SOLO ESCRITURA,SOLO GRACIA,SOLA FE,SOLO CRISTO,SOLO A DIOS LA GLORIA.“Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén” Romanos 11:36

La pureza y equidad de Job

Juan Calvino
 
Si fue mi corazón engañado acerca de mujer, y si estuve acechando a la puerta de mi prójimo, muela para otro mi mujer, y sobre ella otros se encorven. Porque es maldad e iniquidad que han de castigar los jueces. Porque es fuego que devoraría hasta el Abadón, y consumiría toda mi hacienda. Si hubiera tenido en poco el derecho de mi siervo y de mi sierva, cuando ellos contendían conmigo, ¿Qué haría yo cuando Dios se levantase? Y cuando él preguntara, ¿qué le respondería yo? El que en el vientre mi hizo a mí, ¿no lo hizo a él? Y no nos dispuso uno mismo en la matriz! (Job 31:9-15).
Aquí tenemos dos declaraciones de parte de Job, que son dignas de ser notadas. Una es que ha vivido en tanta castidad que delante de Dios es puro no habiendo tratado de seducir a ninguna mujer. La segunda es que no ha sido orgulloso ni cruel contra aquellos que le eran subordinados. Y aunque fue puesto sobre sus semejantes, teniendo incluso poder sobre ellos, él se mostró humano y modesto. Ahora tenemos que recordar lo que se discutió anteriormente; es decir, que Job, al afirmar que anduvo rectamente delante de Dios y de haber conversado con los hombres sin hacer daño a nadie, no se refiere a un solo aspecto, sino que abarca a toda la ley de Dios, y de todas las cosas contenidas allí deduce cómo también nosotros tenemos que ser especialmente amonestados por ellas. Porque (como hemos demostrado) no es suficiente con que tratemos de cumplir nuestro deber con respecto a un solo artículo, si entre tanto omitimos todo el resto. Porque Dios no quiere que las cosas que ha unido en su ley sean separadas o desarticuladas. Recordemos entonces lo que ya ha sido expuesto sobre esto. Ahora sigamos el orden observado aquí por Job, hasta que el resto haya sido agregado. En cuanto a lo que dice del adulterio, el sentido es que él mismo está dispuesto a soportar la vergüenza de que su esposa sea expuesta a adúlteros si él ha intentado seducir a alguna mujer. "Que otros" dice, "se encorven sobre mi mujer," que ella sufra tal vileza, que yo también lo soporte con respecto a mí mismo; "si mi corazón ha sido seducido, o si estuve acechando" dice Job, "a la puerta de mi prójimo," es decir "si he estado espiando para hacer el mal." Luego declara por qué considera al adulterio algo tan horrible. "Porque es" dice, "maldad e iniquidad que han de castigar los jueces," es decir, "digno de ser condenado. Es fuego que devoraría, y que quitaría la raíz de mi sustento." Así es entonces, cómo Job fue guardado en castidad y no fue dado a la hediondez del adulterio; es que sabía que era una cosa detestable, y que Dios no lo soportaba. Ahora, en cuanto al castigo que menciona aquí, es el pago justo de fornicarios y adúlteros,1 es decir, así como hicieron a otros, lo mismo les sea hecho a ellos; y no es solamente en este pasaje que ello se menciona, sino que tenemos el ejemplo más notable en la persona de David; porque si bien fue un santo profeta, y un rey escogido de en medio de toda la humanidad, teniendo testimonio de que Dios lo halló conforme a su corazón; sin embargo, por haber declinado repentinamente, y por haberse adueñado de la mujer de otro, vemos el castigo que le sobrevino; la maldición de Dios le es declarada por el profeta Natán. "Tú lo has hecho en secreto, pero te será devuelto en público; el sol," dice el profeta, "será testigo de ello." David había obrado con tal artimaña que pensó que su pecado no sería conocido por el mundo, y que sería librado de él puesto que no había reproche ni murmuración en contra suya; pero Dios vengó esa hipocresía y le dijo que si bien lo había hecho en secreto, su pecado tendría que ser publicado y él tendría que ser difamado, para que el pecado pudiera ser conocido por todos. ¿Y cómo? Es algo tremendo que su propio hijo viniera a causar el sonido de trompeta para reunir a la gente y para que las esposas del rey se vieran expuestas a toda vileza. Existe un incesto contrario a la naturaleza. Pero Dios declara que esto no ocurriría por casualidad.2 "Soy yo," dice el Señor, "quien lo ha causado." Como diciendo, "Que ninguno considere a la persona de Absalón sin ir más al fondo. Es cierto que debe considerarse como algo detestable que haya violado así el orden de la naturaleza, pervirtiendo todo honor, y trayendo esta vergüenza a su padre; no obstante, fui yo quien estuvo obrando aquí, y no se debe suponer que esto haya ocurrido por accidente;3 sino que soy yo quien lo ha hecho," dice el Señor. Puesto que Dios no protegió a un profeta como él, un hombre investido de tal excelencia como la que hemos dicho, y que en toda su vida había andado en integridad, excepto por esta caída por causa de la mujer de Urías; si entonces Dios fue tan severo con David, a quien había elegido, ¿corno va a proteger a adúlteros que convierten la seducción de mujeres ajenas en un negocio común, que están al acecho para triunfar en sus malvados proyectos? ¿No tendrían que sentir que hay un Juez en el cielo, que no permitirá que tal maldad quede sin ser castigada? Dios causa entonces una vergüenza similar para que vuelva sobre esas personas, solamente para que reconozcan que han recibido un salario justo, tal como lo han merecido, y para que aprendan a humillarse ellos mismos delante de Dios. Además, esta amenaza debería aplacar mejor las tentaciones de aquellos que tienen algún temor de Dios, oyendo que si abusan de las mujeres de otros, también será preciso que sus mujeres sean violadas, corrompidas, y que Dios levantará adúlteros que ejecutarán, por así decirlo, su justicia. Si una persona tiene alguna gota de temor de Dios, y un poco de razonamiento, ciertamente se mantendrá bajo control, oyendo tal amenaza mediante la cual Dios le extiende una advertencia. Y para que cada uno todavía saque provecho de este pasaje, y por el hecho de ver que Dios no puede permitir semejante maldad, aprendamos a orar de tal manera a él que pueda gobernarnos de modo que nuestros malos deseos puedan ser domados/ y que esta malvada codicia no tenga dominio sobre nosotros y realmente no tenga ni acceso ni lugar allí. Con esto es suficiente para un ítem. Sin embargo, notemos qué más se dice acerca del crimen, para que no nos parezca extraño que Dios lo castigue tan severamente; porque siempre queremos medir los pecados con nuestras escalas, y traemos una balanza falsa (como se dijo ayer), quisiéramos, si nos fuera posible, argumentar con Dios y acusarlo de excesiva severidad cuando castiga nuestros pecados.
Y por ese motivo he dicho que debemos observar bien lo que Job continúa diciendo, "Porque es maldad," dice "demasiada grande, y una enormidad para ser condenada, es como un fuego que arde para devorar cada cosa a perdición." Esto significa que no debemos juzgar el adulterio conforme a la opinión común de los hombres que no hacen sino burlarse de él; porque vemos que hay chistes al respecto dando vueltas, y que muchas personas que desprecian a Dios y profanos que se mofan de ello. Se oirá esta blasfemia diabólica, "Es un pecado venial, por eso tiene que ser perdonado," y cosas similares; pero esto no ha comenzado hoy. Y también es por eso que San Pablo, habiendo hablado del adulterio, dice (Efesios 5:6) "Amigos míos, estén atentos para no ser tentados con palabras; pues por este motivo la ira de Dios viene sobre los incrédulos." Satanás las ya había embriagado al mundo a tal extremo con cuentos sucios que el adulterio ya no era considerado tan detestable como tendría que ser. San Pablo dice que los hombres charlarán y se adularán mutuamente usando esas mofas en vano. ¿Y por qué? La ira de Dios seguirá de todos modos su curso habiendo mostrado desde siempre que el adulterio le era insoportable. En efecto, debiéramos notar, en primer lugar, que es para corromper nuestros cuerpos que debieran ser templos del Espíritu Santo. Otros pecados, dice San Pablo (I Corintios 6:18p son cometidos de tal manera que su mancha y su marca no permanecen en el cuerpo del hombre, como el de la fornicación; porque pareciera que los fornicarios y las fornicarias están dispuestos a la desgracia trayendo su inmundicia y vergüenza delante de Dios. Si supiéramos que por la fornicación se profana el templo de Dios y del Santo Espíritu; que con ella uno separa los miembros del cuerpo de nuestro Señor Jesucristo, ¡oh! ciertamente que tendríamos mayor horror ante este pecado del que tenemos. Y luego, cuando el adulterio es unido a la fornicación6 es para pervertir toda rectitud y equidad humana. Si uno roba los bienes de otro, el castigo será ejecutado, todo el mundo rechazará al ladrón, gritarán detrás de él, le golpearán en la cara; y el adulterio no es simple ratería; porque con él no se roba los bienes y el sustento de otro, uno roba el honor y todo lo demás, y no solamente a los que ya han nacido, sino a aquellos que aun no están formados en el vientre. Y luego, ¿No es el matrimonio un pacto sagrado, tal como lo llama el Señor en las escrituras? Si alguien en una venta ha falsificado el contrato, o si asume un título falso sobornando a algún falso testigo, habrá castigo y debe haber castigo. Ahora aquí está el mayor de los contratos que se puede hacer en el mundo que es violado y falsificado. Se hace una declaración tan solemne de la fidelidad, afirmando que el esposo posee a la esposa y la esposa al marido; vienen aquí al templo como a la presencia de Dios, se le invocará para que sea Juez y declare si cada uno ha cumplido lo que promete; y todo ello será destruido, de manera entonces, si reconocemos estas cosas, es cierto que fornicarios y adúlteros no debieran ser tolerados como lo son; sino que cada uno debiera considerarlos un horror, ni siquiera debiera haber quien controle sus sentimientos contra ellos, nadie que no sea su juez; y esta declaración debiera ser para ley y regla; y cada vez que haya alguien tan malvado que no pueda ser retenido por el temor a Dios, por la religión, los tales debieran, de todos modos, tener miedo a esta amenaza; en resumen, es cierto que debiera haber mayor celo para cortar semejante mal de en medio de nosotros. Con esto vemos entonces que existen muchos que profesan el evangelio pero apenas se preocupan por lo que se demuestra en contra de ellos; y aunque piensen "este es Dios el que habla," ello no los mueve. ¿Y por qué no? Porque Satanás los ha marcado; han sido arrastrados tan lejos que ya no tienen razón ni inteligencia en ellos. Y por eso recordemos tanto más la lección contenida aquí, Entonces, cuando dice, "Fornicación es una gran maldad,^ y es iniquidad para ser condenada," cada uno se presente ante el juicio de Dios, y seamos sabios para conservarnos sin contaminación. Y puesto que esto es una virtud más que humana, y que seguramente es necesario que Dios obre para destruir todas las malvadas codicias oremos a él que por su Santo Espíritu pueda gobernarnos de tal manera que lleguemos a detestar este pecado, y que también siempre podamos tener ante nuestros ojos la venganza de la cual se habla aquí. Y aunque Dios tal vez no castigue a los fornicarios y adúlteros de la manera revelada aquí, sepamos que tiene diversos medios, de tal manera que no podremos escapar de su mano. Cuando un hombre haya seducido a la mujer de otro, si Dios no permite que la esposa del culpable caiga en semejante inmundicia (porque podría ocurrir que un hombre tenga una mujer virtuosa, y que Dios se apiade de ella, para que sea protegida, no sea abandonada al mal, aunque su esposo sea un hombre malvado), no por eso debe pensar el esposo, que tiene motivos para salir mejor; porque Dios sabe bien como encontrar otro medio de castigo. Reconozcamos entonces que tiene suficientes castigos en sus cofres, como se dice en el cántico de Moisés (Deuteronomio 32:34). Porque tiene azotes terribles que nos son desconocidos, y que puede exhibir cada vez que la parezca bien; anticipemos su juicio, y rindámosle temor y reverencia, viendo que nos concede la gracia de advertirnos antes que su mano venga sobre nosotros.
Y luego, si todavía somos tan indiferentes como para no sentir la amonestación que se nos da aquí, notemos que el Espíritu Santo repite esta amenaza cuando dice, "Es un fuego que devora a cada uno a perdición, es para cortar su sustento de raíz." Los hombres ciertamente tienen que ser más que brutos, si esto no los despierta al menos; porque no solamente se dice que "es maldad, un pecado que merece ser castigado"; sino que "es fuego que lo consume todo, que va directamente a la raíz, es una perdición extrema, no quedará sustento alguno que no sea raído." Entonces, al oír que Dios nos amenaza de tal manera a efectos de que ira sea expuesta en forma terrible, ¿no deberíamos pensar, ahora o nunca, en nosotros? Y además, practiquemos esta doctrina de dos maneras, es decir, que cada uno la aproveche por propio derecho; y luego, tratemos también, tanto como nos sea posible, que cada uno, de acuerdo a su situación y vocación, de corregir este mal cuando lo encontremos en medio de la gente, a efectos de que seamos limpios de él. En cuanto al primero, que cada uno se examine a sí mismo, y que controle bien todos sus sentimientos, por temor a ser seducido. Ya hemos demostrado que no será suficiente que una persona sea impedida de cometer el acto, sino que debe guardar cuidadosamente sus ojos, de manera de no mirar a nadie sin la debida castidad. Porque aquel que haya mirado a la esposa de otro con una mala codicia, ya es juzgado delante de Dios como fornicario y adúltero. ¿Y qué ocurrirá entonces, si miramos al corazón, y si luego venimos para espiar y acechar a efectos de seducir a una mujer? Tanto más entonces, debemos ser vigilantes para mantener bajo control nuestras codicias, y en la medida en que estas sean intensas, que cada uno también piense en sí mismo, permanezcamos bajo control en el temor de Dios. Además, considerando una amenaza tan horrible que él proclama contra esto, tengamos el celo de corregir a los fornicarios cuando vemos que tienen dominio en nuestro medio; porque si los permitimos, y si son alimentados por nuestra indiferencia, seremos considerados ante Dios como aborregados y rufianes. No deben ser excusados; porque aquel que cierra un ojo, o es ciego y permite lo que hacen los fornicarios no puede ser exento delante de Dios de ser aborregado (como ya he dicho); y conforme a lo que hay en nosotros, no hacemos sino acumular leña para la ira de Dios. Si la casa de un fornicario tiene que ser consumida, y el fuego debiera devorar todo allí - y nosotros, por nuestra parte, no seguimos el consejo de no extinguirlo, motivando que los fornicarios no se pongan de moda en nuestro medio, y que sean algo común y permitido, el fuego tiene que ser encendido en toda la ciudad, y en todo el país, y tenemos que experimentar la maldición de Dios que nos socava por culpa de ellos y debiéramos ser enteramente consumidos. Y en cuanto a lo que se dice aquí, refiriéndose especialmente a los jueces, los que tienen la responsabilidad y el oficio de castigar los pecados, que se miren cuidadosamente a sí mismos; porque serán doblemente aborregados y doblemente rufianes delante de Dios si permiten que los fornicarios pasen delante de sus ojos, y ellos los ocultan, sin tomar nota de ellos, dándose incluso por satisfechos ya que los mismos estarán cada vez más de moda. Esto es entonces lo que debemos notar de este pasaje. Además, seamos instruidos para no ser retenidos solamente por el temor forzado de cometer el acto de fornicación; sino que viendo que Dios ha ejercido su gracia escogiéndonos a ser templos de su Santo Espíritu, y que nos ha acercado a sí mismo, oremos que quiera darnos la gracia de servirle en toda pureza, no solamente del cuerpo, sino también de la mente. Y puesto que estamos injertados en el cuerpo de nuestro Señor Jesucristo, y él nos ha unido a sí mismo como miembros suyos; estudiemos cómo evitarle la vergüenza de acercarnos contaminados con semejante suciedad.
Así es entonces, cómo los creyentes debieran ser inducidos a la castidad, no solamente por un temor forzado, sino reconociendo la gracia y el honor que Dios les ha hecho; así cómo estuvo dispuesto a acercarse a ellos, que entonces, también ellos no hagan sino pedir para acercarse a él por los medios de nuestro Señor Jesucristo. Suficiente con esto en cuanto a la declaración que Job hizo aquí contra los fornicarios. Vengamos ahora a la segunda declaración que Job presenta; es que no solamente no violó el derecho de otro, sino que incluso no usó de orgullo o crueldad hacia aquellos que le estaban sujetos. Los siervos y las siervas de aquel tiempo no eran como los de hoy; no eran tenidos por contrato, como empleados, como personas pagadas; sino que eran esclavos toda su vida, de modo que eran poseídos como asnos y bueyes. Y esto es muy digno de ser notado; porque si bien, conforme al derecho humano, un señor podía tener dominio tanto sobre la muerte como sobre la vida de su servidumbre, no obstante, vemos la conducta de Job; es decir, se retuvo, y él mismo se impuso ley, puesto que sabía, que conforme a Dios aquellos que tienen tal señorío no deben abusar de él, no tienen que ser tiranos, no deben pisotear a criaturas razonables. Seguramente tenemos que notar entonces, cuál era la calidad y las condiciones de los siervos de aquel tiempo; porque esto es para reconocer mejor el humanitarismo de Job y la rectitud que practicó, no permitiéndose él mismo aquello que le hubiera sido permitido desde el punto de vista de los hombres; porque Job veía bien que, de acuerdo a Dios, ello no era lícito.
Ahora notemos las palabras que usa: "Si yo he rehusado, " dice, "el derecho de mi siervo y de mi sierva, cuando ellos contendían conmigo." Porque la palabra que usa aquí significa "pelear," "debatir" y "tener alguna diferencia," o "juicio." Con esto Job indica que aunque podría haberles cerrado la boca a sus siervos y siervas, y aunque podía haberlos golpeado cada vez que le hubiera parecido bien, de manera que ninguno se habría irritado contra él. Sin embargo, les dio libertad para presentar sus casos; como al estar él enojado, si había excusas razonables, sus siervos y siervas podían debatir francamente sus casos y demostrar su derecho, de manera que Job no los oprimiera por la fuerza. Vemos entonces que no tenía ni orgullo ni crueldad. Ahora declara más plenamente de qué manera pudo controlar sus pasiones, al extremo de ser tan humano de soportar a sus inferiores; "porque," dice, "el que los ha hecho a ellos también me ha hecho a mí, todos hemos sido formados de Uno." Esto podría interpretarse como que hemos sido formados en un mismo vientre, es decir, que todos somos descendientes de Adán, todos somos de la misma naturaleza; pero el significado tiene que ser llevado aun más lejos. Entonces, Job considera dos cosas al soportar a sus siervos y siervas. La primera es que tenemos un Creador común, que todos descendemos de Dios; y luego, que hay una misma naturaleza, de manera que tenemos que llegar a la conclusión de que todos los hombres, aunque tal vez sean de baja condición y despreciados de acuerdo al mundo, sin embargo, tienen hermandad con nosotros. Porque aquel que no condesciende a reconocer a un hombre como a su hermano tiene que convertirse él mismo en buey, o león, u oso, o alguna otra bestia salvaje, y tiene que renunciar a la imagen de Dios que está impresa en todos nosotros. Estas son las dos razones presentadas aquí por Job.
Consecuentemente su conclusión es, "¿Qué haría yo cuando Dios me visitara? ¿No se levantaría contra mí? ¿Podría yo existir* delante de su rostro?" Cuando él me llame a rendir cuentas de toda mi vida, ¿cómo podría responder si yo no hubiera sido humano con mis siervos?" Este es un pasaje que implica una doctrina grande y muy útil, siempre y cuando sepamos aprovecharla. Porque si tenemos que ser humanos hacia nuestros inferiores, de modo que, teniendo los medios para oprimirlos, tengamos que imponernos ley y medida y gobernarnos a nosotros mismos, ¿cuánto más hacia aquellos que son iguales a nosotros? Porque pareciera que si alguien me es sujeto, me tendría que ser lícito usar de tal autoridad, que él no pueda hablar, y que yo pudiera hacerle cualquier cosa. Como vemos que los hombres actualmente se convencen ellos mismos de ser mucho más de lo que realmente son; y si Dios les da alguna porción de autoridad, ellos la aumentarán de tal manera que no habrá ni fin ni medios. No obstante, debiéramos proteger a aquellos que son inferiores a nosotros, y sobre los cuales hemos sido puestos. ¿Qué pasará entonces cuando tengamos que ver con nuestros iguales o superiores? Un señor será condenado delante de Dios si ha oprimido a su siervo con violencia, si él mismo se ha levantado con tal presunción y arrogancia que ya no permite a su siervo mantener un buen argumento; ¿y qué pasará si el siervo es rebelde contra su señor? ¿Qué pasará si un hijo se levanta contra su padre, o un súbdito contra su superior? Es cierto, esto es menos soportable.
Entonces vemos aquí una doctrina general y común; es que en primer lugar aquellos que han sido elevados a alguna dignidad debieran reconocer que Dios no los ha puesto allí para aflojar las riendas, para molestar a otros y para mantenerlos bajo sus pies; sin que ellos siempre tengan que mantenerse en humildad y modestia. Suficiente con esto para un ítem. Porque la autoridad que existe entre los hombres debiera ser valorada de tal manera que aquel que sirve y es pequeño, no por eso sea despreciado. Es cierto que un hombre quisiera tener una sierva en su casa, y no hay sierva más noble que ella; entonces, un hombre quisiera ser oído y obedecido solamente en su casa. Ahora vemos, sin embargo, que un señor no tendrá tal dominio sobre sus siervos y siervas que no tenga la obligación de escucharlos pacíficamente cuando se les ha hecho daño. Entonces, si un hombre en su casa privada debiera usar de tal humanitarismo hacia los que le son inferiores, ¿qué será de aquellos que tienen la autoridad de la justicia?
Porque no tiene dominio sobre sus siervos y siervas como los señores. Existe una autoridad y una preeminencia honorable pero no es para dominar de tal manera a otros, que éstos estén en servidumbre; al contrario, que los reyes y príncipes no se adulen a sí mismos dando la impresión de que el mundo ha sido creado para ellos, porque ellos han sido creados para la multitud. ¿Acaso los principados y reinos no fueron establecidos por Dios para el bien común? No era solamente para poner a dos o tres de ellos encima de otros. De ninguna manera; en cambio, es para que haya un poco de orden en la humanidad y un poco de buena conducta. Entonces, los reyes y príncipes debieran considerar cómo conducir a sus subordinados, a efectos de no pisotearlos, y para no ejercer tiranía sobre ellos; porque serán mucho menos excusables que los amos cuando haya tratado cruelmente a sus siervos y siervas. Entonces es algo tanto menos permitido a aquellos que son llamados para administrar justicia, a aquellos que están puestos como siervos de Dios para administrar el derecho a cada uno. Si se olvidan o si son descarriados por el orgullo, Dios seguramente tendrá que castigarlos con mucha mayor severidad que a los amos que hicieron alguna violencia o algún daño a sus hermanos subordinados. Además, ¿es esa la forma en que aquellos que tienen alguna autoridad se erguirán? ¿Qué de aquellos que son de la misma condición? ¿Cómo ha de vivir cada uno con su pariente y con su prójimo? Si una persona se levanta por sí misma cuando debiera reconocer la igualdad de aquellos que la acompañan, de manera de embestirlos como un toro (les pregunto), ¿no es necesario que semejante orgullo sea subyugado? Y si un hombre, sin tener más que repentino coraje, quiere usurpar tal autoridad para con sus semejantes, de manera que solamente los mirará con desdeño, al extremo de creer que todo el mundo debe temblar ante su mirada, ¿no será necesario que Dios ponga su mano sobre semejante bravata?
De modo entonces, notemos este pasaje; porque no es solamente para instruir a los amos en la modestia y el comportamiento humano, sino para todos en general, y por una razón muy grande. Y mientras seguimos viendo que Dios quiere que aquellos que son inferiores sufran y soporten a los que tienen autoridad sobre ellos; ciertamente cada uno tiene que considerar su estado y vocación y tenemos que aprender a conformarnos a tal modestia que un amo no oprima a sus siervos, que el siervo no se enoje contra su amo; sino que cada uno sea consciente de su tarea, de manera que Dios pueda ser servido en grado supremo. Eso es lo que tenemos que notar de este pasaje. Ahora, para estar más convencidos, si tal vez fuimos tan crueles en nuestra mente que hayamos querido usurpar más de lo que correspondía, sepamos que seremos condenados no solamente por la boca de Dios y de sus profetas, si en nosotros se ha mostrado esa crueldad y si hemos sido crueles con nuestros subordinados; pero, en tal caso, será necesario que los paganos, en el juicio final, sean nuestros jueces. Y he dicho que, de acuerdo a las leyes humanas, en aquel tiempo un amo tenía ese poder sobre la muerte y la vida de sus siervos. ¿Qué es lo que los paganos dijeron al respecto? "Tenemos que usar a nuestros siervos como a mercenarios, es decir, como a personas que hemos contratado, y que nos deben sujeción." 9 Entonces, si personas incrédulas que vivieron en el pasado tuvieron este sentido de humanidad, de que cada uno tenía que imponerse la ley, aunque tuviesen licencia de hacer lo que bien les pareciera con sus siervos, les pregunto, ¿qué excusa habrá para nosotros que fuimos iluminados por la palabra de Dios si no tenemos por lo menos la misma consideración? Entonces notemos que si Dios nos eleva a cierta autoridad es para probar nuestra modestia; y si él nos da siervos y siervas, sujetos a nosotros, es para ejercitarnos en nuestra actitud humana y en la rectitud que aquí se mencionan. Y que podamos mostrar que si Dios nos da alguna gracia especial, la cual nos extiende de su parte, nosotros, por ese medio, somos motivados a usarla con sobriedad. Y si Aquel que tiene todo el poder sobre nosotros, sin embargo, nos protege, es para que le sigamos voluntariamente como hijos suyos; y que, anhelando ser semejantes a él seamos humanos los unos con los otros. Además, sepamos que este poder es totalmente perverso cuando un hombre, al amparo de su autoridad quiere erguirse cruelmente sobre otros; es, afirmo, la señal de una naturaleza totalmente maligna cuando un hombre quiere elevarse así sobre otros por causa de su crédito. Al contrario, los de naturaleza benigna y amorosa ciertamente siempre serán considerados con sus subalternos; ellos mismos se pondrán límites, y tanto más cuando Dios les da autoridad. No se trata de una obligación impuesta desde afuera como en el caso de algunos que actúan como perros; cuando no pueden hacer otra cosa se echan y usan todo tipo de adulaciones, pero luego, cuando se han levantado, saltan hacia adelante mostrando que no tenían ninguna modestia, sino que eran de naturaleza abyecta la cual se considera villana y detestable. Y esto debería inducirnos tanto más a la modestia que el Espíritu Santo nos exige en este pasaje. Pero lo principal es que observaremos bien las dos razones que ya hemos mencionado, es decir (1) que tenemos un Creador del cual todos provenimos, y (2) que todos somos de la misma naturaleza.
Esto es entonces lo que tenemos que considerar, para aplastar todo el orgullo y crueldad que hay en nosotros cuando seamos incitados por ellos. Entonces, si un hombre tiene casa, y si Dios le ha dado sirvientes y siervas, y si es tentado a erguirse demasiado y de usar de excesiva severidad, que busque el remedio que aquí nos es declarado. ¿Cómo? Cuando yo trate cruelmente a mis siervos, quitándoles el pan de la boca, de modo que no se atrevan a comer una migaja sin que yo rezongue, oprimiéndolos más de lo necesario; en resumen, si me muestro cruel con ellos ¿con quién estoy luchando? Es cierto que son míos; sin embargo no los ha creado y formado Dios? ¿No tenemos un Maestro común en el cielo? Esto es lo que sostiene Pablo (Efesios 6:9) cuando exhorta a los amos a proteger a sus criados: "Amigos míos" dice, "aunque ustedes sean superiores a ellos, no obstante, tienen un Amo en los cielos; porque aquellos que son puestos en alto no por eso dejan de estar sujetos; porque Dios está sobre ellos. Entonces, consideren que tendrán que rendirle cuentas a Aquel que les ha dado los sirvientes." Teniendo esta consideración, ¿acaso no estamos obligados a guardar nuestros límites? Porque, ¿acaso tenemos estas cosas por nosotros mismos? ¿De qué manera llegamos a esa superioridad que cada uno tiene en su lugar? ¿Acaso no es como un bien que Dios ha puesto en nuestras manos? No debemos entonces ser sabios y usarlo según su voluntad? Incluso los paganos han sabido qué decir cuando quisieron establecer dominios soberanos: "Bien, es cierto que los reyes están hechos para temor y espanto, sin embargo, no pueden huir de la mano del Juez celestial; hay un Dios que está encima de ellos." Si esto se dice de príncipes que tienen una superioridad soberana, ¿qué de aquellos que son de clase menor, como los amos y la servidumbre? Y, además (como he dicho) reconozcamos que "tenemos todos un Creador común." Cuando seamos capaces de tener en cuenta que todos provenimos de un mismo Dios, tenemos que llegar a la conclusión cierta, de que no podemos oprimir a nuestro prójimo sin ofender a Dios. Entonces, que ninguno se levante en vanidad; (como dice Salomón en Proverbios 14:31 y 17:5), que aquel que burla al ciego o al pobre, desprecia a su Hacedor. Allí hay un pobre hombre al que he despreciado, y de esa manera lo he avergonzado; es cierto que en primera instancia la ofensa va dirigida a un hombre mortal, pero Dios lo pone delante suyo y toma la ofensa como dirigida a su propia persona.
Esto es entonces, lo que Job, o mejor dicho, el Espíritu Santo quiso hacer notar en este pasaje, diciendo que quien ha creado al amo también ha creado al siervo. De manera que, cuando seamos tocados por la vana presunción de apreciarnos más que a otros, queriendo tener tal dominio que los demás debieran cada uno obedecer nuestro juicio; que cada uno debiera arrojarse a nuestros pies, para que nosotros estemos en boca de todos; cuando ello ocurra reflexionemos así: "Aunque yo sea amo, Dios me ha hecho siervo; Dios lo ha formado a él, tanto como a mí." Pensar de esa manera será para subyugar la presunción que hubo en nosotros, para que toda altivez sea reprimida. También debiéramos tener la segunda consideración que se menciona aquí, es decir, que somos de una misma naturaleza. Porque, en verdad, Dios ciertamente ha formado a las bestias brutas, los árboles y otras cosas; pero a los hombres no los ha formado como a bestias, les ha dado inteligencia imprimiendo su imagen en ellos. Por otra parte, no puedo mirar a un hombre sin verme a mí mismo como en un espejo. Puesto entonces, que Dios ha establecido esa unión entre nosotros (les pregunto) el que trate de romperla, ¿no se está separando a sí mismo de la humanidad? ¿Acaso no sería digno de ser enviado de vuelta a los perros por no reconocer la naturaleza que Dios ha puesto en todos nosotros? ¿Pero qué? Muy pocas personas piensan en estas cosas; al contrario, se verá que cuando una persona es puesta solamente un punto más arriba ya pensará que no pertenece más a la gente común. Y tanto más hemos de notar cuidadosamente esta doctrina viendo que Job, en una época que todavía no disponía de la luz que tenemos ahora, sabía que por ser todos creados por el mismo Dios, puesto que a todos nos ha puesto en la misma categoría, debería corregirse el orgullo que hay en los hombres y toda ferocidad y altivez; les pregunto, ¿qué excusa tenemos si ahora Dios se declara a sí mismo como nuestro Padre? No solamente dice ser el Creador de la humanidad, de pobres y ricos, de siervos y amos, sino que él mismo se nombra nuestro Padre; entonces tenemos que tener hermandad entre nosotros a menos que queramos renunciar a la gracia de Dios, y separarnos nosotros mismos de su casa, en la que somos sus siervos. Vemos en qué extremo Jesucristo, el Señor de gloria, se humilló a sí mismo haciéndose siervo de siervos; así también nosotros tenemos una herencia común a la cual somos llamados, como lo dice San Pablo (Romanos 8:17). Entonces, siendo así aprendamos a humillarnos, y sabiendo que el orgullo y la crueldad nos cerrarán la puerta del paraíso seamos bondadosos y humanos hacia aquellos sobre quienes tenemos autoridad, puesto que el Señor los posee como a hijos. Y llevémonos de tal manera con ellos que Dios pueda ser glorificado por todos, por grandes y chicos, y sigamos un orden tal que cada uno pueda ser consciente de su deber, conforme a su vocación, y rindamos todo homenaje al gran Señor y Maestro, que es el Juez de todos nosotros.
Ahora inclinémonos en humilde reverencia ante el rostro de nuestro buen Dios.