dónde están sus hijos y sus hijas, que regresen rápidamente a casa, y los busquen. Si alguno de mis oyentes no ejerce ninguna disciplina paternal, ni busca traer a sus hijos a Cristo, yo le imploro que renuncie a cualquier tipo de trabajo público hasta no haber hecho su obra primero en casa.
¿Te ha nombrado alguien ministro pero no estás tratando de salvar a tus propios hijos? Te digo, amigo, que no creo que Dios te haya hecho un ministro; pues si te hubiera llamado, habría comenzado por hacerte un ministro para tu propia familia. "Ellos me pusieron a guardar las viñas." "Ellos" debieron haberlo sabido, y tú debiste de haberlo sabido antes de aceptar el llamamiento. ¿Cómo puedes ser un mayordomo en la grandiosa casa del Señor, cuando ni siquiera puedes gobernar tu propia casa? ¡Una maestra de la escuela dominical, que le enseña a los hijos de otras personas, pero que nunca ora con sus propios hijos! ¿Acaso no es esto algo muy triste? ¡Un maestro de una numerosa clase de jóvenes, pero que nunca les ha dado una clase a sus propios hijos e hijas! Vamos, ¿qué hará si vive para ver que sus hijos se hunden en el vicio y el pecado, y recuerde que los ha descuidado por completo?
Esto es hablar claramente; pero yo nunca uso guantes cuando predico. Yo no sé dónde corte este cuchillo; pero si causa una herida, les ruego que no le quiten su filo. ¿Acaso dicen que esto es "muy personal"? Tiene el propósito de ser personal; y si alguien es ofendido por ello, que se ofenda consigo mismo, y enmiende sus caminos. No permitan que se diga con verdad de cualquiera de nosotros: "Me pusieron a guardar las viñas; y mi viña, que era mía, no guardé."
Además de eso, cada persona que conoce al Señor debería sentir que su viña está ubicada alrededor de su propia casa. Si Dios ha salvado a tus hijos, entonces, querido amigo, procura hacer algo por tus vecinos, para los que trabajan para ti, por aquellos con quienes te asocias en la tarea diaria. Dios te ha designado para que cuides a los allegados a tu casa. Dice el dicho que 'la esposa del zapatero camina descalza'. No permitan que eso sea cierto. Comiencen por casa, y sigan adelante con los más allegados a casa. Manifiesten amor cristiano a sus vecinos. Es una gran lástima que aquel cristiano que está allá, y que vive en una parte muy oscura de Londres, venga al Tabernáculo, y haga el bien en nuestros grupos, pero que nunca hable una palabra por Jesús en la calle donde vive. ¡Mala calidad, mala calidad es la de esa sal que es sal únicamente cuando está en el salero! Arrojen a la basura ese tipo de sal. Nosotros necesitamos un tipo de sal que comience a condimentar cualquier parte del alimento que toque. Pónganla donde quieran, y si es buena sal, comienza a operar sobre cualquier objeto que se encuentre cerca.
Algunas personas son una excelente sal en el salero: también son buenas en el pastel, son hermosamente blancas si se les mira, y pueden ser cortadas en formas ornamentales; pero nunca son usadas; son conservadas meramente para ser exhibidas. Si la sal no preserva nada, deséchenla. Pregúntenle al granjero si la quiere para sus campos. "No" -les dirá- "pues no hay nada bueno en ella". La sal que no contiene salinidad no sirve para nada. Podrían regarla en los caminitos del jardín. Es buena para ser hollada bajo el pie de los hombres; pero esa es toda la utilidad que se le podría encontrar.
Oh, mis amados compañeros cristianos, no permitan que se diga que residen en un lugar al que no le hacen ningún bien de algún tipo. Estoy seguro que si hubiera un trabajo individual y personal por parte de los cristianos en las localidades donde ellos residen, Dios el Espíritu Santo bendeciría la acción unánime de Su iglesia sincera y revivida, y Londres pronto conocería que Dios tiene un pueblo en medio de ella. Si nos mantenemos alejados de las masas -si no podemos considerar trabajar en un distrito porque es demasiado bajo o demasiado pobre- habremos incumplido nuestra vocación, y al final, tendremos que lamentar: "Me pusieron a guardar las viñas; y mi viña, que era mía, no guardé."
Ustedes y yo debemos clamar potentemente al Espíritu Santo pidiéndole que nos ayude a vivir real y verdaderamente las vidas que nuestras profesiones exigen de nosotros. Vendrá el día en el que todas las idas a la iglesia y las idas a la capilla, y las predicaciones, y los himnos, y los sacramentos parecerán pelusas y material inútil, si no ha habido la sustancia de una vida real para Cristo en toda nuestra religiosidad.
¡Oh, que nos eleváramos a algo semejante a un denuedo divino! ¡Oh, que sintiéramos la grandiosidad de nuestros alrededores celestiales! ¡Nosotros no somos hombres comunes! ¡Nosotros somos amados con un amor que no es común! ¡Jesús murió por nosotros! ¡Él murió por nosotros! ¡Él murió por nosotros! ¿Y es esta pobre vida nuestra, a menudo tan insulsa y mundana, la única retribución para Él? ¡Contemplen aquel pedazo de terreno! El que lo compró pagó con Su vida por él, lo regó con sudor sangriento, y sembró en él una simiente divina. ¿Y cuál es la cosecha? Nosotros esperamos naturalmente grandes cosas. ¿Es la pobre vida famélica de muchos profesantes una adecuada cosecha para la siembra que hizo Cristo de la sangre de Su corazón? Dios el Padre, Dios el Hijo y Dios el Espíritu Santo, todos actuando, ¿y cuál es el resultado? ¡La Omnipotencia uniendo las manos con el amor, y obrando un milagro de gracia! ¿Qué resulta de ello? Un profesante a medias de la religión. ¿Es ese todo el resultado? Casi necesitarías un microscopio para descubrir el resultado de la obra de gracia en las vidas de algunas personas. ¿Tiene que ser así? ¿Será así? En el nombre del que vive y estuvo muerto, ¿te atreverías a que así sea? ¡Ayúdanos, oh Dios, para comenzar a vivir y a guardar la viña que Tú mismo nos has dado a guardar, para que podamos entregar nuestras cuentas al final con gozo y no con aflicción! Amén.
Nota del traductor:
(1) El señor Spurgeon usa en inglés la expresión: "and put even Pandemonium to rights." Pandemónium: Capital imaginaria del reino infernal. Lugar en que hay mucho ruido y confusión. Podría traducirse también como caos.