Juan Calvino
1. LOS PASTORES DE LA IGLESIA Y SU AUTORIDAD
Como
el Señor ha querido que su Palabra y sus Sacramentos nos fuesen
administrados por ministerio de hombres, es necesario que haya pastores
ordenados en las iglesias, para enseñar al pueblo, en público y en
privado, la pura doctrina; para administrar los Sacramentos; y para dar a
todos buen ejemplo con una vida pura y santa.
Quienes
desprecian esta disciplina y este orden, ofenden no sólo a los hombres
sino a Dios. Como sectarios se apartan de la sociedad de la Iglesia, que
no puede subsistir sin este ministerio. Tiene mucha importancia lo que
testificó una vez el Señor: quien recibe a los pastores que Él envía, le
recibe a Él mismo; e igualmente quien los desecha, le desecha a Él . Y
para que su ministerio fuese inconcluso, los pastores han recibido el
mandamiento singular de atar y desatar, con la siguiente promesa: "Todo
lo que ligareis en la tierra, será ligado en el cielo; y todo lo que
desatareis en la tierra, será desatado en el cielo" . Cristo precisa en
otro lugar que ligar es retener los pecados, y que desatar es remitirlos
. Y el Apóstol declara cómo se desata, cuando enseña que el Evangelio
es "potencia de Dios para salud a todo aquel que cree" ; Y cómo se liga,
cuando enseña que los Apóstoles están "prestos para castigar toda
desobediencia" , La suma del Evangelio es que somos esclavos del pecado y
de la muerte, que hemos sido librados y desligados de él por la
redención que hay en Jesucristo, y que quienes no le reciben como
Redentor, están como sujetos de nuevo a los lazos de una más severa
condenación.
Recordemos
sin embargo que la autoridad que la Escritura atribuye a los pastores
está contenida toda ella en los límites del ministerio de la Palabra;
pues Cristo, a decir verdad, no ha dado esta autoridad a los hombres,
sino a la Palabra de la 'cual ha' hecho servidores a estos hombres.
Atrévanse,
pues, los ministros de la Palabra a todo con osadía por esta Palabra de
la cual han sido nombrados dispensadores. Obliguen a todos los poderes,
glorias y dignidades del mundo a humillarse para obedecer a la majestad
de esta Palabra; gobiernen a todos en virtud de esta Palabra, desde los
más grandes hasta los más pequeños; edifiquen la casa de Cristo,
destruyan el reino de Satán, apacienten las ovejas, aparten los lobos,
instruyan y exhorten a los dóciles, acusen, reprendan y convenzan a los
rebeldes; pero todo a través de la Palabra de Dios.
Si
alguna vez se apartan de esta Palabra para seguir los sueños y las
invenciones de su mente, entonces no debemos recibirlos por más tiempo
como pastores; son más bien lobos rapaces que hay que expulsar. Pues
Cristo nos ha mandado escuchar solamente a quienes nos enseñan lo que
han sacado de su Palabra.
2. LAS TRADICIONES HUMANAS
San Pablo nos ha dado esta regla general para la vida de las iglesias: "Hágase todo decentemente y con orden" .
No
debemos, pues, considerar como tradiciones humanas las disposiciones
que sirven de vínculo para la conservación de la paz y la concordia, y
para el mantenimiento del orden y la honestidad en la asamblea
cristiana. Estas disposiciones están de acuerdo con la regla del
Apóstol, con tal de que no se las considere como necesarias para la
salvación, ni liguen las conciencias por religión, ni se incluyan en el
servicio de Dios, ni sean objeto de cualquier clase de piedad.
Por
el contrario, debemos rechazar enérgicamente las disposiciones
consideradas como necesarias para el servicio y honor de Dios que, con
el nombre de leyes espirituales, se establezcan para obligar las
conciencias. Este tipo de disposiciones, no sólo destruyen la libertad
que Cristo nos consiguió, sino que oscurecen la verdadera religión y
violan la Majestad de Dios, quien quiere reinar Él solo, por su Palabra,
en nuestras conciencias.
Que
quede, pues, bien claro y bien establecido que todo es nuestro, pero
que nosotros somos de Cristo , Y que se sirve a Dios en vano cuando se
enseñan doctrinas que son únicamente de los hombres .
3. DE LA EXCOMUNIÓN
Por
medio de la excomunión se aparta de la compañía de los fieles, según el
mandato de Dios, a quienes son abiertamente libertinos, adúlteros,
glotones, borrachos, sediciosos o derrochadores, si no se corrigen
después de haber sido amonestados.
Al
excomulgarles, no pretende la Iglesia arrojarles en una ruina
irremediable y en la desesperación, sino que condena su vida y sus
costumbres, y les advierte que ciertamente serán condenados si no se
corrigen.
Esta
disciplina es indispensable entre los fieles, pues la Iglesia es el
cuerpo de Cristo y no debe ser manchada y contaminada por estos miembros
hediondos y podridos que deshonran a su Jefe. El contacto frecuente con
estos malvados no debe corromper y echar a perder a los santos, como
ocurre a veces. Por lo demás, el castigo de su maldad aprovecha a los
mismos malos, mientras que la tolerancia los volvería más obstinados. Al
sentirse confundidos por esta vergüenza, aprenden a corregirse.
Si
los malos se enmiendan, la Iglesia los recibe de nuevo con dulzura en
su comunión y en la participación de esta unidad de la que habían sido
excluidos.
Para
que nadie menosprecie obstinadamente el juicio de la Iglesia, ni se
muestre indiferente a la condenación dictada por la sentencia de los
fieles, el Señor atestigua que el juicio de los fieles no es sino la
manifestación de su propia sentencia, y que lo que ellos pronuncian en
la tierra es ratificado en los cielos. Es la palabra de Dios que da el
poder de condenar a los perversos, del mismo modo que da el de recibir
en gracia a los que se corrigen.
4. LOS MAGISTRADOS
El
Señor no sólo ha declarado que aprueba el cargo de los magistrados y
que le es agradable, sino que además lo elogia calurosamente, y honra la
dignidad de los magistrados con hermosos títulos de honor.
El
Señor afirma que son obra de su Sabiduría: "Por mí reinan los reyes, y
los príncipes determinan justicia. Por mí dominan los príncipes, y todos
los gobernadores juzgan la tierra" .
En
el libro de los Salmos, les llama dioses, pues hacen su obra . En otro
lugar se nos dice que ellos ejercen su justicia por delegación de Dios y
no de los hombres .
Y
San Pablo cita, entre los dones de Dios, a: los superiores . Sin
embargo, en el capítulo 13 de la Epístola a los Romanos, San Pablo
expone mis claramente que la autoridad de los magistrados viene de Dios,
y que son ministros de Dios para aprobar a los que hacen el bien y para
ejercer la venganza de Dios sobre aquellos que hacen el mal .
Los
príncipes y los magistrados deben, pues, recordar de Quién son
servidores cuando cumplen su oficio, y no hacer nada que sea indigno de
ministros y lugartenientes de Dios. La primera de sus preocupaciones
debe ser la de conservar, en su verdadera pureza, la forma pública de la
religión, conducir la vida del pueblo con buenas leyes, y procurar el
bien, la tranquilidad pública y doméstica de sus súbditos.
Y
todo esto lo podrá conseguir tan solo por los medios que el Profeta
recomienda en primer lugar: la justicia y el juicio . La justicia
consiste en proteger a los inocentes, mantenerlos, guardarlos y
liberarlos.
El juicio consiste en resistir a la audacia de los malos, reprimir la violencia y castigar los crímenes.
En
cambio el deber de los súbditos consiste, no sólo en honrar y
reverenciar a sus superiores, sino en pedir al Señor, a través de la
oración, su salvación y su prosperidad; someterse también de buena gana a
su autoridad, obedecer sus leyes y constituciones, y no rehusar las
cargas que les impongan: impuestos, derechos, contribuciones, servicios
civiles, requisas y demás.
No
sólo debemos obediencia a los magistrados que ejercitan su autoridad
según derecho y conforme a sus obligaciones, sino que tenemos también
que soportar a: quienes abusan tiránicamente que su poder, hasta que
hayamos sido librados de su yugo. Pues si un buen príncipe es un
testimonio de la bondad divina en orden a la salvaci6n de los hombres,
un mal y perverso príncipe es un azote de Dios para castigar los pecados
del pueblo. Por lo demás debemos tener como cierto, en general, que
Dios da la autoridad a unos y otros, y que no podemos oponemos a ellos
sin oponemos al orden de Dios.
Sin
embargo hay que hacer siempre una excepción, cuando se habla de la
obediencia debida a las autoridades, a saber: que esta obediencia no
debe apartamos de la obediencia a Aquel cuyos mandatos deben anteponerse
a los de todos los reyes. El Señor es el Rey de reyes y todos deben
escucharle a Él sólo, pues Él habló por su santa boca, y a Él se le debe
escuchar antes que a nadie.
En
fin, tan sólo en Dios estamos sometidos a los hombres que han sido
puestos sobre nosotros. Y si nos mandan algo contra el Señor, no debemos
hacer ningún caso, sino más bien poner en práctica esta máxima de la
Escritura: "Tenemos que obedecer antes a Dios que a los hombres" .