Juan Calvino
1. LOS DIEZ MANDAMIENTOS
En
la Ley de Dios se nos ha dado una perfectísima regla de toda justicia,
que podemos llamar con toda razón "la voluntad eterna del Señor", pues
ha resumido plenamente y con claridad en dos Tablas todo lo que exige de
nosotros.
En
la primera Tabla nos ha prescrito, en pocos mandamientos, cuál es el
servicio que le es agradable a su Majestad. En la segunda, cuáles son
las obligaciones de caridad que tenemos con el prójimo.
Escuchémosla, pues, y veremos en seguida qué doctrina debemos aprender y al mismo tiempo qué fruto debemos sacar.
PRIMERA TABLA
PRIMER MANDAMIENTO
"Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de siervos. No tendrás dioses ajenos delante de mí."
La
primera parte de este mandamiento es como una introducción a toda la
Ley. Pues al afirmar que Él es "Jehová, nuestro Dios", Dios se declara
como quien tiene el derecho de mandar y a cuyo mandato se le debe
obediencia, según lo dice por su Profeta: "Si, pues, soy yo padre, ¿qué
es de mi honra? y si soy señor, ¿qué de mi temor?"
De
igual modo recuerda sus beneficios, poniendo en evidencia nuestra
ingratitud si no obedecemos a su voz. Pues por esta misma bondad con la
que antes “sacó" al pueblo judío" de la servidumbre de Egipto", libra
también a todos sus servidores del eterno Egipto, es decir, del poder
del pecado.
Su
prohibición de tener "otros dioses" significa que no debemos atribuir a
nadie nada de lo que pertenece a Dios. Añade "delante de mí",
declarando de este modo que quiere ser reconocido como Dios, no sólo con
una confesión externa, sino con toda verdad, de lo íntimo del corazón.
Pues
bien, estas cosas pertenecen únicamente a Dios, y no pueden
transferirse a ningún otro sin arrebatárselas a Él; estas cosas son: que
le adoremos a Él solo, que nos apoyemos en Él con toda nuestra
confianza y con toda nuestra esperanza, que reconozcamos que todo lo
bueno y santo proviene de Él, y que le tributemos la alabanza por toda
bondad y santidad.
SEGUNDO MANDAMIENTO
"No
te harás imagen, ni ninguna semejanza de cosa que esté arriba en el
cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te
inclinarás a ella, ni las honrarás".
Del
mismo modo que por el mandamiento anterior declaró que era el único
Dios, así ahora dice quién es y cómo debe ser honrado y servido.
Prohíbe,
pues, que le atribuyamos "alguna semejanza"; y la razón de esto nos la
da en el capítulo 4 del Deuteronomio y en el capítulo 40 de Isaías , a
saber: que el Espíritu no tiene ningún parecido con el cuerpo.
Por
lo demás prohíbe que demos culto a ninguna imagen. Aprendamos, pues, de
este mandamiento que el servicio y el honor de Dios son espirituales:
pues, como es Espíritu, quiere ser honrado y servido en espíritu y en
verdad . Inmediatamente añade una terrible amenaza, con la que de clara
cuán gravemente se le ofende quebrantando este mandamiento: "porque yo
soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visitó la maldad de los padres
sobre los hijos, hasta la tercera y cuarta generación de los que me
aborrecen, y hago misericordia a millares, a los que me aman y guardan
mis mandamientos”.
Que
es como si dijera que Él es el único en quien debemos descansar, que no
soporta pongamos a nadie a su lado. E incluso que vengará su Majestad y
su Gloria si algunos la transfieren a las imágenes o a cualquier otra
cosa; y no de una vez para siempre, sino en los padres, hijos y
descendientes, es decir, en todos, mientras imiten la impiedad de sus
padres; del mismo modo que manifiesta su misericordia y dulzura a los
que le aman y guardan su Ley. En todo lo cual nos declara la grandeza de
su misericordia que la extiende hasta mil generaciones, mientras que
sólo asigna cuatro generaciones a su venganza.
TERCER MANDAMIENTO
"No
tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano; porque no dará por
inocente Jehová al que tomare su nombre en vano". Nos prohíbe aquí
abusar de su santo y sagrado Nombre en los juramentos para confirmar
cosas vanas o mentiras, pues los juramentos no deben servirnos para
placer o deleite, sino para una justa necesidad cuando se trata de
mantener la gloria del Señor o cuando es necesario afirmar algo que
sirve para edificación.
Y
prohíbe terminantemente que manchemos en lo más mínimo su santo y
sagrado Nombre; por el contrario, tenemos que tomar este Nombre con
reverencia y con toda dignidad, según lo exige su santidad, trátese de
un juramento que nosotros pronunciemos, o de cualquier cosa que nos
propongamos delante de Él.
Y
puesto que el principal uso que debemos hacer de este Nombre es
invocado, aprendemos qué clase de invocación es la que aquí nos manda.
Finalmente
anuncia en este mandamiento un castigo, con el fin de que, quienes
hayan profanado con injurias y otras blasfemias la santidad de su
Nombre, no crean que podrán escapar de su venganza.
CUARTO MANDAMIENTO
"Acordarte
has del día del reposo, para santificarlo. Seis días trabajarás, y
harás toda tu obra; mas el séptimo día será reposo para Jehová tu Dios;
no hagas en él obra alguna, tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni
tu criada, ni tu bestia, ni tu extranjero que está dentro de tus
puertas. Porque en seis días hizo Jehová los cielos y la tierra, la mar y
todas las cosas que en ellos hay, y reposó en el séptimo día; por tanto
Jehová bendijo el día, del reposo y lo santificó."
Vemos que ha promulgado este mandamiento por tres motivos:
Primero,
porque el Señor ha querido, por medio del reposo del séptimo día, dar a
entender al pueblo de Israel el reposo espiritual en el cual deben los
fieles abandonar sus propias obras para que el Señor obre en ellos.
En
segundo lugar, ha querido que existiese un día ordenado para reunirse,
para escuchar su Ley y tomar parte en su culto. En tercer lugar, ha
querido que a los siervos y a quienes viven bajo el dominio de otro les
fuese concedido un día de reposo para poder descansar de su trabajo.
Pero esto es una consecuencia, más bien que una razón principal.
En
cuanto al primer motivo, no hay duda alguna de que ha cesado con
Cristo: pues Él es la Verdad con cuya presencia des aparecen todas las
figuras, y es el Cuerpo con cuya venida se desvanecen todas las sombras.
Por lo cual San Pablo afirma que el sábado era "la sombra de lo
porvenir" . Por lo demás, declara la misma verdad cuando, en el
capítulo 6 de la carta a los Romanos, nos enseña que hemos sido
sepultados con Cristo, a fin de que por su muerte muramos a la
corrupción de nuestra carne ; Y esto no se efectúa en un solo día, sino a
lo largo de toda nuestra vida hasta que, muertos enteramente a nos
otros
mismos, seamos colmados de la vida de Dios. Por lo tanto debe estar muy
lejos del cristiano la observancia supersticiosa de los días.
Pero
como los dos últimos motivos no pueden contarse entre las sombras
antiguas sino que se refieren por igual a todas las épocas, a pesar de
haber sido derogado el sábado, todavía tiene vigencia entre nosotros el
que escojamos algunos días para escuchar la Palabra de Dios, para romper
el pan místico de la Cena y para orar públicamente. Pues somos tan
débiles que es imposible reunir tales asambleas todos los días. También
es necesario que los siervos y los obreros puedan reponerse de su
trabajo.
Por
esto ha sido abolido el día observado por los judíos -lo cual era útil
para desarraigar la superstición-, y se ha destinado para esta práctica
otro día -lo cual era necesario para mantener y conservar el orden y la
paz en la Iglesia.
Si,
pues, a los judíos se ha dado la verdad en figura, a nosotros se nos
revela esta misma verdad sin ninguna sombra: Primeramente, para que
consideremos toda nuestra vida un "sábado", es decir, reposo continuo de
nuestras obras, para que el Señor obre en nosotros por medio de su
Espíritu.
En
segundo lugar, para que mantengamos el orden legítimo de la Iglesia,
con el fin de escuchar la Palabra de Dios, recibir los Sacramentos y
orar públicamente.
En tercer lugar, para que no oprimamos inhumanamente con el trabajo a quienes nos están sujetos.
SEGUNDA TABLA
QUINTO MANDAMIENTO
"Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen en la tierra que Jehová tu Dios te da."
En
este mandamiento se nos ordena respetar a nuestros padre y madre, y a
los que de manera parecida ejercen autoridad sobre nosotros, como los
príncipes y magistrados. A saber, que les tributemos reverencia,
reconocimiento y obediencia, y todos los servicios que nos sean
posibles, pues es la voluntad de Dios. que correspondamos con todas
estas cosas a quienes nos han traído a esta vida. Y poco importa que
sean dignos o indignos de recibir este honor, pues, sean lo que sean, el
Señor nos los ha dado por padre y madre y .ha querido que les honremos.
Pero
tenemos que señalar de pasada que sólo se nos manda obedecerles en
Dios. Por lo cual no debemos, para agradarles, quebrantar la Ley del
Señor; pues si nos ordenan algo, sea lo que sea, contra Dios, entonces
no debemos considerarlos, en este punto, como padre y madre, sino como
extraños que quieren apartamos de la obediencia a nuestro verdadero
Padre.
Este
quinto mandamiento es el primero que contiene una promesa, como lo dice
San Pablo en el capítulo 6 de la carta a los Efesios . Por el hecho de
prometer el Señor una bendici6n en la vida presente a los hijos que
hayan servido y honrado a su padre y madre, observando este mandamiento
tan conveniente, declara que tiene preparada una segurísima maldición
para quienes les son rebeldes y desobedientes.
SEXTO MANDAMIENTO
"No matarás."
Aquí
se nos prohíbe cualquier clase de violencia y ultraje. y en general
toda ofensa que pueda herir el cuerpo del prójimo. Pues si recordamos
que el hombre ha sido hecho a imagen dc Dios, debemos considerarlo como
santo y sagrado, de suerte que no puede ser violado sin violar también,
en él, la imagen de Dios.
SÉPTIMO MANDAMIENTO
"No cometerás adulterio."
El
Señor nos prohíbe aquí cualquier clase de lujuria y de impureza. Pues
el Señor ha unido el hombre a la mujer solamente por la ley del
matrimonio, y como esta unión está sellada con su autoridad, la
santifica también con su bendici6n; por consiguiente, cualquier uni6n
que no sea la del matrimonio es maldita ante Él. Es, por lo tanto,
necesario que quienes no tienen el don de la continencia -pues es un don
particular que no está en la capacidad de todos- pongan freno a la
intemperancia de su carne con el honesto remedio del matrimonio, pues el
matrimonio es honroso en todos; en cambio Dios condenará a los
fornicarios y a los adúlteros .
OCTAVO MANDAMIENTO
"No hurtarás."
Se
nos prohibe aquí, de un modo general, que nos apropiemos de los bienes
ajenos. Pues el Señor quiere que estén lejos de su pueblo cualquier
clase de rapiñas por medio de las cuales son agobiados, y oprimidos los
débiles, y también toda suerte de engaños con los que se ve sorprendida
la inocencia de los humildes.
Sí,
pues, queremos conservar nuestras manos puras y limpias de hurtos, es
necesario que nos abstengamos tanto de rapiñas violentas como de engaños
y sutilezas.
NOVENO MANDAMIENTO
“No hablarás contra tu prójimo falso testimonio.”
El
Señor condena aquí todas las maldiciones e injurias con las que se
ultraja la buena fama de nuestro hermano, y todas las mentiras con que,
de cualquier forma que sea, se hiere al prójimo.
Pues
si la buena fama es más preciosa: que cualquier tesoro, no recibimos
menos daño al ser despojados de la integridad de nuestra buena fama que
al serio de nuestros bienes. Con frecuencia se consigue quitar los
bienes a un hermano con falsos testimonios, tan perfectamente como con
la rapacidad de las manos. Por eso queda atada nuestra lengua por este
mandamiento, como lo están nuestras manos por el anterior.
DÉCIMO MANDAMIENTO
"No
codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo,
ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de
tu prójimo,"
Por
este mandamiento pone el Señor como un freno a todos los deseos que
sobrepasan los límites de la caridad. Pues todo lo que los otros
mandamientos prohiben cometer en forma de actos contra la regla del
amor, éste prohibe concebirlo en el corazón.
Así,
este mandamiento condena el odio, la envidia, la malevolencia, del
mismo modo que antes estaba condenado el homicidio. Tan prohibidos están
los afectos impuros y las manchas internas del coraz6n como el
libertinaje. Donde ya estaban prohibidos el engaño y la rapacidad, aquí
lo está la avaricia; donde ya se prohibía la murmuración, aquí se
reprime incluso la malevolencia.
Vemos,
pues, cuán general es la intención de este mandamiento, y cómo se
extiende a lo largo y a lo ancho. Pues el Señor exige que amemos a
nuestros hermanos con un afecto maravilloso y sumamente ardiente, y
quiere que no se vea turbado por la más mínima codicia contra el bien y
provecho del prójimo.
En
resumen, este mandamiento consiste, pues, en que amemos al prójimo de
tal modo que ninguna codicia contraria a la ley del amor nos halague, y
que estemos dispuestos a dar de muy buena gana a cada uno lo que le
pertenece. Ahora bien, debemos considerar como perteneciente a cada uno
lo que por el mismo deber de nuestro cargo estamos obligados a darle.
2. EL RESUMEN DE LA LEY
Nuestro
Señor Jesucristo nos ha declarado suficientemente a dónde tienden todos
los mandamientos de la Ley, al enseñarnos que toda la Ley está
comprendida en dos capítulos.
El primero, que amemos al Señor, nuestro Dios, con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con todas nuestras fuerzas.
El segundo, que amemos a nuestro prójimo como a nosotros mismos.
Y
esta interpretación la ha tomado de la misma Ley, pues la primera parte
está en el capítulo 6 del Deuteronomio y la segunda la encontramos en
el capítulo 19 del Levítico .
3. LO QUE NOS VIENE ÚNICAMENTE DE LA LEY
He
aquí el modelo de una vida santa y justa, e incluso una imagen
perfectísima de la justicia, de modo que si alguien-cumple en su vida la
ley de Dios, a éste nada de lo que se requiere para la perfección le
faltará delante del Señor.
Para
confirmar esto, Dios promete a quienes hayan cumplido su Ley, no sólo
aquellas grandes bendiciones de la vida presente de que se habla en el
capítulo 26 del Levítico y en el capítulo 28 del Deuteronomio , sino
también la recompensa de la vida eterna .
Por
otra parte, Dios anuncia-la venganza de una muerte eterna contra todos
los que no hayan cumplido con sus acciones todo lo que está mandado en
esta Ley . Incluso Moisés, habiendo proclamado la Ley, toma por testigo
al cielo y a la tierra de que acaba de proponer al pueblo el bien y el
mal, la vida y la muerte .
Pero,
aunque la Ley señala el camino de la vida, sin embargo debemos ver de
qué modo puede aprovechamos. Si nuestra voluntad estuviera conformada y
sometida a la obediencia de la voluntad de Dios, ciertamente que el mero
conocimiento de la Ley bastaría para nuestra salvación. Pero, como
nuestra naturaleza carnal y corrompida lucha en todo y siempre contra la
Ley espiritual de Dios, y no se ha corregido en lo más mínimo con la
doctrina de esta Ley, resulta que esta misma Ley que había sido dada, de
haber encontrado oyentes buenos y capaces, para la salvación, se
convierte en ocasión de peca do y de muerte. Pues, como estamos todos
convencidos de ser transgresores de la Ley, cuanto más claramente esta
Ley nos manifiesta la justicia de Dios, con tanta más claridad nos
descubre, por otro lado, nuestra injusticia.
Por
consiguiente, cuanto mayor sea la transgresión en que nos sorprenda,
tanto más severo será el juicio de Dios ante el que ella nos hace
culpables; y, una vez suprimida la promesa de la vida eterna, no nos
queda sino la maldición que a todos nos corresponde por la Ley.
4. LA LEY ES UNA ETAPA PARA LLEGAR A CRISTO
.Si
la injusticia y transgresión de todos nosotros están demostradas por el
testimonio de la Ley, no lo es con el fin de que caigamos en la
desesperación, y de que, perdido todo ánimo, nos hundamos en la ruina.
El
Apóstol dice que todos estamos condenados por el juicio de la Ley, para
que toda boca se cierre y todo el mundo quede bajo el juicio de Dios .
Sin embargo él mismo enseña en otra parte que Dios encerró a todos en
incredulidad, no para perderlos o para dejarlos perecer, sino para tener
misericordia de todos .
Así
pues, el Señor, después de habernos prevenido, por medio de la Ley, de
nuestra debilidad y de nuestra impureza, nos consuela con la confianza
en su poder y en su misericordia, y esto en Cristo, su Hijo, por el cual
Él se nos revela a nosotros como benévolo y propicio.
Pues
si bien en la Ley, Dios no aparece más que como el remunerador de una
perfecta justicií1 -de la que estamos totalmente privados-, y por otra
parte como el Juez íntegro y severo de los pecados; en Cristo, por el
contrario, su rostro resplandece lleno de gracia y de dulzura, y esto
para con los miserables e indignos pecadores; pues nos ha dado este
ejemplo "admirable de su amor infinito, entregando por nosotros a su
propio Hijo, y nos ha abierto, en Él, todos los tesoros de su clemencia y
de su bondad.