Juan Calvino
1. NECESIDAD DE LA ORACION
Aquel
que ha sido debidamente instruido en la verdadera fe, se da cuenta, por
un lado, de su extrema pobreza, carencia de bienes espirituales yde su
incapacidad total para salvarse. De ahí que para encontrar ayuda y salir
de su miseria busque auxilio fuera de sí mismo.
Por
otro lado, contempla al Señor -quien generosamente y de buena voluntad
se ofrece en Jesucristo, y en Él le abre todos los tesoros celestiales-,
a fin de que su fe se centre en el Hijo bienamadb y en Él repose y eche
raíces toda su esperanza.
Es, pues, necesario que el hombre se vuelva a Dios para pedirle, por medio de la oración, aquello que sólo Él posee.
De
no invocar y orar a Dios -cuando sabemos que Él es el Señor, de quien
todos los bienes provienen, y que Él mismo nos invita a que le pidamos
todo cuanto necesitamos-, vendríamos a ser como aquél que, sabiendo
donde hay un tesoro enterrado, por dejadez y para ahorrarse el trabajo
de desenterrarlo, lo dejara allí olvidado.
2. SENTIDO DE LA ORACION
Puesto
que la oración es una especie de comunicación entre Dios y nosotros,
por lacque exponemos ante Él nuestros deseos, nuestras alegrías y
nuestras quejas -en resumen: todos los movimientos de nuestro corazón-,
debemos procurar, cada vez que invocamos al Señor, bajar a lo más
profundo de nuestro corazón, para dirigimos a Él desde esa profundidad y
no tan solo desde la garganta o desde la boca.
Es
cierto que la lengua sirve a la oración y hace que el espíritu esté más
atento al pensamiento de Dios; y precisamente porque está llamado a
exaltar la gloria de Dios, este miembro del cuerpo ha de estar ocupado,
juntamente con el corazón, en meditar en la bondad de Dios. Pero no se
olvide tampoco que por boca del Profeta, e! Señor ha pronunciado castigo
sobre todos aquellos que le honran con sus labios, pero cuyo corazón y
voluntad están lejos de Él .
Si
la verdadera oración debe ser un sencillo movimiento de nuestro corazón
hacia Dios, es necesario que alejemos de nosotros cualquier pensamiento
sobre nuestra propia gloria, cualquier idea de dignidad y la más mínima
confianza en nosotros mismos. Por eso el profeta nos exhorta a orar, no
según nuestra justicia, sino según la inmensa misericordia del Señor,
para que nos escuche por el amor de Sí mismo, ya que su Nombre ha sido
invocado sobre nosotros .
Este
conocimiento de nuestra miseria no debe en modo alguno impedir que nos
acerquemos a Dios. La oración no ha sido dada para que nos levantemos
con arrogancia ante Dios, ni para ensalzar nuestra dignidad, sino para
confesar nuestra miseria, gimiendo como hijos que presentan sus quejas a
su padre. Por el contrario, este sentimiento debe ser para nosotros un
aliciente que nos inste a orar cada vez más.
Hay
dos motivos que deben impulsamos con fuerza a orar: en primer lugar el
mandato de Dios que nos ordena hacerlo, yen segundo lugar la promesa con
que nos asegura que recibiremos lo que le pidamos.
Los
que invocan a Dios y oran, reciben un consuelo especial, pues obrando
así, saben que hacen una cosa agradable a Dios. Apoyados en la promesa,
tienen además la certeza de ser oídos. "Pedid y se os dará; buscad y
hallaréis; llamad y se os abrirá" dice el Señor; y continúa: "Invócame
en el día de la angustia: te libraré, y tú me honrarás" .
Este
último pasaje, implica dos clases de oración: la invocación (o
plegaria) y la acción de gracias. En la plegaria descubrimos ante Dios
los deseos de nuestro corazón. Por la acción de gracias reconocemos sus
beneficios a nuestro favor. Y nosotros tenemos que utilizar asiduamente
una y otra, pues nos vemos acosados por tan grande pobreza y necesidad
que aún los mejores deben suspirar, gemir e invocar continuamente al
Señor con toda humildad. Y por otra parte es tan grande la generosidad
que el Señor en su bondad nos prodiga, tan excelsas por doquier las
maravillas de sus obras, que siempre encontraremos motivo para alabarle y
tributarle acciones de gracias.
3. LA ORACION DEL SEÑOR
Nuestro
Padre misericordioso no s6lo nos ha mandado que oremos, y exhortado a
que le busquemos en todas las circunstancias, sino que viendo además que
no sabemos lo que tenemos que pedir y lo que necesitamos, ha querido
ayudamos en nuestra ignorancia y Él mismo ha suplido lo que nos faltaba.
Y así recibimos de su bondad una especial consolidación al enseñamos a
orar con las palabras de su misma boca. De ahí que lo que pidamos no sea
desatinado, extravagante o dicho fuera de tiempo. Esta oración que Él
nos ha dado y prescrito, comprende seis partes: las tres primeras se
refieren particularmente a la gloria de Dios, que es lo que siempre
debemos tener delante al pronunciadas, sin tener en cuenta lo que atañe a
nosotros; las otras tres conciernen a nosotros y a nuestras
necesidades; pero aun la gloria de Dios que buscamos en las tres
primeras peticiones, redunda para nuestro propio bien. Pero también en
las tres peticiones últimas, las cosas que necesitamos las pedimos, por
encima de todo, para gloria de Dios.
PADRE NUESTRO QUE ESTAS EN LOS CIELOS
La
primera regla en toda oración consiste en que presentarse a Dios en
nombre de Cristo, pues en este nombre nadie le puede ser agradable.
Al llamar a Dios Padre nuestro, ya presuponemos el nombre de Cristo.
Nadie
en el mundo es digno de presentarse a Dios y de aparecer delante de su
rostro. Este buen Padre celestial, para libramos de una confusión que
ineludiblemente nos turbaría, nos ha dado como mediador e intercesor a
su Hijo Jesús. Tras los pasos de Jesús podemos acercamos a Él
confiadamente, teniendo plena certidumbre de que no será rechazado nada
de lo que pidamos en nombre de este Intercesor, pues el Padre no puede
negarle nada.
El
trono de Dios no es sólo un trono de Majestad, sino también un trono de
gracia, ante el cual podemos, en nombre de Jesús, tener el privilegio
de comparecer libremente para obtener misericordia y encontrar gracia
cuando las necesitemos. De hecho, como tenemos el mandamiento de invocar
a Dios, y la promesa de que todos los que le invoquen serán escuchados,
tenemos también el mandamiento concreto de invocarle en nombre de
Cristo, y se nos ha hecho la promesa de que obtendremos todo lo que
pidamos en su nombre .
El
añadir que Dios, nuestro Padre, está en los cielos, tiene como
finalidad expresar su Majestad inefable (la cual nuestro espíritu, a
causa de su ignorancia, no puede comprender de otro modo), pues para
nuestros ojos no existe realidad más bella y más grandiosa que el cielo.
La
expresión en los cielos quiere decir que Dios es excelso, poderoso e
incomprensible. Y cuando oímos esta expresión tenemos que levantar a lo
alto nuestros pensamientos, cada vez que se nombra a Dios, a fin de no
imaginar a este respecto nada de carnal ni terreno, ni medirle según
nuestra comprensión, ni reglamentar su voluntad según nuestros deseos.
1.a SANTIFICADO SEA TU NOMBRE
Nombrar
a Dios es tributar aquella alabanza con la cual nosotros le honramos
por sus virtudes, es decir: por su sabiduría, su bondad, su poder, su
justicia, su verdad, su misericordia.
Pedimos,
pues, que la Majestad de Dios sea santificada por sus virtudes. No es
que pueda aumentar o disminuir en sí misma, sino que debe ser tenida
como santa por todos, debe ser reconocida y ensalzada; debemos
considerar como gloriosas -pues así lo son- todas las acciones de Dios,
haga lo que haga. De modo que si Dios castiga, aun en esto debemos
considerarle justo; si perdona, debemos considerarle misericordioso; al
cumplir sus promesas, debemos considerarle veraz. Y puesto que su gloria
está reflejada en todas las cosas y brilla en ellas, es necesario que
resuenen sus alabanzas en todos los espíritus y por todas las lenguas.
2.a VENGA TU REINO
El
Reino de Dios se manifiesta allí donde Dios, por medio de su Espíritu,
gobierna y dirige a los suyos, a fin de mostrar, en todas sus obras, las
riquezas de su bondad y misericordia. La venida del Reino se actualiza
también al arrojar Dios al abismo a los réprobos que no se someten a su
dominio, y confundirles en su arrogancia, a fin de que se manifieste
plenamente que ningún poder puede resistir al suyo.
Pedimos,
pues, que venga el Reino de Dios, es decir: que el Señor multiplique de
día en día el número de fieles que ensalzarán su gloria por todas sus
obras, y que reparta más ampliamente la afluencia de sus gracias sobre
ellos, a fin de que viviendo y reinando cada vez más en ellos, en unión
perfecta, los llene de su plenitud.
También
pedimos que Dios haga brillar cada día más con nuevos resplandores su
luz. y su verdad para disipar y abolir a Satán y las mentiras y
tinieblas de su reino.
Al
pedir que venga el Reino de Dios, pedimos que venga la revelación de su
juicio, en aquel día en que sólo Él será exaltado y será todo en todos,
después de reunir y recibir a los suyos en la gloria, y después de
haber arrasado y destruido el reino de Satán.
3.a SEA HECHA TU VOLUNTAD, COMO EN EL CIELO, Así TAMBIÉN, EN LA TIERRA
Pedimos
aquí que Dios gobierne y dirija todo sobre la tierra según su voluntad,
como hace en el cielo; que dirija todas las cosas hacia el fin que le
parezca bueno, sirviéndose de todas sus criaturas según le plazca, y
dominando todas las voluntades.
Al
pedir esto, renunciamos a todos nuestros deseos propios sometiendo y
consagrando al Señor todo lo que hay disponible en nosotros, y
pidiéndole que conduzca las cosas no según nuestros deseos sino como
quiera y decida Él.
De
esta forma le pedimos, no sólo que nuestros deseos los convierta en
vanos y sin ningún efecto cuando se oponen a su voluntad, sino que cree
en nosotros un espíritu y un corazón nuevos, mortificando los nuestros
de tal modo que no surja en ellos ningún deseo sin el completo
consentimiento a su voluntad.
En
resumen: pedimos no querer nada a no ser lo que el Espíritu desee en
nosotros, y que por medio de su inspiración aprendamos a amar todo lo
que le es grato, y a odiar y detestar todo lo que le desagrada.
4.a DANOS HOY NUESTRO PAN COTIDIANO
Pedimos
aquí, de un modo general, todo lo que de entre las cosas de este mundo
es útil para el cuidado de nuestra existencia; no sólo el alimente y el
vestido, sino todo lo que Dios sabe que necesitamos para que podamos
comer nuestro pan en paz. Para decirlo brevemente: nos acogemos con esta
petición a la providencia del Señor, y nos confiamos a su solicitud
para que nos alimente, cuide y conserve. Pues este buen Padre no tiene a
menos guardar con solicitud incluso nuestro cuerpo. De este modo
ejercita nuestra confianza en Él hasta en los más pequeños pormenores,
haciendo que esperemos de Él todo lo que nos es necesario: hasta la
última migaja de pan o gota de agua. Al decir: Danos hoy nuestro pan
cotidiano, probamos que no debemos desear más que lo que necesitamos
para el día, con la confianza de que, después de alimentamos hoy,
nuestro Padre también lo hará mañana.
Aun
en el caso de vivir actualmente en abundancia, siempre debemos pedir
nuestro pan cotidiano, reconociendo que ningún medio de existencia tiene
sentido sino en cuanto que el Señor le hace prosperar y aprovechar con
su bendición. Pues lo que poseemos no es nuestro sino en la medida en
que Dios nos concede su uso hora por hora y nos hace participar de sus
bienes. Al decir nuestro pan, la bondad de Dios se manifiesta todavía
más, haciendo nuestro lo que por ningún título se nos debía. Finalmente,
al pedir que nos sea dado este pan, significamos que todo lo que
adquirimos -aun lo que nos parece que hemos ganado con nuestro. trabajo-
es puro y gratuito don de Dios.
5.a PERDÓNANOS NUESTRAS DEUDAS, COMO TAMBIÉN NOSOTROS PERDONAMOS A NUESTROS DEUDORES
Pedimos
ahora que se nos conceda gracia y remisión de nuestros pecados, pues
son necesarias a todos los hombres sin excepción alguna.
Llamamos
deudas a nuestras ofensas, pues debemos a Dios la pena como pago de las
mismas, y no podríamos en modo alguno satisfacer por ellas si no
estuviésemos absueltos por esa remisión que es un perdón gratuito de su
misericordia.
Y
pedimos que nos sea dado el perdón como nosotros lo damos a nuestros
deudores, es decir: como nosotros perdonamos a aquellos que nos han
herido de alguna manera, que nos han ofendido con actos, o que nos han
injuriado con palabras. No se trata aquí de una condición que se añade,
como si mereciésemos, por el perdón que concedemos a los demás, que Dios
nos lo otorgue a nosotros. Sino que se trata de una prueba que Dios nos
propone para atestiguar que el Señor nos recibe en su misericordia con
la. misma certeza que nosotros tenemos en nuestras conciencias de ser
misericordiosos con los demás, si es que nuestro corazón está bien
purificado de cualquier clase de odio, de envidia y de venganza.
Por
el contrario, por esta prueba o señal, Dios borra del número de sus
hijos a aquellos que, dejándose llevar de la venganza y rehusando
perdonar, mantienen sus enemistades arraigadas en su corazón. Que no
pretendan los tales invocar a Dios como Padre suyo, pues la indignación
que abrigan respecto a los hombres caerá entonces sobre ellos.
6.a Y NO NOS METAS EN LA TENTACIÓN; MAS LlBRANOS DEL MALIGNO. AMEN
No
pedimos aquí no tener que sufrir, ninguna tentación. Tenemos grandísima
necesidad de que las tentaciones nos despierten, estimulen y sacudan,
pues corremos el peligro de convertirnos en seres amorfos y perezosos si
permanecemos en una calma excesiva. Cada día prueba el Señor a sus
elegidos, adiestrándoles por medio de la ignominia, la pobreza, la
tribulación y otras clases de cruces.
Pero
nuestra demanda consiste en pedir que el Señor nos dé también, al mismo
tiempo que las tentaciones, el medio de salir de ellas, para no ser
vencidos y aplastados; antes bien, fortalecidos con la fuerza de Dios,
poder mantenemos firmes constantemente contra todos los poderes que nos
asaltan.
Más
aún: una vez salvaguardados y protegidos por Él, santificados con las
gracias de su Espíritu, gobernados por su dirección, seremos invencibles
contra el Diablo, la muerte y toda clase de artificio del infierno -que
es lo que significa estar libres del maligno.
Debemos
notar cómo quiere el Señor que nuestras oraciones estén conformes a la
regla del amor, pues no nos enseña a pedir cada uno para sí lo que es
bueno, sin fijamos en nuestro prójimo, sino que nos enseña a preocupamos
del bien de nuestro hermano como del nuestro propio.
4. PERSEVERAR EN LA ORACIÓN
Para
terminar, debemos observar que no podemos pretender ligar a Dios a
alguna circunstancia, de la misma forma que en esta oración dominical
nos enseña a no someterle a ninguna ley ni imponerle ninguna condición.
Antes
de dirigirle en nuestro favor alguna oración, le decimos primeramente:
"Sea hecha tu voluntad". De este modo sometemos de antemano nuestra
voluntad a la suya, para que, detenida y retenida como por una brida, no
tenga la presunción de querer someterle o dominarle.
Si,
una vez educados nuestros corazones en esta obediencia nos dejamos
gobernar por el buen querer de la divina providencia, aprenderemos con
facilidad a perseverar en la oración y a esperar al Señor con paciencia,
rechazando la realización de nuestros deseos hasta que suene la hora de
su voluntad. Estaremos también seguros de que, aunque a veces nos pueda
parecer otra cosa, Él está siempre presente junto a nosotros, y que a
su debido tiempo manifestará que jamás hizo oídos sordos a nuestras
oraciones, aunque según el juicio de los hombres haya podido parecer que
las menospreciaba.
Finalmente,
si después de una larga espera, incluso nuestros sentidos no llegan a
captar de qué nos ha servido orar, ni perciben fruto alguno de nuestra
oración, nuestra fe sin embargo nos garantizará lo que nuestros sentidos
no pueden percibir: que hemos conseguido todo lo que nos era necesario.
Por la fe poseeremos entonces abundancia en la necesidad y consuelo en
la pena. En efecto, aunque todo nos vaya a faltar, Dios jamás nos
abandonará, pues no puede frustrar la espera y la paciencia de los
suyos; y Él solo sustituirá a todas las cosas, ya que contiene en sí
mismo todos los bienes, lo cual nos revelará totalmente en el futuro.