"Hice pacto con mis ojos; ¿Cómo, pues, había yo de mirar a una virgen? Porque ¿qué galardón me daría de arriba Dios, y qué heredad el Omnipotente desde las alturas? ¿No hay quebrantamiento para el impío, y extrañamiento para los que hacen iniquidad? ¿No ve él mis caminos, y cuenta todos mis pasos? "(Job 31:1-4).
Ya hemos visto antes cómo Job había afirmado no ser lo que sus amigos querían hacerle creer que era; porque ellos opinaban que Job había sido rechazado por Dios. Entonces él había declarado haber vivido en santidad y perfección. Nuevamente vuelve a esta afirmación, y no sin motivos; porque le parecía una prueba muy gravosa ser considerado un hipócrita a pesar de haber andado en rectitud de corazón, y con simpleza delante de Dios. Además sin considerar su propia reputación, ni de lo que pensarían de él, porque Dios lo conocía. Es cierto, no debiera haberse andado como lo vemos aquí. Sin embargo, era bueno que conociera el final y el propósito de Dios para visitarlo de tal manera. Ahora, vamos a ver esto más plenamente al concluir el capítulo. Veamos ahora lo que dice aquí: Job quiere declarar que ha servido fielmente a Dios, y que ahora soporta males tan graves y tan excesivos, que estos no pueden ser por las ofensas que pudiera haber cometido, sin que existe otra razón oculta, conocida por Dios, pero que los hombres no pueden percibir ni juzgar. En primer lugar da testimonio de su integridad diciendo que ha hecho un pacto con sus ojos para no mirar incautamente a una hija viviente. Ahora bien, es una señal de gran perfección y realmente angelical en un hombre poder afirmar que nunca ha invitado el mal; porque ciertamente es posible que un hombre tenga alguna repentina y fugaz tentación y sin embargo, no le haga caso, rechazándola incluso y odiándola. En efecto, sería una gran virtud si un hombre pudiera tener todos sus sentidos bajo control, y ser exento de toda corrupción, de modo que no pueda ser engañado. Pero aquí Job va más allá. Y para comprenderlo mejor notemos que en la formación del pecado hay tres grados, incluso cuando el pecado en sí no es cometido. Santiago, hablando del pecado, usa la figura de un niño; porque dice (1:14, 15) que la concupiscencia es concebida, y dio a luz pecado, y que el pecado es completado cuando se convierte en hecho, cuando la cosa es ejecutada. Ahora, digo, aunque no haya un hecho exterior, existen tres grados en un pecado.
El primero es una imaginación fugaz que la persona concibe cuando mira a algo; la asaltará aquí y allá en forma de una fantasía; o bien, aunque no vea nada, su mente es tan adicta al mal que será descamada hacia un lado y otro, y muchas fantasías vendrán a su mente. Ahora, es cierto que esto es malo. Pero no nos es imputado. Ahora existe el segundo grado, y es que, habiendo concebido una fantasía, de alguna manera somos debilitados y sentimos que nuestra voluntad es arrastrada hacia ella; y aunque no haya ni consentimiento ni acuerdo, sin embargo hay en nosotros algún punto desde el cual nos sentimos apelados. Ahora ese es un pecado grave, el que se ha concebido. Luego existe nuestra voluntad, el consentimiento, cuando nuestra voluntad ha cesado, sin detenernos, en la consumación del pecado si la oración para el mismo se presenta. Luego existe el tercer grado, y entonces el pecado es formado en nosotros, aunque exteriormente no sea ejecutado. Y esto es muy digno de ser notado; porque si bien el asunto nos podría parecer difícil, sin embargo no hay nadie, ni hombre ni mujer, que no entienda lo que acabo de decir, y que no lo experimente en sí mismo cada día. Por ejemplo, cuando somos afligidos nos vendrá a la imaginación esta pregunta, "¿Acaso se acuerda Dios de nosotros?" No hay nadie que podría afirmar que no concibe tales pensamientos; porque nuestra naturaleza es tan corrupta e inclinada al mal que es imposible que no tengamos semejantes temores. Ahora, ciertamente ya es pecaminoso cuando esto viene a nuestra mente, aunque pensemos, "Ahora qué? lo detesto, es una blasfemia pensar que Dios no tiene piedad de aquellos que lo invocan, que no quiere ayudar a aquellos que le buscan; es como si quisiéramos negar que él sigue gobernando al mundo." Entonces, cuando tales cosas vengan a nuestra mente, ellas son pecado y nosotros deberíamos llegar a la conclusión de decir, "Ciertamente, Señor, qué criaturas pobres y llenas de vanidad somos, el poder concebir cosas tan monstruosas." Luego, está el segundo grado, cuando el mal nos presiona, y el dolor es multiplicado, y llegamos a murmurar diciendo: "Ciertamente, ¿y si Dios pensara en mí, estaría yo languideciendo de esta manera? ¿No se ocuparía en ayudarme? Pero no lo hace, se oculta; entonces pareciera que me ha abandonado." Es cuando disputamos así en nuestro interior, y tenemos este temor preguntando si Dios cuida no de nosotros que debemos entender lo que se nos declara, y recibir sus promesas, y ser fundamentados en ellas, diciendo, " No, pase lo que pasare, aun así tendré confianza en mi Dios, y mi refugio en él." Pero aunque finalmente tengamos esta seguridad y constancia, no obstante, si antes de llegar a ella estamos llenos de perplejidad, este es un pecado mayor que el primero y ya somos culpables delante de Dios tanto por la duda como por la incredulidad, puesto que somos capaces de recibir semejante tentación. Luego existe el tercer grado, cuando somos derrotados totalmente, y no sabemos sino decir, "Oh, desgracia, el mal ha triunfado, y Dios ha demorado demasiado en extenderme su mano. Aquí me veo a mí mismo, realmente desesperado." Cuando somos abrumados de tal manera que ya no podemos invocar a Dios, y cuando ya no sentimos que las promesas de Dios nos sostienen, haciéndonos regocijar, ese es entonces el tercer grado del mal; como cuando se ha concebido a una criatura, ya no queda otra cosa que hacer, sino dar a luz, aquí también no se necesita nada más sino consumar exteriormente el hecho. Ahora llegamos a esta declaración de Job: "He hecho" dice, "un pacto, o convenio con mis ojos." Hemos dicho que esto es una señal de gran perfección. ¿Y por qué? Porque si una persona puede controlar su mirada, de manera de no concebir nada por el hecho de mirar esto o aquello, lo cual le podría arrastrar al mal, y si demuestra tener auténtica castidad y honestidad, uno tiene que decir que tal persona es casi tan libre de toda corrupción como un ángel. Ahora, no en vano hace Job esta afirmación. Reconozcamos entonces, que en este mundo el fue preservado como un ángel de Dios. Es cierto que por naturaleza no era tal; y también, al decir que ha hecho un pacto, esto es posterior a los beneficios recibidos por causa del temor de Dios, de tal manera de haber puesto bajo su pie su mala concupiscencia, ganando esta victoria sobre el corazón, de manera que es capaz de mantenerse bajo control, y sujeto, diciendo: "No codiciaré el mal deseándolo y anhelándolo. Ninguna parte dentro de mí podrá querer ofender a Dios, en cambio estaré aquí, controlando tanto mis miradas y mi boca y mis oídos." Esto es entonces, cómo Job hizo este pacto. No es que tuviera tal perfección en su naturaleza; era un hombre sujeto a pasiones iguales a nosotros, y sin lugar a duda, tuvo muchas tentaciones. Pero se comportó de tal manera que se acostumbró a andar en el temor de Dios hasta el punto de no concebir deseos malos. Entonces, tuvo un hábito, como se lo llama, es decir, se sentía deudor a ello, de modo de no seguir mirando de un lado al otro invitando sobre sí tal o cual cosa. En resumen, vemos aquí que Job no solamente quería declarar que había tratado de servir a Dios, sino que había hecho tal esfuerzo que había mordido y capturado todas las pasiones de su carne, el extremo de que ya no le costaba nada servir a Dios; porque no tenía las luchas que tenemos nosotros por causa de nuestra debilidad, e incluso por causa de la corrupción que hay en nosotros. Ahora bien, notemos que esto no fue por poder propio; por sí mismo no podría haber adquirido semejante perfección; fue necesario que Dios lo reformara de tal manera mediante su Santo Espíritu que al final fue realmente separado de la clase común de los hombres; porque no es sin causa que David presenta este pedido a Dios: "Señor, aparta mis ojos, que no vean la vanidad" (Salmo 119:37). Si hubiera sido la obra de Job la que aquí defendía, no hay duda que también David hubiera podido adquirir semejante constancia, como es la de no concebir vanidad, y que sus ojos no fuesen seducidos o distraídos de ninguna manera imaginable. Ahora, es aquí que David confiesa que no podía tener ni adquirir esto sino por la pura gracia de Dios; consecuentemente, se deduce que Job no pudo hacer tal pacto por su propia libre voluntad,1 diciendo que la razón dominaba de tal manera en él que podía obtener la victoria sobre todas sus pasiones; aquí, en cambio, intenta atribuir a Dios la alabanza por tal beneficio. No es entonces, para jactarse y magnificarse así mismo, como habiendo adquirido semejante beneficio, sino reconociendo que Dios lo había gobernado tan bien que en la presencia del mal ya no se sentía atraído por él.
Además, cuando Job habla de esta manera, notemos que por el contrario intenta decir si un hombre mira a una mujer o a una joven, y si es incitado al mal, esto ya es pecado delante de Dios. Aunque el acto exterior quizá no ocurra allí, aunque el hombre quizá no trate de corromper a una joven, ni de seducirla, aunque quizá todavía no tenga la intención de decir, "Yo quisiera," y aunque luego el hombre no tenga este deseo, sino que resiste la tentación a la cual es incitado, sin embargo, no deja de ofender a Dios. Este punto es digno de ser notado. En efecto, oímos la declaración de nuestro Señor Jesús, que no debemos pensar que seremos eximidos o absueltos delante de Dios por el simple hecho de habernos abstenido del adulterio corporal; sino que aquel, que simplemente haya mirado a una mujer, será juzgado como adúltero delante de Dios si, en efecto, la mirada ha sido carente de castidad.2 Y lo que es peor (como ya lo he dicho) cuando la voluntad aun no ha sido fijada en ello, ya tenemos que confesar la falta delante de Dios a efectos de humillarnos a nosotros mismos. Bien dicen los papistas que si un hombre consciente el mal, esto es, si lo desea de tal manera que está plenamente resuelto a cometerlo cuando la ocasión se le presente, en tal caso, confiesan ellos, el pecado es para condenación. Pero si el hombre tiene algún apetito malvado basta que no lo apruebe totalmente para que, según afirman los papistas, no sea pecado; en ello hay una blasfemia execrable. Está dicho, "Amarás a tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu entendimiento y con todo tu fuerza."3 ¿Qué quiere decir "entendimiento y fuerza"? Dios no ha limitado el amor que le debemos, a nuestro corazón solamente, y a nuestros sentimientos; afirma en cambio, que nuestra mente y nuestros sentidos también tienen que estar aplicados a ello, y toda nuestra fuerza, es decir, todas nuestras facultades y poderes que tiene nuestra naturaleza. Ahora, si un hombre concibió algún mal, aunque no estuvo totalmente de acuerdo con él, y aunque sus sentimientos no estuvieron completamente entregados a él, les pregunto, ¿amará a Dios con todo su entendimiento? De ninguna manera. Aquel que tiene el mínimo deseo de corrupción en sí mismo, aunque el resto tienda a cumplir la ley, ¿podrá amar a Dios como debe hacerlo? Ciertamente, no. Porque el pecado no es sino la trasgresión de la ley de Dios.
Concluyamos entonces que todas las fantasías malvadas que tenemos cuando somos atraídos por el mal, son otros tantos pecados, y que estamos en deuda con Dios, y que él no solamente nos ha soportado con su infinita bondad, sino que perdona a los suyos, aunque ellos deben reconocer estas cosas como pecado; y todo aquel que se adula así mismo provoca la ira de Dios y completa el mal para su condenación. Porque al final, la hipocresía tendrá que ser descubierta y revelada para ser castigada con todo el resto. Entonces, aquellos que piensan no estar obligados y creen no ofender a Dios cuando son atraídos por el mal, no gana nada; no es para enmendar su conducta, porque esta hipocresía tiene que ser castigada gravemente. Recordemos entonces (como ya lo he dicho) que si bien no consentimos el mal, sino que en realidad solo somos tentados, aunque haya algún deseo al que resistimos; éste ya es una falta y una debilidad en nosotros. Si solamente concebimos algún deseo malo, ello ya es signo de corrupción en nuestra naturaleza. Y, en efecto, si el mal no habitara en nosotros, y si todavía no hubiéramos apartado de la rectitud e integridad que Dios puso en el primer hombre, es cierto que nuestra mirada sería mucho más pura y casta de lo que es; y todos nuestros sentidos, tales como oír, hablar, palpar, serían realmente puros y limpios; no habría corrupción en ellos. Y para que esto llegara a ser así pensemos bien lo que dice Moisés, que, cuando Satanás vino para seducir a Eva, y, consecuentemente a Adán, y ellos, habiéndole prestado atención, fueron corrompidos por la ambición de ser semejantes a Dios. Dice que miraron al árbol de la sabiduría y del bien y del mal, y vieron que era deseable para adquirir conocimiento. ¿Qué, si no lo hubieran mirado? Y, ¿acaso no lo habían visto ya? Porque Dios les había dicho, "No coman del fruto que yo les he prohibido; porque tan pronto coman de él, les declaro que quedarán separados de mí, siendo condenados a morir." He aquí, entonces, Adán y Eva, que ya habían contemplado este árbol. Y ¿por qué es entonces que ahora Moisés lo cuenta como pecado? Es porque lo conocieron como algo deseable, es decir, pensando que era bueno comer de él, alentaron un apetito malo y perverso. ¿Y de dónde proviene? De su corazón corrompido, el que manchó, más y más sus miradas; como también un hombre tendrá manchada su vista por el hecho de beber, por causa de su intemperancia, el mal tiene que estar adentro; algo tiene que arder antes que se pierda la vista; o también como en un accidente, cuando un hombre pierde la vista, previamente habrá habido alguna catarata, o alguna cosa similar que con el correr del tiempo le privará de la vista. Así es con todas las miradas malvadas que son para ser condenadas; porque si no hubiera algún apetito malo, por el cual es infectado y corrompido el corazón, el ojo (como ya lo he dicho) en sí sería puro y limpio, de manera que podríamos contemplar las criaturas de Dios sin ser arrastrados a mal alguno. Pero ahora las cosas son tales que no sabríamos cómo abrir nuestros ojos, sin concebir algún deseo malo; no sabríamos cómo decir, "Esto es hermoso, aquello es bueno," sin ofender inmediatamente a nuestro Dios. ¿Acaso eso no es una gran perversidad? Entonces reconozcamos cuál es el pecado que reina en nosotros; cómo en efecto, ha tomado su posesión desde que Adán cometió la trasgresión, de tal modo que nuestra naturaleza ahora está tan corrompida que no sabríamos cómo mirar a algo que podríamos llamar hermoso y bueno sin ofender a Dios, en vez de ser invitados a amarle como debiéramos, y a alabarle por su bondad, y por tantos beneficios que no da aquí. Entonces, en lugar de glorificar a Dios y de ser motivados a amarle y servirle, no sabríamos cómo decir, "Esto es hermoso, esto es bueno," sin ser tentados, en efecto, impulsados, ya sea la avaricia o a otra voluptuosidad. En breve, todo lo hermoso debajo del cielo, y lo bueno, nos aparta de Dios, cuando tendría que acercarnos a él. ¿Acaso no es Dios fuente de toda belleza y bondad? Ahora bien es cierto que este apetito no tiene dominio, y tampoco debería tenerlo, sobre los hijos de Dios; pero hablo de aquello que es natural en el hombre hasta que Dios haya obrado en él. Es cierto que los creyentes no serán tan pervertidos, y sus sentidos no serán tan depravados como para ser siempre arrastrados al mal; sin embargo, siempre tendrán algún residuo de la infección que proviene de las entrañas maternas, esto es, tendrán puntos de contacto interior donde serán incitados al mal, aunque quizá lo odien y al principio lo rechacen. En efecto (como ya he dicho) ¿quién es aquel que no concibe la fantasía de pensar que Dios no tiene cuidado de él tan pronto tiene que soportar algún mal? Y es una blasfemia, realmente execrable si consentimos con ella, y si nuestra atención es enfocada por algún breve tiempo en ello, aunque quizá no sea un asunto determinado por la voluntad.
Así vemos entonces, que si el hombre es invitado al mal, aunque no lo apruebe y rechace la tentación, y luche contra ella, sin embargo, no deja de ofender a Dios. ¿Y por qué? Porque es una trasgresión de la ley tal como lo hemos demostrado. Del mismo modo, necesariamente tiene que proceder de una fuente mala; porque el ojo en sí no será corrupto; no es allí donde comienza a producirse el pecado. ¿Adonde entonces? En la mente4 del hombre y en su alma; porque ciertamente los malos sentimientos tienen que estar ocultos adentro, antes que el ojo tienda al mal y sea invitado a el. Y es por eso que he dicho que Job, al afirmar que se ha abstenido de todo mal y de toda mirada inmodesta, nos muestra que quienes están infectados por ella, no pueden excusarse delante de Dios diciendo que no tienen falta. En consecuencia, aprendamos a mantenernos en guardia, a no adularnos a nosotros mismos, como ya lo he mencionado. Digo, estemos en guardia, porque qué difícil es, ¿no cierto? controlar de tal manera nuestros ojos que no seamos tentados por ninguna mala concupiscencia a deseo desordenado. Al ver los bienes del mundo no seamos tocados por la avaricia. Al ver las cosas confortables, las delicias y las voluptuosidades que hay aquí y allá, no seamos inducidos a querer que Dios nos las dé. Cuando miramos a uno y otro lado no haya adulterio, ni ambición, ni avaricia, ni ninguna otra cosa que se nos pueda meter debajo de la piel. Es imposible, o al menos no sin gran dificultad, y más allá de todos nuestros recursos; de manera que es prácticamente imposible que abramos nuestros ojos sin concebir alguna ofensa contra Dios. Puesto que es así, aprendamos a estar alerta; porque nosotros mismos no podemos perfeccionarnos como para que ya no se encuentre ninguna falla en nosotros, y que ya no tengamos que buscar nuestro refugio en la remisión de nuestros pecados. Concluyamos entonces que tenemos que luchar valientemente, viendo que somos tan corruptos que de ninguna manera podemos usar nuestros sentidos, ni aplicarlos a ninguna cosa sin que haya algún resto de la mala corrupción que desagrada a Dios. Esto es, entonces, lo que debería invitarnos a ser diligentes.
Y luego, en segundo lugar, aprendamos también a humillarnos, viendo que el mal quiere hacernos dormir mediante la hipocresía, a efectos de que no reconozcamos nuestras faltas y para que así se agrave el mal. Miremos entonces a nuestro propio interior, y habiendo examinado nuestras imperfecciones, gimamos delante de Dios: "Oh, Señor, tú me has concedido la gracia de querer avanzar en mi servicio a ti. Yo me esfuerzo, yo anhelo, yo resisto todas mis ¡pasiones, lucho conmigo mismo; sin embargo, no soy recto delante de ti;
Señor, se encuentran muchas fallas en mí. “Así es cómo los creyentes, habiendo trabajado duramente, y habiéndose esforzado más allá de todos sus recursos, siempre deben mantener su afecto, para poder condenarse ellos mismos ante la existencia de algún vicio mezclado con el bien que Dios les da para hacer; que puedan aprender a condenarse ellos mismos delante de él y luego humillarse a efectos de obtener gracia. Estos son entonces los puntos que tenemos que notar de este pasaje. Ahora, aunque quizá tengamos fantasías que entran a nuestra mente, tanto de noche como de mañana, y aunque por ellas debiéramos percibir que existe una asombrosa corrupción en nuestra naturaleza, no por ello debemos perder el coraje, sino que hemos de seguir caminando; oremos a Dios que, si él ha comenzado a compelimos, que continúe y añada el poder de su Espíritu Santo. De esa manera debemos pedirlo, y sentir que ya hay algo peor en nosotros que nuestros malos sentimientos; juntemos ambas cosas, y que sean pisoteadas de tal manera que nunca más puedan levantarse. Y cuando el maligno venga a aguijonearnos para invitarnos al mal, no permitamos que triunfe sobre nosotros, en cambio, siempre tengamos en alto nuestros sentidos; resumiendo, dejemos que el Espíritu de Dios gobierne de tal manera nuestros corazones que, aunque existan los malos deseos éstos estén realmente bajo control, verdaderamente encadenados; que no se puedan levantar, que no puedan arrastrarnos de un lado a otro, sino que siempre sigamos firmes, y resueltos a decir, "Nuestro Dios tiene que gobernarnos, y nosotros debemos seguir su santa voluntad.�?BR>
Así es entonces, cómo en medio de nuestras malvadas fantasías tenemos que tomar coraje para andar siempre honorablemente, sabiendo que el buen Dios nos sostendrá; no es que vamos a negar lo existencia de tantos pecados, sino que los mismos nos han sido perdonados. Y este el punto en el cual diferimos de los papistas. Los papistas afirman que las malas concupiscencias no son pecados siempre y cuando uno las resista; esa es una blasfemia execrable. Es como decir, "Dios tiene que renunciar a sí mismo y trastornar su ley." Y esta opinión no solamente es pasajera de parte de alguna gente sencilla e ignorante, sino que es una convicción que captura a grandes doctores en sus escuelas, o mejor dicho, en sus sinagogas diabólicas. Nosotros, por el contrario, decimos que estos son otros tantos pecados, pero que no nos son imputados por Dios puesto que él los borra mediante su bondad y gratuita misericordia, por medio de nuestro Señor Jesucristo en quien creemos; y teniendo semejante consuelo debiéramos esforzarnos tanto más, como ya lo he dicho.
Además, Job muestra claramente que sabía cuál era esta ofensa, y que hubiera sido culpable si hubiera mirado inmodestamente, porque añade, "Qué galardón me daría el Dios de arriba, y qué heredad el Omnipotente de las alturas? "Ahora Job muestra aquí que no está hablando de un auto-perfeccionamiento delante de los hombres, ni de adquirir una reputación por la fuerza y la santidad (como hacen aquellos que solamente quieren ser reconocidos aquí abajo), sino que tiene sus ojos fijados en Dios, y que habla como en su presencia, y le pide que sea testigo y Juez. Y a ese punto también tenemos que llegar nosotros; porque (como se ha discutido anteriormente) mientras queramos que nuestra vida sea aprobada por los hombres, estaremos llenos de mentiras, subterfugios y astucias; de manera que ello nos llevará a disfrazar lo blanco y cambiarlo en negro, y de hacer que la virtud sea pecado y viceversa. Así lo haremos cuando tratemos de ser aprobados por los hombres. Y así, todo aquel que quiera andar en rectitud, y tener la integridad que aquí menciona Job, ¡oh! ciertamente tendrá que recapacitar sobre sí mismo y no andar más aquí abajo diciendo, "¿Quién me hallará en falta?" No, eso tiene que ser eliminado, y la persona en cuestión tiene que presentarse delante de Dios diciendo, "Ahora bien, ¿quién soy? Es con Dios con quien tengo que tratar; cuando haya satisfecho a todos los hombres de la tierra, aun no habré ganado nada; todos tenemos que callarnos la boca, porque Dios no se complace con rostros hermosos, hermosos disfraces, apariencias, o cosas semejantes. El mira el corazón, sondea los pensamientos y descubre todo cuanto está oculto por las sombras." Siendo esto así, seamos constreñidos a andar en integridad y rectitud. Pero al contrario, nos distraemos aquí y allá, estamos sujetos a inventar subterfugios, y mediante hermosos desfiles adelantar nuestro mejor pie; y cuando ya no podemos hacer nada mejor nos cubrimos con hojas como nuestro padre Adán. Por eso, notemos bien la lección que se nos muestra aquí a todos los creyentes; es decir, cuando queramos andar adecuadamente, no sólo tenemos que hacerlo delante de los hombres, nuestros ojos no tienen que centrarse solamente en ellos; sino que tenemos que contemplar al Juez celestial, y tenemos que saber que es a él a quien tenemos que responder y rendir cuentas. Suficiente con esto. Además (como ya lo hemos mencionado) aquí Job sabía que Dios no soporta miradas inmodestas sin castigarlas. ¿Y por qué no? Porque ellas son otras tantas ofensas.
Luego agrega, "La iniquidad será cortada." Con lo cual muestra que aquel que tenga ojos entregados a la vanidad, aunque no esté totalmente de acuerdo con ella, no obstante es condenado como pecador y malvado delante de Dios. Recordemos lo que se dijo del tiempo de Job; porque si bien no sabemos si vivió antes de la ley 5 o no, de todos modos vivió antes de los profetas y, como ya hemos declarado, es mencionado como un hombre de la antigüedad. Entonces aquí está Job, procedente de un tiempo cuando Dios aun no había dado una doctrina totalmente amplia, o una luz tal como la que hemos tenido desde entonces; porque los profetas clarificaron en gran manera aquello que era oscuro en la ley. Job vivió antes; cuando solamente existía algo así como una pequeña chispa si consideramos la doctrina que ha existido desde ese entonces. Sin embargo, sabía bien que no debía ser atraído por un deseo mal sin ser culpable delante de Dios. Y ahora nosotros, ¡cuan culpables seremos teniendo el Sol de Justicia que resplandece sobre nosotros como en pleno mediodía! He aquí Jesucristo, con su evangelio nos ha traído una luz tan grande que no tenemos excusa. Si decimos, "Yo no lo entiendo, para mí es demasiado alto y demasiado profundo," ¿con qué derecho lo haríamos? Acaso no tenemos una doctrina suficientemente amplia, puesto que la voluntad de Dios nos ha sido tan plenamente manifestada? ¿Cómo, entonces, tendremos excusa si no reconocemos lo que reconoció Job? Y en esto se ve la venganza de Dios, es decir, cuan horrenda es sobre el papado, puesto que esas bestias se han atrevido a negar que el hombre peque al ser tentado así al mal teniendo puntos internos de contacto y concibiendo malos deseos, siempre y cuando no consienta totalmente con ellos. Y Job que no tenía una doctrina costosa (como ya lo hemos declarado) sin embargo, esto lo sabía muy bien. De modo entonces, mirémonos atentamente a nosotros mismos, y a que Dios nos ha concedido la gracia y el privilegio de hacernos conocer su verdad mucho mejor de lo que fue en aquel tiempo; seamos vigilantes, y tan pronto abramos nuestros ojos, tan pronto experimentemos alguna vanidad en nosotros, algún deseo malo, reconozcamos "¡Oh¡ Existe pecado oculto en el interior, hemos ofendido a nuestro Dios, y nuestros ojos ya están contaminados con ellos; al aparecer el mal afuera, al existir chispas, ¿acaso son hechas sin fuego?" Entonces debemos aprender a condenarnos a nosotros mismos; en efecto, si no fuera por la misericordia de Dios seriamos destruidos por él; porque esa es la porción de nuestra herencia que nos ha sido preparada desde arriba. Es cierto que los hombres podrán justificarnos; pero nosotros tenemos que aparecer delante de Dios quien juzgará de manera totalmente distinta.
Y Job dice especialmente, "Desde arriba, desde el cielo." Esta palabra se repite, pero no es lenguaje superfluo. ¿Y por qué no? Tácitamente hace una comparación entre el juicio de Dios y las opiniones que nosotros podríamos tener respecto de los hombres. Entonces, aquí hay hombres que podrían justificarnos por todo, y nuestra hediondez y nuestra pobreza no sería reconocida; nuestra reputación sería realmente como la de pequeños ángeles y, consecuentemente, supondríamos que no se halla falta en nosotros. Ahora, ¿de qué nos ha aprovechado? De nada en absoluto; porque aquí está Job quien nos llama desde las alturas. Muy bien, es cierto que aquí abajo los pecadores podrán ser absueltos, y serán fácilmente aprobados por los hombres; (porque aparentemente sólo se ven virtudes), ¿pero en las alturas? Allí está Dios quien trastornará todas las opiniones vanas que habrán reinado por un tiempo. Y así, aprendamos que tantas veces como seamos culpables habiendo sido atraídos a malas concupiscencias, también el pago nos ha sido preparado en el cielo, es decir, desde las alturas, a menos que el buen Dios nos proteja y use de su paternal bondad con nosotros. Esto entonces es lo que tenemos que recordar a efectos de magnificar la bondad de nuestro Dios, viendo que nos castiga severamente, y también para ser incitados a pedirle perdón por todas nuestras faltas de cada día.
Ahora, además se dice, "¿No hay quebrantamiento para el impío, y extrañamiento para los que hacen iniquidad? ¿No ve él mis caminos, y cuenta todos mis pasos? Aquí Job expresa con mayor claridad la porción y la herencia de la que ha hablado; y es para afligirnos más, hasta el fondo del alma, con la convicción de nuestros pecados. Es cierto que no insiste en cada cosa de la cual habla en la ley, y no usa tantas palabras; sin embargo, el Espíritu Santo nos ha dado aquí, por medio de su boca una instrucción general. Porque cuando alguien nos habla de los juicios de Dios, y de los castigos que envía sobre los pecadores, nosotros somos tan lerdos que ello apenas nos mueve. Es necesario entonces que nuestro Señor nos despierte, y nos haga más sensibles con respecto de su terrible ira; es algo horrible tenerla así dirigida contra nosotros. Por eso es entonces que Job agrega la declaración que está contenida aquí, "¿No será cortado el inicuo, y no será afligido el malvado?" ¿Qué significa este "ser cortado?" Es que los malvados merecen ser exterminados, que Dios los arroje al infierno, que los destruya completamente, como también la palabra implica algo más que salario o herencia. Porque los hombres (como ya he dicho) se hacen creer ellos mismos que escaparán con un castigo leve; como cuando un criminal es detenido en la prisión, sabiendo que merece la horca, él mismo se hace creer que "Quizá escape con los azotes, quizá sea desterrado." De esa manera digo, los hombres no reconocen la ira de Dios tal como es; no reconocen el castigo que se merecen, puesto que no piensan en la muerte eterna. Vemos entonces, cómo Job, no sin causa, habiendo hablado de la porción que está preparada en las alturas para todos los malvados, agrega que se trata de una separación y turbación para arrojarlos al infierno. Ahora con esto reconozcamos que el Espíritu de Dios nos amonesta por nuestra indiferencia. Si con el golpe estuviéramos atentos a los juicios de Dios, dispuestos realmente a sentir nuestras faltas, no tendríamos necesidad de que el presentara dos veces la proposición; sería suficiente habernos advertido con una simple palabra. Pero el Espíritu Santo, habiendo hablado de la porción que Dios prepara para todos los que desprecian su ley, agrega "separando." Porque somos como brutos, y cuando alguien se limita a declararnos una cosa, nosotros no la comprendemos; estamos preocupados con semejantes estupideces que si Dios nos golpea rudamente todavía no sentimos los golpes de su mano. Y entonces, ¿cómo hemos de estar afligidos por las advertencias que él nos hace? Es cierto que si se limitara a hablar, no seríamos tocados ni abatidos en nosotros mismos, viendo que por los golpes de su mano todavía no somos suficientemente humillados. Entonces, notemos bien que aquí se amonesta nuestra indiferencia y estupidez. Por lo tanto, estemos despiertos cuando Dios nos invita tan cuidadosamente, y seamos más instruidos para pensar en nosotros mismos. Eso es lo que tenemos que observar en este versículo.
Ahora, en conclusión, cuando Job dice, "¿No ve él mis caminos y cuenta todos mis pasos?�?Notemos bien que se aplica a sí mismo la doctrina que ha presentado en términos generales. Porque había dicho, "¿Qué galardón, o cuál es la porción de Dios en lo alto, y qué heredad es la del Omnipotente de los cielos?" Así Job había hablado de todos; pero ahora aplica esta doctrina a su propio uso, y declara con qué propósito había hablado así. Entonces, cada vez que los juicios de Dios nos vengan a la memoria, ya sea que nos sean propuestos por los hombres y que leamos de ellas, tengamos la prudencia de reflexionar sobre nosotros mismos, y que cada uno mire a su propia persona. Porque los juicios de Dios no tienen que quedar como sepultados, sin que jamás se hable de ellos; sino que cada uno debe aplicarlos a sí mismo y a su uso particular. Esto es entonces, lo que tenemos que notar cuando Job, habiendo discutido la doctrina en general, se acerca más y más para mirar a su propia persona. "Dios" dice, "sondea y conoce mis caminos." Es decir, puesto que Dios es Juez de todos los hombres, ninguno puede escapar de su mano. "Dios," dice, "¿acaso no conoce todos mis caminos, acaso no cuenta todos mis pasos?" Con esto es suficiente para el primer punto.
En cuanto al segundo, notemos también el estilo que usa Job, diciendo que Dios mira sus caminos y pasos, y que los cuenta. Es para expresar que Dios no los cuenta solamente desde lejos, y que no solamente mira lo aparente aquí abajo; sino que mira cuidadosamente para notar y marcar todas nuestras obras; efectivamente, y no se trata de una mirada confusa; su mirada no confunde; él mira a efectos de contar, para enumerar cada cosa, de manera que nada se le escape, de no olvidar nada. Ahora (les pregunto) ¿No es para nosotros ocasión de reconocer mejor nuestros caminos, y contar nuestros pasos, al ver que Dios tiene presentes todas las cosas? ¿Por qué es que los hombres apenas reconocen una centésima parte de sus pecados? En efecto, una persona cometerá cien veces al día la misma falta, y escasamente pensará una vez en ella. ¿Cuál es la causa de esto? Es porque pensamos que Dios no nos observa desde arriba, no reconocemos que ante su mirada no se puede ocultar nada y que no olvida ninguna de nuestras obras y ninguno de nuestros pensamientos. Entonces procedamos a pesar bien las palabras contenidas aquí, es decir, que Dios conoce nuestros caminos y cuenta nuestros pasos, lo que quiere decir, que el número de ellos ya está establecido para él, que incluso hasta el último detalle tiene que venir a cuenta. Esto es lo que ganarán aquellos que con mentiras y adulaciones habrán cubierto sus malas obras; pues todas ellas tendrán que venir a la luz. ¿Qué queda entonces? Debiéramos pensar en nosotros mismos más cuidadosamente de lo que hemos estado acostumbrados a hacerlo, y siempre debiéramos estar alertos, a efectos de no ser sorprendidos por las emboscadas desde las cuales somos atacados de todas partes; y viendo que estamos sujetos a caer en tantos pecados de los cuales nuestra naturaleza está llena, examinémonos bien para estar disgustados con ellos, y sentirnos culpables delante de Dios; incluso gimamos nuestras confesiones con David (Salmo 119:12) reconociendo que es imposible que todas nuestras faltas nos sean conocidas. No obstante, oremos al buen Dios que, cuando haya identificado en nosotros las faltas y los pecados que nosotros mismos no podemos ver, se complazca en borrarlos por su misericordia; y que de esta manera no tengamos otra seguridad de nuestra salvación sino la de saber que él nos recibe a misericordia en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, y que también tenemos el lavamiento mediante el cual somos purgados, esto es, la sangre que ha derramado para nuestra redención.
Ahora inclinémonos en humilde reverencia ante el rostro de nuestro Dios.
Juan Calvino
Juan Calvino