SOLO ESCRITURA,SOLO GRACIA,SOLA FE,SOLO CRISTO,SOLO A DIOS LA GLORIA.“Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén” Romanos 11:36

Perseverancia en la oración

“Y Elías subió a la cumbre del Carmelo; y postrándose en tierra, puso su rostro entre las rodillas" (I Reyes 18:42). Al final del capítulo anterior decíamos que este versículo ofrece grandes lecciones que los ministros del Evangelio harían bien en tener muy en cuenta, siendo la principal de éstas lo importante y necesario que para ellos es el retirarse del lugar de su ministerio, con el fin de tener comunión con su Señor. Cuando su labor pública ha terminado, necesitan darse a una obra en privado con Dios. Los ministros, no sólo han de predicar, sino, también, orar; y no sólo antes y durante la preparación de sus sermones, sino también después. No sólo han de atender a las almas de su rebaño, sino que, además, han de cuidar de la suya propia con el propósito especial de que sean librados del orgullo, y la confianza en sus propios esfuerzos. El pecado puede contaminar la mejor de nuestras acciones. El siervo fiel, por mucho que Dios le corone de hito su trabajo, es consciente de sus defectos y halla motivos de humillación ante su Señor. Además, sabe que sólo Dios puede dar el crecimiento a la semilla que ha sembrado y que, para que sea así, ha de suplicar delante del trono de la gracia.
En el pasaje que tenemos ante nosotros se contiene la más gloriosa e importante instrucción, no sólo para los ministros del Evangelio, sino también para el pueblo de Dios en general. Una vez más, el Espíritu ha tenido a bien darnos a conocer los secretos de la oración que es contestada, por cuanto era en el ejercicio santo de la misma que el profeta se ocupaba en esta ocasión. Puede que alguien piense que en I Reyes 18:42 46 no se dice de modo explicito que Elías estuviera orando. Así es, en efecto; empero, en este detalle tenemos otra prueba de la importancia de comparar la Escritura con la Escritura. En Santiago 5:17, 18 se nos dice que "Elías era hombre sujeto a semejantes pasiones que nosotros, y rogó con oración que no lloviese, y no llovió sobre la tierra en tres años y seis meses. Y otra vez oro, y el cielo dio lluvia". Este versículo se refiere de modo claro al hecho que estamos considerando: así como los cielos se cerraron en respuesta a la oración de Elías, se abrieron, también, gracias a sus Suplicas. Así pues, tenemos de nuevo ante nosotros las condiciones que, para que sea eficaz, ha de reunir nuestra intercesión.
Hemos de hacer énfasis de nuevo en que estos pasajes del Antiguo Testamento fueron escritos para nuestra enseñanza y consolación (Romanos 15:4), y nos ofrecen ilustraciones, figuras y ejemplos valiosísimos de lo que el Nuevo Testamento contiene en forma de doctrina y precepto. Puede pensarse que, después de haber dedicado recientemente casi dos capitulos de este libro acerca de la vida de Elías a mostrar los secretos de la oración que todo lo puede, no hay necesidad de que volvamos de nuevo al mismo tema. Pero, lo que se nos muestra ahora es un aspecto diferente de la misma: en I Reyes 18:36 y 37 vimos el modo en que Elías oró en público, mientras que ahora se nos presenta el poder de su intercesión privada; y si queremos sacar el máximo provecho, posible de lo que se nos dice en los versículos 42 46, no podemos examinarlos superficialmente, sino de modo detenido. ¿Ansias llevar a cabo tus devociones secretas de modo, que sean aceptables a Dios y produzcan respuestas de paz? Si es así, presta atención a los detalles siguientes:
En primer lugar, este hombre de Dios se apartó de la multitud y "subió a la cumbre del Carmelo". Si queremos estar en la presencia de la Majestad de las alturas, si queremos valernos del "camino nuevo y vivo" que el Redentor consagró para su pueblo y "entrar en el santuario" (Hebreos 10:19,20), debemos retirarnos de este mundo loco y alborotador que nos rodea, para estar a solas con Dios. Ésta fue la gran lección que nuestro Señor enseñó en las primeras palabras que pronunció acerca del tema que nos ocupa: "Mas tu cuando oras, éntrate en tu cámara, y cerrada tu puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en secreto, te recompensará en público" (Mateo 6:6). Es totalmente necesario que nos separemos de aquellos que están sin Dios y que cerremos los ojos y los oídos a todo lo que se interpone entre nuestras mentes y Él. El hecho de entrar en la cámara y cerrar la puerta denota algo más que aislamiento físico: significa también calmar el espíritu, aquietar la carne febril y el pensamiento, para que estemos en un estado que nos permita acercarnos y dirigirnos al Santo. "Estad quietos, y conoced que yo soy Dios", es el requisito invariable. ¡Cuán a menudo nuestro descuido de "cerrar la puerta" hace ineficaz nuestra oración! La atmósfera del mundo es fatal para el espíritu de devoción; así pues, si queremos disfrutar de comunión con Dios, debemos estar a solas con ÉL.
En segundo lugar, observemos bien la postura en la que estaba este hombre de Dios: "Y postrándose en tierra, puso su rostro entre las rodillas" (vs. 42). ¡Qué extraño es esto! Como alguien ha dicho: "Apenas le reconocemos; parece haber perdido su identidad. Pocas horas antes estaba erguido como un castaño de Basan; ahora encorvado como un junco." Al enfrentarse a la multitud reunida, a Acab y a los cientos de falsos profetas lo hizo con porte majestuoso y digno; mas ahora, al acercarse al Rey de reyes, su proceder es humilde y reverente. Allí como embajador de Dios, se había presentado ante Israel; ahora, como intercesor de Israel, se presenta ante el Altísimo. Al enfrentarse a las fuerzas de Baal fue Valiente como un león; a solas con Dios, esconde su rostro y, por sus acciones, reconoce que no es nada. Los que han sido más favorecidos por el cielo siempre han obrado así'; Abraham declaró: "He aquí ahora que he comenzado a hablar a mi Señor, aunque soy polvo y ceniza (Génesis 18:27). Cuando Daniel tuvo la Visión de Dios encarnado, declaró: "Mi fuerza se me trocó en desmayo" (Daniel 10:8). Aun los serafines cubren sus rostros en su presencia (Isaías 6.2).
Lo que estamos considerando es muy necesario para esta generación irreverente y profana. Aunque Dios le había favorecido tanto y le habla dado tanto poder en la oración, Elías no se tomó ninguna libertad ni se acercó a él con familiaridad impropia. Por el contarlo, dobló sus rodillas ante el Altísimo Y puso su rostro entre las mismas como señal de la profunda Veneración que sentía por el Ser infinito y glorioso del cual era mensajero. Y si nuestros corazones sienten lo que debieran, cuanto mas favorecidos nos Veamos por Dios, mas nos humillará el sentido de nuestra propia indignidad e insignificancia y no encontraremos postura demasiado sumisa para expresar nuestro respeto por la Majestad divina. No debemos olvidar que, aunque es nuestro Padre, Dios es también nuestro Soberano, y que, aunque somos sus hijos, somos también sus súbditos. Si recordamos que el Todopoderoso obra con infinita condescendencia cuando "se humilla a mirar en el cielo y en la tierra" (Salmo 113:6), nos daremos cuenta de que nunca podemos rebajarnos demasiado ante ÉL.
¡De qué modo más grave se han pervertido las palabras: "Lleguémonos pues confiadamente al trono de la gracia" (Hebreos 4:16)! Suponer que ellas nos autorizan a dirigirnos al Señor Dios como, si fuéramos iguales a ÉL es confundir las tinieblas con la luz y el mal con el bien. Si queremos que Dios nos oiga, debemos ponernos en el lugar que nos corresponde, es decir, en el polvo. "Humillaos pues bajo la poderosa mano de Dios, para que Él  os ensalce cuando, fuere tiempo", se halla antes que, "Echando toda Vuestra ansiedad sobre Él, porque Él tiene cuidado de vosotros" (I Pedro 5:6, 7). Debe humillarnos el sentido de nuestra propia bajeza. Si Moisés hubo de quitarse los zapatos antes de acercarse a la zarza en la cual se apareció la gloria de Dios, también nosotros debemos conducirnos como corresponde al poder y la majestad del Señor cuando nos dirigimos a ÉL en oración. Es Verdad que el cristiano ha sido regenerado y hecho acepto en el Amado; pero no obstante sigue siendo, en sí mismo, un pecador. Como alguien señaló, "el más tierno amor, que echa fuera el temor que atormenta, engendra un temor tan delicado y sensible como el de Juan, quien, aunque había recostado su cabeza en el seno de Cristo, tuvo escrúpulos de entrar demasiado deprisa en la tumba donde ÉL habla dormido".
En tercer lugar, notemos de modo especial que la oración de Elías se basaba en una promesa divina. Cuando el Señor le mandó presentarse de nuevo ante Acab, le dijo explícitamente: "Y Yo daré lluvia sobre la faz de la tierra" (18:1). ¿Por qué, pues, había de pedir lluvia de modo tan ferviente? Para la razón natural, el hecho de que Dios asegure una cosa hace innecesario pedir su cumplimiento; ¿No cumpliría Dios su palabra, enviando lluvia independientemente de que le fuera pedida? Elías no razonó de este modo, y tampoco, deberíamos hacerlo nosotros. Las promesas de Dios, lejos de eximirnos del deber de suplicar al trono de la gracia las bendiciones garantizadas, están destinadas a instruirnos acerca de las cosas por las que debemos pedir, y a alentarnos a pedirlas creyendo, para que puedan ser cumplidas en nosotros. Los pensamientos y los caminos de Dios son siempre lo contrario de los nuestros, e infinitamente superiores a los mismos. En Ezequiel 36:24 36 se halla una lista de promesas; sin embargo, en relación estrecha con ellas, leemos: “Aun seré solicitado de la casa de Israel, para hacerles esto" (vs37).
Al pedir las cosas que Dios ha prometido, le reconocemos como el Dador y aprendemos a depender de Él: la fe entra en acción y, al recibirlas, apreciamos aun más  sus misericordias. Dios hará lo que se ha propuesto, pero quiere que le supliquemos las cosas que queremos que haga por nosotros. Aun a su Hijo amado, Dios dice: "Pídeme, y te daré por heredad las gentes (Salmo 2:8): el galardón ha de serle pedido. Aunque Elías oyó (por fe) sonar "una grande Lluvia", habla de orar pidiéndola (Zacarías 10:1). Dios ha establecido que, si queremos recibir, hemos de pedir; si queremos hallar, hemos de buscar; si queremos que se nos abra la puerta de la bendición, hemos de Llamar; y si dejamos de hacerlo así, comprobaremos la Verdad de aquellas palabras: "No tenéis lo que deseáis, porque no pedís" (Santiago 4:2). Así pues, las promesas de Dios nos son dadas para movernos a la oración, Para que nos sirvan de modelo en el que fundir nuestras peticiones, y para darnos a entender el alcance de las respuestas que podemos esperar.
En cuanto vemos, su oración era definitiva y atinada. La Escritura dice: "Pedid a Jehová lluvia" (Zacarías 10:1), y el profeta pidió esto de modo concreto: no se extendió en generalizaciones, sino que fue especifico. Es en esto que fracasan tantos. Sus peticiones son tan vagas que, si recibieran contestación, casi no la reconocerían; sus ruegos están tan faltos de precisión que, al día siguiente, son incapaces de recordar lo que pidieron. No es extraño que semejante modo de orar no aproveche al alma, ni consiga mucho. Las cartas que no requieren contestación contienen poco o nada de algún valor o importancia. Si el lector repasa los cuatro evangelios con esta idea en su mente, observaría qué definidas eran las peticiones y con qué detalle describían su caso todos los que se allegaron a Cristo y obtuvieron curación, y recordad que ello está escrito Para nuestra enseñanza. Cuando los discípulos pidieron al Señor que les enseñara a orar, Él dijo: "¿Quién de Vosotros tendrá un amigo, e irá a él a media noche, y le dirá: Amigo, préstame tres panes?" (Lucas 11:5); no dijo simplemente "comida", sino, de modo especifico, "tres panes".
En quinto lugar, su oración fue ferviente. No es necesario gritar ni chillar Para demostrar el fervor; Pero, por otra parte, las peticiones frías y formalistas no van a verse contestadas. Dios nos concede lo que pedimos sólo por el nombre de Cristo; sin embargo, a menos que supliquemos con ardor y Verdad, con intensidad de espíritu y ruego Vehemente, no obtendremos la deseada bendición. La Escritura da a entender constantemente que es necesario porfiar, al comparar la oración con el buscar, Llamar, clamar y procurar. Recordad cómo Jacob luchó con el Señor, y cómo David suspiró y derramó su alma. ¡Qué distintas son las peticiones indiferentes y lánguidas de la mayoría de los hombres de hoy! Esta escrito del Redentor bendito que ofreció "ruegos y súplicas con gran clamor y lagrimas (Hebreos 5:7). No es la oración indiferente y mecánica la que "puede mucho", sino "la oración del justo, obrando eficazmente" (Santiago 5:16).
En sexto lugar, notemos bien la vigilancia de Elías al orar: "Y dijo, a su criado: Sube ahora, y mira hacia la mar" (Él. 43). Mientras oramos y cuando esperamos la contestación a nuestras súplicas, debemos estar alerta para ver las señales del bien que deseamos. El salmista dijo: "Esperé yo a Jehová, esperó mi alma; en su palabra ha esperado. Mi alma espera a Jehová más que los centinelas a la mañana, más que los vigilantes a la mañana" (Salmo 130:5,6). Estas palabras hacen alusión a los que estaban apostados como vigías, quienes miraban hacia oriente para descubrir la primera luz del día, y daban la señal a fin de que se ofreciera el sacrificio en el templo a la hora exacta. Del mismo modo, el alma suplicante ha de estar alerta para descubrir alguna señal de la Llegada de la bendición por la cual ora. "Perseverad en oración, velando en ella con  de gracias" (Colosenses 4:2). Cuán a menudo dejamos de hacerlo debido a que nuestros deseos son mayores que nuestra esperanza. Oramos, pero no vigilamos esperando ver los favores que buscamos. ¡Qué diferente era el caso de Elías!
En séptimo lugar, Elías perseveraba en su súplica. Este es el rasgo, más notable de su conducta, al cual debemos prestar especial atención porque es en este punto donde fracasamos más lastimosamente. "Y dijo a su criado: Sube ahora, y mira hacia la mar. Y  subió, y miró, y dijo: No hay nada. “Nada hay en el cielo, ni levantándose del mar, que indique que va a llover. ¿No conocemos por propia experiencia esta verdad? Hemos buscado al Señor y hemos esperado confiados su intervención; mas, en vez de ver una señal de que Él nos ha oído, miramos y "no hay nada". ¿Cuál ha sido nuestra reacción? ¿Hemos dicho con enojo e incredulidad: "Ya me lo esperaba", y hemos dejado de orar? Si es así, hemos adoptado una actitud equivocada. Tenemos que estar seguros, en primer lugar, de que nuestra petición está basada en una promesa divina; después, esperemos confiadamente a que Dios la cumpla a su debido tiempo. Si no tienes una promesa concreta de Dios, pon tu caso en sus manos y procura aceptar su voluntad acerca de los resultados.
“Y Él subió, y miró, y dijo: No hay nada". Ni siquiera Elías recibía respuesta inmediata; iniquidades somos nosotros para exigir pronta contestación a nuestro primer ruego. El profeta no pensó que, ya que había pedido una vez y no había habido respuesta, no tenía necesidad alguna de seguir pidiendo; sino que, por el contrario, perseveró hasta que la recibió. Esta fue, también, la persistencia del patriarca Jacob: "No te dejaré, si no me bendices" (Génesis 32:26). Este era el modo de orar del salmista: "Resignadamente esperé a Jehová, e inclinóse a mi, y oyó mi clamor" (40:1). "Y él le volvió a decir: vuelve siete veces" (vs. 43); ésa fue la orden que el profeta dio a su criado. Estaba convencido de que, tarde o temprano, Dios le concedería lo que pedía, pero estaba persuadido de que no debía darle tregua (Isaías 62:7). El criado regresó seis veces diciendo que no había señal alguna de lluvia, mas el profeta no desmayó en sus suplicas. No desmayemos nosotros orando nuestras oraciones no se ven coronadas por el éxito inmediato, antes bien, insistamos ejerciendo fe y paciencia basta que la bendición esperada llegue.
El pedir una y otra vez, hasta seis veces, sin que le fuera concedido lo que pedía, era una prueba no pequeña de la paciencia de Elías, pero le fue dada gracia para resistirla. "Empero Jehová esperará para tener piedad de vosotros" (Isaías 30:18). ¿Por qué? Para enseñarnos que, cuando se nos oye, no es debido a nuestro fervor y premura, ni porque nuestra causa sea justa: no podemos exigir nada de Dios; todo es de gracia, y por lo tanto, debemos esperar el momento que crea conveniente. El Señor espera, no porque sea un tirano, sino "para tener piedad  Él espera por nuestro bien: para perfeccionarnos, y para que aumente nuestra sumisión a su santa voluntad; es entonces cuando se vuelve a nosotros y nos dice con amor: “Grande es; tu fe; sea hecho contigo como quieres" (Mateo 15: 28). Esta es la confianza que tenemos en Él, que si demandáremos alguna cosa conforme a su voluntad, Él nos oye. Y si sabemos que El nos oye en cualquiera cosa que demandáremos, sabemos que tenemos las peticiones que le hubiéremos demandado" (I Juan 5:14, 15). Dios no puede quebrantar su Palabra, pero debemos esperar el momento que Él crea oportuno perseverando en la oración sin desmayo hasta que nos conteste.
"Y a la séptima vez dijo: Yo veo una pequeña nube como la palma de la mano de un hombre, que sube de la mar" (vs. 44). La perseverancia en la oración del profeta no había sido en vano, por cuanto ésta era la señal de que Dios le había oído. Dios pocas veces da una respuesta completa a la oración de modo inmediato, sino que, por regla general, da un poco al principio, y luego, según crea que es mejor para nosotros, contesta de modo más pleno. Lo que el creyente recibe ahora, no es nada comparado con lo que recibirá si persevera en la oración de fe. Dios, aunque tuvo a bien hacer esperar al profeta por un tiempo, no defraudó sus esperanzas, como tampoco lo hará con nosotros si perseveramos en oración, velando en ella con hacimiento de gracias. Así pues, estemos prestos a recibir con gozo y gratitud la menor indicación de la respuesta a nuestras peticiones, aceptándola como una muestra del bien, y como un estímulo para perseverar en nuestras suplicas hasta que sean cumplidos de modo pleno los deseos basados en la Palabra. Los principios modestos producen a menudo resultados maravillosos, como enseña la parábola del grano de mostaza (Mateo 13:31,32). Los esfuerzos débiles de los apóstoles tuvieron un hito asombroso cuando Dios los aceptó y los bendijo. Hay un significado simbólico en las palabras “como, la palma de la mano de un hombre la mano de un hombre se habla levantado en oración, y era como si hubiera dejado su sombra en el cielo.
"Y él dijo: ve, y di a Acab: Unce y desciende, porque la lluvia no te ataje" (vs. 44). Elías no desdeñó este augurio significativo, a pesar de ser pequeño, sino que cobró aliento en él. Estaba tan seguro de que las ventanas del cielo estaban a punto de abrirse dando lluvia abundante, que envió a su criado con un mensaje urgente para que Acab escapara enseguida, antes de que estallara la tormenta y el arroyo de Cisón estuviera tan henchido que le impidiera regresar. Qué muestra más clara de su confianza santa en un Dios que contesta la oración. La fe ve al Todopoderoso detrás de "una pequeña nube". Un "puñado de harina" había bastado en las manos de Dios para sustentar a una familia durante muchos meses; y una nube "corno la palma de la mano de un hombre" podía considerarse suficiente para proporcionar abundancia de agua. "Y aconteció, estando en esto, que los cielos se oscurecieron con nubes y viento; y hubo una gran lluvia" (vs. 45). Cómo debería ello hablarnos a nosotros. Creyente que estás siendo probado con severidad, toma aliento de lo que está escrito: la respuesta a tus oraciones puede que esté mucho más cerca de lo que piensas.
"Y subiendo Acab, vino a Jezreel" (Él. 45). El rey obró con prontitud al recibir el mensaje del profeta. Con cuánta mayor prontitud se atiende a los consejos temporales de los ministros del Señor que a los espirituales. Acab no abrigaba duda alguna acerca de la inminencia de la lluvia. Estaba convencido de que Aquél que había contestado a Elías con fuego iba a hacerlo ahora con agua; no obstante, su corazón permaneció tan endurecido para con Dios como siempre. Qué solemne es el cuadro que se nos presenta: Acab estaba convencido pero no convertido. Cuántos hay en las iglesias hoy en día quienes, como él, tienen la religión en la mente, pero no en el corazón; están convencidos de que el Evangelio es la verdad, y, sin embargo, lo rechazan; están seguros de que Cristo es poderoso para salvar, y, aun así, no se rinden a Él.