SOLO ESCRITURA,SOLO GRACIA,SOLA FE,SOLO CRISTO,SOLO A DIOS LA GLORIA.“Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén” Romanos 11:36

¿traerá el hombre provecho a Dios?

"Respondió Elifaz lemanita, y dijo: ¿Traerá el hombre provecho a Dios? Al contrario, para sí mismo es provechoso el hombre sabio. ¿Tiene contentamiento el Omnipotente en que tú seas justificado, o provecho de que tú hagas perfectos tus caminos? ¿Acaso te castiga, o viene ajuicio contigo, a causa de tu piedad? Por cierto tu malicia es grande, y tus maldades no tienen fin. Porque sacaste prenda a tus hermanos sin causa, despojaste de sus ropas a los desnudos. No diste de beber agua al cansado, y detuviste el pan al hambriento. Pero el hombre pudiente tuvo la tierra, y habitó en ella el distinguido (Job 22:1-8).
Cuando tenemos que tratar con los hombres, y pudiendo presentar algún reproche contra nuestro adversario, o cuando podemos encontrar alguna falla en él, tenemos la impresión de haber ganado nuestro caso. Digo que cuando estamos equivocados, y cuando tampoco hay otro juez para condenarnos más que nuestra conciencia, si hay una persona que me acusa y me siento culpable, veré si no hay también algo qué morder en ella; y si lo hay lo presentaré para mi absolución. ¿Por qué? Porque creo que distraeré a quienes debieran ser jueces de mi caso, a efectos de que no limiten su atención a mí y para que el mal cometido realmente sea oscurecido y escondido. Esta es entonces la forma común de tratarnos los unos a los otros, es decir, buscamos algún subterfugio que nos sirva como agujero para escapar cuando podamos decir, "¿Y cómo es esto? He hecho semejante favor a un hombre; cuando tendría que haberle ofendido, ahora esto tendría que ser puesto en la balanza." Esta es la forma en que queremos minimizar la falta que hemos cometido. O quizá digamos, "Y si he fallado en este asunto, ¿acaso él es enteramente inocente?" Ahora bien, cuando venimos ante la presencia de Dios todas estas cosas son echadas por tierra. Es cierto que nos gustaría utilizar el mismo procedimiento para con Dios que el usado con los hombres mortales; pero sería un abuso. ¿Por qué? ¿Qué reproche podemos presentar contra él? ¿Qué falta hemos de hallar en él? ¿Qué servicio podemos haberle hecho que podamos usar de argumento para afirmar que debiera sentirse comprometido hacia nosotros? En todo esto debemos callarnos la boca, de modo que solamente sea un asunto de confesar la deuda, y con toda humildad reconocernos culpables, sin replicar nada, y sin hacerle juicio, puesto que no nos aprovechará de nada. Y este es el argumento que aquí es discutido por Elifaz. Así vemos que de la proposición que él presenta se puede deducir una buena doctrina. Y habrá hablado muy bien, siempre y cuando haya aplicado esto tal como debiera haberlo hecho; pero Elifaz se dirigió equivocadamente a la persona de Job. Es allí donde cometió el error. No obstante, esta doctrina en sí es, en términos generales, muy útil para nosotros, es decir, cuando Dios nos convoca a su presencia, y cuando nos invita a reconocer nuestras faltas, no es propio que busquemos alguna respuesta diciendo, "Si es que he fallado en este asunto, ciertamente, Dios tendría que perdonarme, puesto que yo le he hecho un servicio, y él debiera reconocerlo, y es algo que ciertamente merece ser recompensado." Entonces, despojémonos de todos estos pedazos de basura, porque no tienen cabida cuando venimos a presentarnos delante de Dios. ¿Por qué no? Porque no le damos ninguna ganancia, de nosotros no obtiene ni frío ni calor (como ellos suelen decir) y así como no le podemos ser de provecho, tampoco no podemos causarle ningún daño. Habiendo concluido y aclarado este asunto vemos que toda nuestra presunción debiera ser echada en tierra, reconociendo que no hay otro remedio que confesarnos, con toda humildad, culpables.
Pero para que esto sea entendido mejor, deduzcamos las cosas ordenadamente, tal como están contenidas aquí. "¿Qué provecho" dice Elifaz "traerá el hombre a Dios? Para sí mismo es provechoso el hombre sabio." Es cierto que a primera vista nos parece merecer mucho de parte de Dios cuando nos esforzamos en servirle y honrarle. Pero en esto somos demasiado ciegos, porque pensamos que Dios pueda recibir algún beneficio de nosotros, como si le faltara algo. Ahora bien, al contrario, él no aumenta ni disminuye, él así como es, el la fuente de todo bien que nada pide prestado de otra parte; y aquellas cosas que le traen los hombres no son de ninguna manera, para aliviar su necesidad o ayudarle de alguna forma posible. "Si yo tuviera trabajo que hacer," dice el Señor, "¿te lo pediría a tí? ¿Acaso no están todas la criaturas en mi mano?" Además, sabemos que Dios afuera de su majestad no busca nada. Entonces apartemos la necia sensación de que vamos a hacerle algún bien o causarle algún provecho a Dios; más bien, confesemos con David en el Salmo 16:2 que nuestro bien no llega hasta él. Porque si bien los hombres se proyectan todo lo que quieren, aun así Dios no puede recibir nada de sus manos, ni mucho menos decir que tiene necesidad de que le sean útiles. Y, efectivamente, después de haber derramado tantos bienes sobre nosotros para que seamos saciados de ellos, nosotros no podemos darle ninguna recompensa, tal como lo dice el Salmo 116:12 "¿Qué pagaré a Jehová por todos sus beneficios conmigo?" No puedo hacer nada excepto invocar su nombre. Nos es tan imposible obligar a Dios en favor nuestro, que cuando nos haya dado una vasta cantidad de bendiciones, nosotros no podremos pagarle con la misma moneda y realmente no sabríamos cómo ofrecerle una sola gota de servicio. Esto es lo que hemos de observar en primer lugar aquí. Pero si alguien pregunta, "¿Por qué es entonces que Dios requiere que le sirvamos atentamente? Aparentemente es para bien suyo." Ahora bien, no es un asunto que nos atañe, ni a nuestra salvación. Cuando Dios nos da la regla de la buena vida y nos manda abstenernos del mal requiriendo que hagamos esto y aquello, no está pensando en lo que le es útil a él. Por lo tanto, en toda su ley no hay ninguna consideración respecto del beneficio propio; en cambio considera lo que es bueno para nosotros y útil para nuestra salvación. Si obramos bien, el bien volverá a nosotros; si hacemos el mal será en prejuicio propio en cuanto a Dios, él sigue siendo siempre completo en sí mismo. Es cierto que con todo lo que hay en nosotros violamos su majestad destruimos su justicia y somos culpables de esto; pero ello no significa que por eso podamos reducir a Dios en algo, que podamos privarlo de lo que tiene, que podamos alcanzarlo y causarle algún daño. En absoluto. De manera entonces que el hombre solamente se daña a sí mismo; así también, todo beneficio que haya causado volverá sobre su persona. Y en esto vemos la inestimable bondad de nuestro Dios; porque nos da, cuidadosamente, sus mandamientos declarándonos cómo debemos vivir. ¿Y por qué lo hace? Acaso porque quiere ser un buen administrador diciendo, "Redundará en algún provecho para mí?" En absoluto; sino que procura nuestro bien y nuestra salvación. Si yo prestara un servicio sin considerar mi propio beneficio, y si tuviera tal cuidado del bienestar ajeno, al extremo de ir y rogarle: "Tienes que hacer esto y aquello," y esa noche y esa mañana estuviera detrás de él para aguijonearlo e incitarle a poner sus asuntos en orden, y en todo ello nada retornará a mí, ¿no sería muestra de un amor sumamente raro e inusual? Y aquí está Dios comportándose de esa manera con nosotros. Y, no obstante, ¿y qué es? Cuando comprendemos su infinita majestad, y consideramos el hecho de su condescendencia para pensar en nuestra salvación, y de hacerlo tan cuidadosamente, no tenemos que sentirnos tocados en nuestra alma, en efecto, no tendríamos que estar atónitos y asombrados ante semejante bondad? Y ahora, ¡qué ingratitud sería la de los hombres, siendo que Dios nada puede obtener de ellos, para ser tan endurecidos y tan estúpidos que habiéndoles mostrado el camino de la salvación, exhortándolos a caminar en él, no tengan la condescendencia de dar un solo paso, sino más bien de volver atrás! ¿Existirá alguna excusa cuando hayamos sido tan desagradecidos por la bondad de nuestro Dios? Ahora, bien, hay más aun, y es que nuestro Señor, aunque no reciba nada de nosotros, sin embargo, da la apariencia de estar comprometido hacia nosotros. "¿Acaso tengo algo que ver," dice, "con todo lo que me traen?" Y aunque así fuere, él no puede recibir nada de nosotros. Es cierto; pero lo que hacemos, Dios lo acepta, Dios lo registra en su cuenta, como si le sirviera de algo; vemos que él se compara con un padre de familia que tiene una viña, de la cual, después de haberla cultivado, cosecha el vino; o que tiene un campo del cual reacoge el trigo. Dios, usando tales figuras del lenguaje, muestra que considera nuestras obras tan aceptables como si las mismas fuesen sacrificios, agradables y de buen aroma. Incluso dice que cuando hacemos el bien a los pobres es como si se lo hiciéramos a él, que lo acepta como hecho a él mismo. Es así como el Señor Jesús lo expresa de sí mismo. "Aquello que hayan hecho a uno de estos mis hermanos menores lo recibo como hecho a mí mismo."1 Entonces, si el Señor desciende al extremo de sujetarse a la condición de hombre mortal y corruptible, afirmando que lo hecho a nuestros hermanos él lo recibe a pesar de que no podemos traerle nada, y si voluntariamente se compromete con nosotros, sin adeudarnos nada; viendo todo esto, ¿no debemos sentirnos extasiados de admiración viendo que el Señor muestra tanta humanidad hacia nosotros? Entonces, notemos bien lo que se dice en este pasaje, cuando el hombre se haya esforzado por vivir en santidad, y en rectitud, conforme lo manda Dios, no sería para decir que a lo largo de su vida reunido algún provecho a Dios; el beneficio ha sido para él mismo. Y, sin embargo, el Señor para alentarnos a hacer el bien ciertamente acepta aquello que en sí carece de provecho; lo requiere como si él fuese enriquecido por ello, y declara que nuestros esfuerzos no se perderán ni serán inútiles.
Esta, digo, es la intención de Dios cuando nos llama a una buena vida. Además, reconozcamos con qué propósito se ha dicho esto a nosotros; porque debemos recordar las circunstancias que he mencionado, es decir, cuando venimos ante Dios para rendir cuentas, debiéramos olvidar todos los pensamientos necios que alentamos en cuanto a nuestra capacidad de producirle alguna ganancia, de haber merecido algo de él. Todo ello, digo, debe ser abandonado. Y, ¿por qué? Dios no es como una criatura que necesita la ayuda de alguien. Dios no necesita nada, está satisfecho en sí mismo. Entonces, siendo así, que nuestro Señor no está de ninguna manera obligado hacia nosotros, aprendamos a humillarnos delante de él y estemos contritos por causa de nuestras faltas, en efecto, estemos totalmente turbados por ellas, pidamos a Dios que quiera perdonarnos. Pero ¿por qué querrá perdonarnos? No será para que digamos, "El sabe que he tratado de vivir bien, y que he hecho esto y aquello." Porque ¿de qué servirá todo lo que podamos alegar? De nada, en absoluto. Entonces, olvidemos todos estos subterfugios, considéremelos culpables, porque cuando hayamos usado todas estas respuestas, ninguna de ellas alcanzará a Dios. Mientras tengamos que tratar con hombres mortales podremos aplicar obras tan endebles para cubrir nuestras faltas; sin embargo, nos turbamos de vergüenza cuando esta falsedad es expuesta. ¿Qué pasará entonces, cuando vengamos a nuestro Dios? Y en esto vemos cuan abusivos son los papistas. Porque si bien no pueden negar que si Dios quisiera ser severo con ellos, todos están bajo maldición; no obstante, ellos insistirán en presentar sus esfuerzos a satisfacción, queriendo exhibirlos delante de Dios; afirmando que si han fallado en algo seguramente podrán repararlo con algún otro medio; en efecto, ellos tienen sus obras a las cuales llaman "de sobre abundancia,"2 que no fueron pedidas por Dios, que servirán para llenar los vacíos cuando hayan cometido algún mal, y Dios los presiona. "Muy bien," dicen, "si hemos pecado, con esto lo compensaremos, y si es puesto en la balanza aún sobrará." Eso es lo que afirman los papistas de manera que les resulta un gran absurdo que la remisión de pecados sea libre, que Dios nos persone de pura gracia. Están dispuestos a confesar que esto es cierto con respecto de la culpa, pero con respecto de la penalidad, depende de nosotros expiar por ella. Cuando los hombres se han descarriado por semejante orgullo, ¿no debemos decir que han transfigurado completamente a Dios, y que ya no saben lo que El es? Tanto más debiéramos notar bien lo que esta expresado aquí, es decir, que para nosotros es en vano hacer creer que podemos traer algún provecho a Dios; no es más que vana imaginación. De modo que, cuando hayamos concebido lo que es su altura, aprendamos a reconocer humildemente nuestras faltas sin ofrecer respuesta alguna. Porque no podemos presentar ningún reproche ante él como tampoco no podemos alegar ante él que haya recibido algo de nosotros, ni que esté de alguna manera obligado hacia nosotros. Con esto, suficiente para este punto.
Ahora, dice además, "A Dios no le importa si hacemos bien o no, o si andamos en perfección." Cuando Elifaz habla de esta manera no quiere decir que Dios cierra sus ojos, y que no sabe discernir entre el bien y el mal; lo que significa es que no le importa con respecto a sí mismo. Es cierto que Dios como fuente de toda justicia y rectitud, ama la equidad; y cuando vivimos rectamente ello es como un reflejo de Dios. Porque es cierto que no hay bien en nosotros; pero es como ver el brillo del sol aquí abajo no proviene de la tierra; vemos la luz sobre las casas, sobre la tierra, y sin embargo, no procede de allí; es una luz reflejada (como la llaman) una luz que se devuelve de acuerdo a cómo la recibe la tierra; es entonces que procede de ella. Como cuando nos miramos en un espejo; el espejo no tiene cara, pero el rostro del hombre es presentado allá y el espejo lo muestra. De modo entonces, cuando hacemos el bien, no es algo que procede de nosotros mismos (porque de nosotros solamente se podría extraer hediondez y pobreza, puesto que por naturaleza somos corrupción), pero Dios derrama su bondad y justicia sobre nosotros. Entonces, si él realiza esta gracia regenerándonos por medio de su Espíritu Santo, para que podamos vivir en santidad, somos como espejos en los cuales se ve su imagen, como una representación; es una luz que proviene de lo alto, pero que se demuestra aquí abajo. Ahora bien, dado que Dios reconoce que todo el bien proviene de él, también ama al que es bueno; como también es imposible que lo hiciera de otra manera, viendo que él es el origen y fuente de ello. Además, no afecta la consideración de sí mismo, es decir, a su propio provecho, o a la ventaja que podría recibir de ello; no le importa cómo viven los hombres. Cuando los hombres hacen las cosas peor de lo que podrían, ¿acaso le quitan algo a la justicia que hay en Dios? ¿Pueden sustraer algo de su majestad? ¿Acaso pueden aniquilar su gloria y honor? ¿Pueden acortar los límites de su reino? En absoluto. Es por eso entonces, que se dice que a Dios no le importa lo que les hombres hacen. Pero, en cuanto a nosotros consideremos si es o no para nuestra bendición ponernos de su lado, y rendirnos a él sujetos en obediencia. Y, sabiendo que no tiene necesidad de nosotros, ni de nuestra vida, ni de nuestras obras, no obstante, está interesado en que vivamos en santidad. Conozcamos por medio de ello su amor hacia nosotros; según lo que ya se ha dicho, él ha sido condescendiente para unirnos a sí, y de unirnos de tal manera que se vivimos bien, dice establecer su gobierno; si vivimos mal dice no gobernar más. ¿Y por qué? ¿Podemos impedir que el soberano dominio de Dios permanezca para siempre? De ninguna manera. Entonces, ¿por qué usa semejante lenguaje? Es (como ya he dicho) para declarar cómo nos ama, tal como está dicho en Proverbios 8:31 donde se introduce la sabiduría de Dios cuyo placer y delicia es habitar entre los hombres. Dios habla de esa manera para mostrarnos que no quiere que el bien que hay en él esté como encerrado y oculto; sino que sea derramado sobre nosotros, y que seamos partícipes de él; y así como le place iluminarnos, para que no seamos como las bestias brutas, sino que le reconozcamos a él, concibiendo lo que él nos muestra, de tal manera que seamos puestos en alto en su reino. Así también es él, en y a través de todas las cosas; a El le place entendernos sus beneficios para darnos tal regocijo en ellos que él se une a nosotros, y nosotros a él. Entonces Dios ha tenido tal cuidado de nosotros que sí le importa nuestra manera de vivir; pero no porque con ello reciba provecho o daño. Esto es, en resumen, lo que debemos notar.
Ahora se dice además, "¿Acaso será por temor a ti, que te acusará o que vendrá ajuicio contigo?" Aquí se muestra, más claramente aún, que no hemos de ganar nada queriendo jugar con Dios, tal como nos hemos acostumbrado a hacerlo con nuestros semejantes. Porque, ¿a qué se debe que se usen tales evasivas en los juicios y pleitos con los hombres, a menos que sea para levantar una muralla y para apaciguar a la audiencia o quizá para intimidarla, para que ya no continúe en forma tan estricta? Por ejemplo, si alguien es asaltado, se detendrá a reflexionar: "Este hombre me persigue acaloradamente. ¿Qué debo hacer?" Luego vendrá con algún subterfugio; o le mandará alguien para susurrarle al oído [La expresión utilizada por Leroy Nixon es: "he will sick someone on the tail of his adversary to put a flea in his ear..."] diciendo "¿No has pensado que tu adversario es más fuerte que tú?" O quizá levante alguna oposición clandestina contra él, de manera que el hombre se retire por sí solo sin atreverse a continuarlo que había comenzado temiendo que el mal volverá sobre su propia cabeza. Puesto entonces que hemos estado acostumbrados a intimidar a los hombres mortales, a efectos de escapar de sus manos, y a mostrarles los dientes les damos alguna indicación de que tenemos los medios para vengarnos, ahora nos parece que con Dios podemos actuar de la misma manera. Y ¡qué necedad! ¿No obraremos realmente sin sentido? Pero, puesto que los hombres son tan presuntuosos de imaginarse que pueden hacer con Dios lo mismo que con sus semejantes, es que se ha dicho, "¿Y piensas que Dios guarda silencio por temor a ti?" Ahora bien, qué es lo que motiva a los hombres a golpear con tanto terror a su adversario? Es que la persona reflexiona: "Este quiere hacerme daño, tengo que impedirlo, y sin embargo, si me asalta, he de rechazarlo; o quizá, yo tenga los medios de la justicia para repelerlo." Eso es entonces lo que nos impide avanzar los unos contra los otros, es decir, cuando queremos protegernos a nosotros mismos, y cuando los malvados quieren herirnos, contamos con la justicia que se interpone entre ambos; porque el hecho de refugiarnos en ella les impide ejecutar lo que han emprendido; esta es entonces nuestra manera de proceder cuando tenemos que vérnoslas como hombres mortales. Ahora no vayamos a pensar que Dios es arrastrado por tales emociones. ¿Y por qué no? ¿Qué podríamos hacerle a él? ¿Podemos causarle calor o frío, como ya he dicho? Entonces, Dios no viene contra nosotros por temor de tener menos si nos anticipamos a él, o por temor de que le pisemos el cuello; porque si él quiere, su aliento es suficiente para aplastarnos; y aquellos que tanto se levantan contra Dios, ¿qué están haciendo, sino rompiéndose la nuca? Es como si una persona, queriendo subir se corta los nervios y las venas, y no puede; la persona tiene que detenerse a pocos pasos de la meta y si quiere ir más allá del límite se desgarrará todo el cuerpo. Su caída entonces, será fatal. Es así cuando los hombres tienen la arrogancia diabólica de levantarse contra Dios. Por eso, no debemos pensar que nuestro Señor tiene recelos de nosotros; él se burlará de una presunción como la descrita en Salmo 2:4. Muy bien, es cierto que los hombres harán mucho ruido cuando se amotinen. Y sobre todo, harán gran ruido cuando reyes y príncipes hacen alianzas y se conjuran contra el Dios viviente, yendo el pueblo con ellos. Pero eso es solamente aquí abajo, los hombres son como saltamontes como dice el profeta Isaías (40:22). Los saltamontes tienen patas tan largas que pueden saltar; pero caen rápidamente. Así los hombres, ciertamente, dan vueltas aquí; pero, saltarán por encima de las nubes? En absoluto, el que mora en los lugares soberanos no hará sino reírse. Esto es para mostrar adonde está el trono de Dios, es decir, arriba en los cielos, de manera que los hombres nunca lo alcanzarán. El se reirá allá arriba mientras descansa, entre tanto, ellos hacen mucho ruido aquí. Y de esa manera aprendamos que cuando Dios nos convoca, y nosotros defendemos nuestro caso, no es que podamos ser capaces de herirlo, no es que él se considere a sí mismo para impedir que nos anticipemos a él; de ninguna manera. ¿Por qué entonces? Es para hacernos ver el mal que hay en nosotros, y que de esa manera seamos motivados a buscar el remedio, y que con verdadero arrepentimiento podamos venir a él, a efectos de ser gobernados por su voluntad. Entonces, Dios, al castigar a los hombres procura su salvación; al condenarlos quiere absolverlos; o mejor, cuando ellos son castigados él quiere ratificar y confirmar su justicia, mostrando que ningún mal quedará impune. Sin embargo, también quiere destruir el orgullo que habita en los hombres, puesto que se complacen en sus vicios y se glorían en ellos; cuando Dios llega los hombres a juicio quiere terminar con todo ello. Aprendamos entonces a no adularnos más, toda vez que tengamos algún remordimiento dentro de nosotros seremos condenados por la palabra de Dios, nuestros vicios serán mostrados, nuestra sarna será puesta al descubierto; aprendamos, digo, a no usar más subterfugios, porque solamente agravaremos nuestro andar. Y sepamos que Dios no nos teme, y que mucho menos somos capaces de ocasionarle daño alguno. El, en cambio, nos invita a recordar nuestras faltas, a estar descontentos con ellas; y así nos extiende su mano para guiarnos a la salvación; o quizá quiere que nuestra condenación se duplique y que seamos tanto más inexcusables habiéndole resistido y que con la malicia que hay en nosotros hayamos sido obstinados y rebeldes al extremo de no doblegarnos cuando quiso convertirnos a sí. Eso es, en resumen, lo que debemos considerar.
Ahora Elifaz agrega, "¿No es grande tu malicia, y tus iniquidades sinfín?" Es cierto que esto es muy deficientemente aplicado a Job (como ya ha sido notado). Sin embargo, tenemos que asimilar esta doctrina general a efectos de aplicarla a nosotros mismos conforme a la necesidad que de ella tengamos. Notemos entonces que por la boca de una persona incauta que no habría tenido la prudencia necesaria para apropiar la verdad a su propio uso, el Espíritu Santo nos muestra lo que debemos hacer cuando venimos a rendir cuentas a Dios; es para mostrarnos que estamos obligados hacia él en todo y por medio de todo, y que de ninguna manera él se deja sujetar por nosotros; más aun, que no podemos ocasionarle ningún daño; y que al condenarnos y llevarnos ajuicio no busca su propio beneficio, sino nuestra salvación, y nuestro bien; en efecto, aun siendo condenados, es para luego ser absueltos por él, para que no caigamos en la condenación extrema a la cual finalmente tendrán que venir los malvados. Por otra parte, cuando Dios nos lleva así ajuicio, es para examinar nuestros pecados, y analizar toda nuestra vida; para que sintamos desagrado por nuestros vicios. Sin embargo, cuando hayamos revuelto totalmente todo lo que hay en nosotros, y cuando aparentemente hayamos conocido lo que hay allí; sepamos que aun no habremos percibido una centésima parte, me refiero a aquellos que ven allí con mucha claridad, y que no quieren ni adularse a sí mismos ni alimentar el mal. Porque si bien es cierto que, de acuerdo a la insensibilidad de los hombres, y de acuerdo a su visión corta y oscura, no comprenderán una centésima parte de sus pecados; pero Dios, que ve mucho más claro que nosotros, los conoce. Si hoy caemos en un pecado y somos cabalmente acusados del mismo, aun así volveremos mañana a cometer una falta; en efecto, y el día no pasará sin que cometamos un gran número de ofensas y transgresiones. Entonces será para comenzar siempre de nuevo, porque no seremos convencidos una sola vez de algún pecado, o dos veces o tres, sino cien veces. Entonces, ¿adonde iremos? Si el hombre ha examinado bien su conciencia, y se halla culpable de tantas maneras y llega a la conclusión de decir, "Y Dios incluso sabe cien veces más" ¿adonde podrá estar de pie? ¿No debiéramos estar en gran manera atónitos ante esto? ¿No debiera esto encresparnos los pelos viendo que prácticamente somos arrojados a las profundidades de la muerte?
He aquí lo que debemos notar de este pasaje, es decir, cada vez que al escuchar la predicación de la palabra de Dios, son condenados los pecados a los que estamos apegados, cada uno debiera mirarse para conducir cada uno su propio juicio sin esperar que lo haga Dios; sino reconocer," ¡ Ay! En esto he fallado, y no solamente una vez ni dos, sino innumerables veces. Y si yo he fallado en esto, seguramente hay otras fallas; ¿qué pasará si Dios quiere revolver mis hediondeces? Seré totalmente deshecho." Esto, digo, nos llevará a la humildad y al arrepentimiento, para que ya no seamos tan lerdos como antes para acercarnos a nuestro Dios; que al menos ya no seamos tan displicentes de acalorarnos contra sus correcciones. Seamos tanto más cuidadosos para no hacerlo viendo que la mayoría se complace y gloría en sus pecados, y que en vez de gemir y sentirse turbados por la vergüenza, pretenden ser buenos cristianos, en efecto, lo más perfectos que se pueden encontrar. Es cierto que en general dirán, "Oh, soy humano, y todos tienen que confesar sus pecados; pero nadie es mejor que yo; no conozco a nadie que anhele vivir mejor." Y ¿quiénes son los que hablan así? Pobres embaucadores, en efecto, tan engañados que el aire hiede por causa de sus iniquidades; y, sin embargo, vendrán aquí para mofarse abiertamente de Dios. Ahora bien, (como he dicho) si vamos a analizar lo que somos no nos quedará sino el ser totalmente turbados, reconocer que somos culpables, no de un pecado, ni de dos, sino en todo y por todo; sepamos que somos malditos de Dios, más que miserables, de manera que Dios solamente puede tener piedad de nosotros. En resumen, aquí se muestra que los hombres no solamente deben confesar sus pecados delante de Dios como un formalismo; como quienes creen que es suficiente con haber dicho, "Oh, yo no niego que haya faltas en mí." No, no hagamos eso; permitamos en cambio, que la carga nos pese tanto que no podamos soportar más. Porque, ciertamente, es así cómo Dios será realmente glorificado; no es cuando los hombres digan que tienen unas pequeñas debilidades e imperfecciones, sino cuando hablan con David de la grandeza de sus pecados, y de la multitud de sus iniquidades (Salmo 38:4,5). Y es también así cómo habla Daniel en su confesión (Daniel 19:20); él que fue como un ángel en comparación con otros, sin embargo dice, "Estaba confesando mi pecado y el pecado de mi pueblo." No habla como si fuera alguna pequeña falta, sino dice, "Nuestros pecados, Señor, son grandes y enormes." Aprendamos a reconocer de esa manera quienes somos, en efecto, de tal manera que Dios pueda ser glorificado en todo y por todo. Este es un tema. Además, ¿qué esperanza tenemos de que Dios nos reciba y que nos sea piadoso y propicio si no venimos realmente por las faltas que hemos cometido? Nuestro Señor Jesús no dice, "Vengan a mí todos aquellos que reconocen 'soy un pecador, y tengo algunas debilidades."1 De ninguna manera. "Todos ustedes que están trabajados y cargados, ustedes que tienen sus hombros doblados bajo el peso de sus pecados." Estos son los llamados por Jesucristo, a hallar misericordia en él y en su gracia; y no aquellos que se mofan de Dios, haciendo una confesión frívola sin ser tocados en su corazón. Esto es lo que debemos notar en esta palabra. Además, a efectos de llegar a este entendimiento, tenemos que hacer un examen especial de las faltas que hemos cometido; porque una persona nunca dirá con toda sinceridad, "Yo ciertamente soy arrojado al infierno," a menos que se haya analizado muy bien y haya considerado sus faltas, una tras otra, para que las mismas sean notadas bien. Entonces, si no hemos hecho un examen especial nunca apreciaremos el hecho de que nuestras iniquidades no tienen fin y que son innumerables.
Es por eso que aquí se nos presenta este orden; porque Elifaz, habiendo dicho en términos generales que el pecado de Job era grande y sus iniquidades sin fin, dice: Porque sacaste prenda a tus hermanos sin causa, y despojaste de su ropa a los desnudos. No diste de beber al cansado, y detuviste el pan al hambriento. Y ¿acaso no has hecho pacto con gente llena de violencia? Es por eso que ahora Dios te persigue." Ahora bien, es cierto, (como ya hemos dicho) que Elifaz es muy injusto y hiere a Job; sin embargo, el Espíritu quiere instruirnos aquí en cuanto al orden que debemos seguir para ser adecuadamente humillados delante de Dios, a efectos de no endurecernos y de esa manera provocar su venganza, queriendo oponernos a él. En resumen, notemos que los hombres no sentirán sus pecados como debieran a menos que los consideren en forma particular y luego los cuenten uno por uno. Es cierto que no somos capaces de llegar al final y que siempre habremos de concluir diciendo con David (Salmo 19:12): "¿Quién podrá entender sus propios errores? Sin embargo, esto no quiere decir que debamos sencillamente pasarlos por alto, sin abrir el paquete. Si un juez terrenal sabe cómo ser agudo y estar atento para el juicio, incluso cuando es un juicio donde no se trata solamente la vida de un hombre; les pregunto, ¿habiendo ofendido a nuestro Dios, no hemos de estar mucho más ansiosos al respecto? Incluso, cuando un juicio no trate un asunto criminal, sino apenas una pequeña cantidad de dinero, no obstante, el juez tiene que considerar atentamente si tiene testigos y si el juicio es conducido correctamente, para que las cosas puedan ser verificadas; aunque el asunto quizá sea de solamente diez a veinte florines, a de cien coronas, o de no sé qué. Y si un juez no cumple con su deber, será culpable delante de Dios como un ladrón; porque es peor que un ladrón, puesto que se roba los bienes de otro, y que los bienes que pertenecían a uno son dados a otro. Y ahora les pregunto, si Dios nos hace el honor de constituir jueces de nuestra salvación, ¿acaso tendremos excusa si somos indiferentes y cerrarnos nuestros ojos a lo que es provechoso y útil? Ciertamente, no. Entonces, procedamos a pesar bien lo que he discutido: es decir, que los hombres nunca entenderán sus pecados como debieran y como se requiere que lo hagan, a menos que hayan examinado en forma particular su vida. En efecto, vemos cómo lo hace David; porque un solo pecado lo lleva de vuelta al seno de su madre, viendo que ha hecho una trasgresión tan villana delante de Dios con la cual se constituyó en causa de un crimen cruel, y no solamente de un hombre, sino de muchos, porque causó la muerte de Unas. Luego, habiendo visto la bajeza de su pecado, la enormidad del mismo lo constriñe a pensar no solamente en este pecado, sino que se encamina a sí mismo más detalladamente; incluso se contempla en el pasado del seno de su madre, condenándose a sí mismo en todo y por todo. Es así como tenemos que hacerlo también nosotros. Sin embargo, la confesión papal fue un asunto diabólico cuando querían que los hombres, confesándose al oído de un sacerdote, desembucharan sus pecados; como un glotón que vomita vino después de haberse llenado tanto que su estómago ya no recibe más. Entonces, Dios no quiere que tengamos esa clase de confesión, la cual también es enteramente contraria y repugnante a su palabra. Por otra parte, tampoco quiere que con una sola palabra digamos "he pecado," endosando, con actitud superficial el muerto a otro (según el refrán en este país); [Nota del traductor: Literalmente el refrán dice "pasar la brasa a otro."] en cambio, hemos de reflexionar cuidadosamente, cada uno debe penetrar a su conciencia; debemos comprender que, "Ahora estoy aquí, soy culpable ante Dios, no solamente de un pecado, sino de este y de aquel, y no solo una vez, sino que siempre vuelvo a él." Si lo hacemos así, examinándonos a nosotros mismos de una manera especial, seguramente seremos capaces de concluir diciendo: "Señor, nuestras iniquidades son infinitas, nuestras transgresiones no tienen fin." De esta manera, digo, es cómo Dios quiere ser glorificado. Es así como los pecadores son tocados en el alma, y heridos en su conciencia a efectos de sentirse disgustados con sus pecados. En efecto, aquellos que solamente se confiesan en términos generales diciendo, "soy un pecador, semejante al resto de los hombres." Mostrarán que no fueron tocados interiormente en lo profundo de su corazón y que no saben lo que significa ser conscientes de tal manera de sus pecados que los mismos les desagraden. Ahora bien, de nuestra parte aprendamos a escudriñar bien y a sondear la profundidad de todos nuestros vicios; y cuando hayamos coleccionado un buen número de ellos, sepamos que hay cien veces más, y que debiéramos estar turbados, que debiéramos declararnos culpables, gimiendo en presencia de Dios, diciendo: "¡Ay, Señor¡ Es cierto que el número de nuestros pecados es grande, que nuestras iniquidades son infinitas; pero que la multitud de tus misericordias es derramada sobre nosotros," como dice David (Salmo 40:12,13). Porque este es el único medio para obtener perdón de todas nuestras ofensas: es cuando Dios se complace en cubrirlas y abolirías por medio de su bondad, y de purificamos de ellas por medio del poder de su Santo Espíritu.
Ahora inclinémonos en humilde reverencia delante del rostro de nuestro Dios.
 
Juan Calvino